6. Una salida rápida

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¿Acaso me estaba volviendo loca? ¿Qué había hecho ayer? ¡Había seguido ciegamente a un desconocido a su casa! ¡Y aún peor, me metí con él en su cuarto! ¡Los dos solos!... no pasó nada, obviamente, pero pudo pasar. ¿Qué si era un violador?, porque tenga la belleza de un ángel no se significa que deba ser uno. Debo ser más cuidadosa.

Esa no era la única razón que me mantenía inquieta. La duda. Nunca la había tenido, pero ahora estaba dudando. ¿Cómo pude sentir que algo raro estaba pasando?, sí, algo raro seguro pasaba, pero no de la manera que pensé al principio, que de repente tenga dos acosadores guapos debe tener una explicación racional. Y ¿lo del anillo?... ¿Cómo explico eso?, bueno, creo que puedo llegar a una explicación simple. No es que en verdad el anillo tuviera poderes sobrenaturales capaces de alejar a las pesadillas, estoy segura que funciona como una especie de placebo, es como cuando el doctor le da pastillas a un enfermo para que mejore, pero el paciente es sólo un hipocondriaco y la enfermedad no existe, sólo está en su cabeza, y las pastillas son sólo azúcar, pero el paciente las consumirá pensando que en verdad harán efecto, y efectivamente, lo harán, porque la mente es el arma más poderosa de todas. Simplemente debes convencerte que estás enfermo y lo estarás. En este caso debe ser lo mismo, esa nota me predispuso a pensar que tenía algún poder especial y que me libraría de las pesadillas, pero la única que me libró de esos sueños espantosos soy yo misma.

— ¡Son puras estupideces! — me quejé con nadie, ya que estaba sola en mi departamento, me saqué el anillo de mi mano y lo dejé sobre la mesa de luz que estaba a un lado de mi cama, lo miré como si fuera un mero artilugio de superstición fallida y me propuse a olvidarlo y ya no darle más atención de la que merecía — ¡Supersticiones!

Hoy tenía el día libre. Richard cerraría el restorán todo el día por reparaciones, aunque al principio no había querido hacerlo, pero una fuga de gas no es poca cosa, puede significar una clausura por parte de salubridad y, en el peor de los casos, ocasionar algún accidente. ¿Y qué haría ahora?, no tenía nada que hacer, podría ir a visitar a mi madre, hacía mucho que no la veía, ya que no hacía más que trabajar.

Cuando me había decidido a salir en dirección al hospital, alguien golpeó a la puerta.

Sin pensarlo mucho, caminé hasta la puerta y la abrí para recibir a la visita, pero pasó algo extraño. Me quedé unos segundos analizando la situación. No había nadie, saqué la cabeza por el umbral y miré hacía ambas direcciones. Nadie. ¿Cómo era posible que alguien tocara a la puerta y un segundo después desapareciera del otro lado?, incluso, si hubiera salido corriendo, tendría que haberlo visto unos metros lejos en la vereda, ya que vivía a mitad de la cuadra. No tardé nada en abrir la puerta, seguro habrá pasado unos cinco segundos desde el llamado a que yo abrí la puerta. ¿Por qué las cosas cada vez se volvían más extrañas?

No, Amanda, deja de pensar en cosas extrañas, tú no eres así. Seguro fue mi imaginación.

Cerré la puerta, con un sentimiento de extrañeza, del cual no me podía desembarazar.

Di un medio giro, y me encausé de vuelta al baño, donde iba a terminar de asearme antes de salir. Pero un sonido me detuvo. Otra vez alguien llamaba a la puerta.

Esta vez tardé en contestar. Me quedé frente a la puerta, debatiéndome si debía abrirla o no. ¿Y si alguien me estaba jugando una broma? ¿Y si era otro acosador?, no pensé mucho más, unos segundos después abrí la puerta, pero esta vez, de manera lenta, como si temiera encontrar un monstruo del otro lado.

Nada. No había nadie, la calle y la vereda estaban vacías.

Cuando iba a cerrar la puerta de vuelta, me percaté que alguien había pegado con cinta adhesiva una hoja de papel a la puerta. La arranqué y miré su contenido. Era otra intimación de mi arrendatario, pero esta vez a puño y letra. Más que una intimación era una amenaza.

"Tienes hasta el lunes para pagar tu renta atrasada si no quieres dormir en la calle", fruncí el ceño al leerlo en mi mente. ¿Cómo haría para pagar a tiempo?

— La situación se ve complicada.

Me sobresalté al escuchar que alguien me habló.

Mis ojos buscaron al dueño de aquella voz, y encontraron a Malcolm. Estaba recostado con el hombro sobre la pared a menos de un metro de distancia, y me miraba sin expresión alguna. Esos ojos negros, parecían no tener luz.

— ¿Siempre estuviste allí? — ¿Cómo es posible que no lo haya visto antes?, estoy segura que revisé bien en ambas direcciones.

— Recién llego — algo en mi interior me dijo que aquello era una mentira. De que él siempre estuvo allí, y que en verdad nunca se había ido.

Malcolm viró un poco la cabeza, poniéndola de costado, como si fuera alguna ave rapaz, y me miró en un escrudiño silencioso. Su expresión sin vida me produjo un escalofrió.

— ¿Necesitas ayuda con eso?

Volví a estremecerme cuando volvió a hablar.

— No creo que nadie pueda ayudarme, a no ser que tengas diez mil pesos que prestarme — contesté a manera de chiste, y reí brevemente, pero me detuve cuando vi que a él no le pareció un chiste con gracia.

— No los tengo, pero puedo conseguirlos.

Lo miré con interés. ¿Él podría significar la solución a mis problemas?

— ¿Cómo?

Malcolm sonrió al ver que había captado mi interés.

— Vuelve a ponerte algo más cómodo, en unos minutos pasaré por ti — y con eso comenzó a alejarse, y lo seguí con la vista hasta que desapareció al doblar la esquina.

No me cuestioné si debía obedecerle o no, solamente lo hice. Me cambié la camisa y la pollera, por un conjunto de gimnasia algo viejos. Si bien no eran muy estilísticos, era lo más cómodo que tenía en mi guardarropa.

Ya preparada, me senté en la cocina a pensar en lo que estaba sucediendo. ¿Qué se proponía Malcolm?, seguro no era nada bueno.

Nadie tocó a la puerta, pero supe que él me estaba esperando afuera, no sé por qué, pero fue como si su presencia inundara toda la cuadra y se infiltrara al interior de mi departamento por las rendijas de las ventanas y por debajo de la puerta.

Malcolm estaba en la calle, sentado en el asiento piloto de un auto algo antiguo, de pintura gris desvencijada. No esperé a que me invitara, entré a su automóvil inmediatamente después de cerrar la puerta de mi casa.

Malcolm me tendió un buso con capucha negro.

— Póntelo— me indicó y yo obedecí, sin saber que se proponía.

— ¿Qué tienes pensado?

Malcolm me mostró una sonrisa de diablo y luego colocó en mi regazo un pasamontaña. Mi corazón se aceleró como un animal desbocado cuando comenzaba a entender la idea.

— Una salida rápida. 

DaemoniumWhere stories live. Discover now