24. En su mundo

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Fue en el octavo día cuando las cosas volvieron a ser como antes. No, fue mucho peor.

A la noche me atacaron las pesadillas, las cuales no me dejaron despertar, por más que gritaba en mis sueños y pedía ayuda, estaba inmersa en una oscuridad total que me absorbía sin importar cuanto me resistiera a esta.

Me sentía caer, morir y perderme. No había nadie para mí. Estaba sola a excepción de las sombras que me rodeaban, que estas, por absurdo que suenen no parecían sombras normales. Por momentos parecían moverse para apresarme. Era imposible, pero en los sueños, lo más irreal se vuelve tangible, no hay lógica que valga, para un mundo que se rige sólo de la mente abstracta.

Sólo pude despertarme cuando algo ajeno a mi sueño interfirió. Sentí unos dedos fríos tocar mi brazo destapado, entonces las sombras me soltaron y me dejaron subir a la conciencia.

Abrí los ojos y me encontré con Ellie quien me había pellizcado el brazo y me miraba de manera preocupada.

—Te llamé, pero no contestabas, parecía que estabas teniendo una pesadilla.

— Ahora estoy bien — le dije y me pregunté mentalmente si era cierto.

Ellie me miró y apretó la mandíbula como si se comiera sus propias palabras. Estaba preocupada por mí, pero no había nada que ella pudiera hacer.

— ¿Qué hora es? — miré el reloj de mi teléfono — ¡Mierda! ¡Llego tarde! — dije levantándome del colchón en el que dormía, como un rayo. Segunda semana de trabajo y ya llegaba tarde.

— Hoy es sábado — me dijo Ellie y yo la miré sorprendida. Cierto, hoy tenía el día libre.

Pasé la mañana y el resto de la tarde de manera confusa. Estaba algo sensible por las pesadillas que habían vueltos. Después de almorzar había ido al hospital, y la imagen casi sepulcral de mi madre, me hacía sentir aún peor.

Los días pasaban y ella no mostraba mejorías, todo lo contrario, tampoco mostraba signos de que fuera a despertar alguna vez.

Me encogí sobre mí misma. Me cubrí la nuca con mis ambas manos y toqué mis rodillas con la frente.

Así que esto es estar al borde del colapso, me dije a mí misma.

— Creo que necesito un poco de aire — le dije a mi madre inconsciente mientras me levantaba de la silla y salía hacía el pasillo.

No detuve mis pasos hasta que salí del hospital, e incluso fuera, seguí caminando, alejándome del lugar que era patíbulo de mi madre, donde un verdugo desconocido cernía sobre su cabeza la guadaña que, ya no más tardar, le daría muerte.

No podía aceptarlo. Si ella moría me quedaría sola. Ya no tendría a nadie.

Quería llorar, pero la angustia era tanta que me ahogaba y no me dejaba respirar ni despedir lágrima alguna. El pánico se apoderaba de mí con cada segundo que pasaba, el terror contaminaba mi corazón y mi mente se nublaba sin ya poder discernir las formas de lo me rodeaba.

Me senté en lo que pareció ser un banco de alguna plaza.

Respiré de manera forzada y sentí que alguien se sentó a mi lado, pero en mi estado no podía adivinar de quién se trataba.

Pasaron varios segundos hasta que logré tranquilizarme. Me enderecé, al parecer me había encorvado y no me había dado cuenta cuando. Apoyé la espalda sobre el respaldar y di un respiro hondo.

Mis ojos captaron una imagen de una plaza sucumbida a la noche. Al parecer había pasado más de una hora lejos del hospital, el anochecer había pasado desapercibido para mí.

Todavía sentía a alguien sentado junto a mí, así que giré el rostro en su dirección y me sorprendí al verlo.

Malcolm.

— ¿M-mal... Malcolm? — mi boca se entreabrió por la sorpresa.

Malcolm me miró de manera divertida. ¿Acaso estuvo todo este tiempo a mí lado? ¿Viendo cómo entraba en una crisis emocional?, pero él me miraba como si todo estuviera bien y no hubiera armado una escena hacía un momento.

— Sí, así me llamo — me respondió de manera burlona.

Lo miré sorprendida y no fui capaz de reírme a pesar de que su respuesta me causó risa.

— ¿Dónde estuviste todo este tiempo? Creí que te estabas escondiendo por lo de mi antiguo departamento... o ¿acaso por algo más? — lo miré entornando los ojos de manera algo acusadora y él nunca deshizo su mirada burlona, pues, al parecer no lo intimidaba ni un poco — ¿Atracaste una tienda? ¡¿Mataste a alguien?! — lo miré preocupada, pues no me sorprendería de él una cosa así.

Malcolm rio por mis preguntas y yo me sorprendí. Esa fue la primera vez que escuché su risa, y sentí como si hubiera sido testigo de un hecho espectacular y poco común de la naturaleza, casi como una privilegiada. Su risa era suave en un tono casi lúgubre, como si cargara en las cuerdas vocales más de lo que pudiera expresar.

— No... yo diría más bien que estuve ausente por... — pensó su respuesta — asuntos familiares.

— ¿Asuntos familiares? — repetí esperando que me contara más, pero él no aclaró sus palabras anteriores.

— Volví para llevarte a mi mundo.

— ¿A tú mundo? – le pregunté y no pude evitar reír por la idea — ¿Qué eres? ¿Un extraterrestre?

Él sonrió de manera un poco aterradora.

— Pertenecemos a mundos distintos, eso no lo puedes negar.

— Es cierto — asentí con la cabeza. Yo era tan trasparente, terriblemente pobre y mi familia era pequeña y enfermiza, en cambio él, era tan misterioso, no sabía nada de él, pero de algo estaba segura, parecía venir de una familia rica y presente, pues, al parecer había ido de viaje con ellos, o eso quise entender.

No me resistí, dejé que Malcolm me guiara hasta un barrio algo alejado. Miré en ambas direcciones algo asustada, me imaginaba que en cualquier momento podría salir un grupo de personas con pasamontaña y pistola en mano a robarnos. Pero nada de eso sucedió, pues, no creo que nadie sea lo suficientemente valiente, o estúpido, como para querer robarle a alguien con el aura que se cargaba Malcolm. Un aura aterradora, que le helaría la sangre al mismísimo Satanás.

— Este es mi mundo — dijo abriendo una puerta que daba a lo que parecía ser un subsuelo.

Ingresé primero al lugar seguida de Malcolm, descendimos por una escalera carente de iluminación y entramos a una sala enorme atestada de personas.

Había una fiesta, que nacía del bullicio y de una bruma oscura. Las luces eran pocas y no alcanzaban a iluminar todo el lugar, pero era suficiente para ver lo que sucedía alrededor. En las paredes, había sillones repletos de adolescentes, que se pegaban el cuerpo entre ellos como si no tuvieran pudor alguno. La mayoría se veían borrachos o drogados, o ambos, y los efectos de las luces rojas y verdes les daban una imagen aún más psicodélica a sus idos ojos.

Cuando me encontré en medio de la pista, siendo llevada por Malcolm, me llenó la nariz un tufo de tabaco, sudor y perfumes, era una vorágine de cuerpos a medios vestir y música fuerte. Los que bailaban, no tenían vergüenza de tocarse los cuerpos entre ellos, ni de intercambiar fluidos, sin importar que hubiera más personas a su alrededor.

Esto era una locura.

— ¿Qué es este lugar?

Malcolm me miró y su sonrisa brilló en un reflejo rojo pintado por la luz de las lámparas.

— La fiesta del pecado. 

DaemoniumWhere stories live. Discover now