18. No hay nada donde debería estar la culpa

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Volví muy tarde esa noche a la casa de Ellie, y tuve que detenerme antes de llamar a la puerta para respirar hondo. Necesitaba calmarme, me sentía agitada como si hubiera corrido una maratón, y la verdad, es que no estaba muy lejos de la realidad. Había corrido varias cuadras hasta que escapamos de mi ex arrendador, y no sólo eso, el beso de Malcolm me había robado el aliento.

— ¿Dónde estuviste? Me tenías muy preocupada — dijo mi amiga más bien me tuvo dentro de su casa.

— Vengo de... — titubeé un poco antes de dar mi respuesta — de una entrevista — ¡No podía decirle que en verdad venía de incendiar mi antiguo departamento!

— ¿Fuiste a solicitar un trabajo? — me preguntó sorprendida, ya que yo no le había confirmado nada al respecto — ¿Dónde?

— En Nigrum.inc.

Ellie abrió los ojos sorprendida por mi respuesta.

— ¿Y cómo te fue?

— Me dijeron que me llamarían — le dije con algo de desilusión.

— Esas son buenas noticias — dijo, aunque no muy convencida de sus propias palabras, pero agradecía su intento de darme ánimos.

— No lo creo, cuando dicen eso es porque no van a llamar.

Ellie me miró con algo de pena.

— No te preocupes — dijo mientras me daba un abrazo consolador —. Allí afuera hay un montón de personas que están ansiosas por darte un buen trabajo. Te lo aseguro.

— Ojalá sea cierto — dije sonriéndole, mientras ella me soltaba.

— Y lo será, estoy segura que no tardarás mucho en encontrar un trabajo mejor.

Después de eso comí una pizza fría. Pues Ellie ya había comido, como me tardé mucho en regresar, no aguantó el hambre y se comió su parte. Y no la culpaba, ya pasaba de media noche, cualquiera se estaría muriendo de hambre.

Esa misma noche no pude pegar ni un ojo, y las razones eran varias.

En primer lugar, no podía dejar de pensar en cómo había ardido el monoambiente. Me había convertido en una delincuente, ya no sólo había robado, sino que ahora parecía una pirómana. Y en ambas ocasiones, me acompañaba la misma persona, Malcolm, ya no cabía duda, él me estaba llevando por mal camino, pero a pesar de saber eso, sentía que ya me era imposible alejarme de él, y sobre todo después de ese beso. Pero no era Malcolm lo que más me preocupaba, sino yo misma. Cuando robé la tienda, recuerdo que me asaltó la culpa de manera avasalladora, no podía siquiera mirar en dirección al placar donde guardaba el bolso sin sentirme mal conmigo misma, pero ahora... las cosas eran muy diferente.

Tenía miedo que descubran lo que hice, sí que tenía miedo, si era descubierta podría ir a la cárcel, estaba metida en un grave aprieto, pero, a pesar de todo eso, no hay nada donde debería estar la culpa, no me arrepiento ni un poco de lo que hice. No sabía si lo merecía o no, pero imaginarme todo lo que tenía que pasar el pringoso para recuperar los bienes perdidos me ponía de muy buen humor. Incluso me dibujaba una enorme sonrisa en los labios.

La segunda razón que me robaba el sueño, era un beso. Se repetía una y otra vez la sensación de sus labios sobre los míos, y me provocaba de inmediato un calor placentero en todo el cuerpo. Había sido el beso más delicioso que me habían dado en mi vida, y no podía negarme a mí misma, que no me molestaría recibir otro de él. Lo anhelaba con locura.

La última y más aterradora razón, se trataba de las pesadillas. Y la verdad es que temía pegar un ojo para que esas alucinaciones volvieran. Ellie dormía en su cama de manera placentera, la escuchaba dormitar tan tranquila y en paz, extrañaba sentirme así, cerrar los ojos sin temor a que apareciera nada. Pero intenté distraerme de este miedo que me consumía todas las noches, me concentré en el recuerdo del beso de Malcolm, repasé en mi mente, una y otra vez, su cercanía, su tacto y su perfume. Y así lo hice hasta caer dormida.

Me despertó una melodía familiar proveniente de mi teléfono celular.

Rodé en la cama hasta dar con la mesita de luz, allí busqué a tientas el celular y una vez que lo tuve en mano, primero lo silencié para que no siguiera sonando y después, miré a Ellie. Al parecer el tono del celular no la había despertado, suerte para mí, ya que era muy temprano y se enojaría, pues odiaba madrugar.

¿Quién rayos llama a las cinco de la mañana? Me pregunté mentalmente mientras miraba quien era el remitente en la llamada.

Era un número desconocido.

¿Qué debía hacer? ¿Cortarle o atenderle?

Podría ser una emergencia, ya que nadie te llamaría tan temprano sin ningún motivo importante. Así, que, pasando saliva, deslicé mi huella táctil por la pantalla del móvil y recibí la llamada. 

DaemoniumWhere stories live. Discover now