13. Una casa con columnas

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Caminé junto a Chris por el pasillo, con el corazón a cien por hora y mis manos humedecidas por el sudor. Estaba nerviosa, muy nerviosa.

Chris se detuvo frente a la recepción, donde se hallaba una mujer, medianamente joven, detrás de una computadora.

— Buenos días, Chris — lo saludó ella. Me sorprendí al ver que ella sabía su nombre. ¿Acaso ya se conocían?

— Hola, Vanesa. ¿Podemos pasar a ver a los niños? — le preguntó mientras apoyaba uno de sus codos sobre el mostrador.

— Por supuesto, esta es hora de visitas.

— Bien, gracias Vanesa — Chris le sonrió como se le sonríe a una amiga —. Vamos — me indicó y yo lo seguí, haciendo fuerza para no soltar las dos bolsas que llevaba.

Caminamos por el pasillo, y al llegar al final de este, doblamos hacia la izquierda, y anduvimos unos metros más hasta que llegamos a una puerta a dos aguas de color blanca.

— ¿Estás lista? — me preguntó y yo asentí con la cabeza de manera insegura. No estaba preparada ni un poco para esto y no sabía cómo podía reaccionar. Existen personas muy sensibles, que no pueden soportar el dolor y las desgracias ajenas, y yo era una de ellas. Siempre sentí el dolor del otro como uno propio.

Chris abrió la puerta, y la imagen que me encontré del otro lado me dejó perpleja, petrificada en mi lugar. Por varios segundos no pude moverme ni reaccionar, era como si mi cuerpo se hubiera convertido en una estatua de piedra.

— ¡Chris! — un grito me sacó del estupor. Pegué un pequeño saltito del susto y miré lo que sucedía con la boca semiabierta.

Casi una docena de niños entre los seis y doce años, dejaron de inmediato lo que estaban haciendo para correr en dirección de Chris y lo envolvieron en un abrazo grupal.

— ¡Te extrañamos! — dijo uno de los niños.

Estaba muy sorprendida. Chris no sólo actuaba de manera familiar con la mujer que estaba en recepción, sino que los niños lo abrazaban con enormes sonrisas en sus rostros. Algo me decía que esta no era la primera vez que Chris veía a estos chicos. ¿Acaso los visitaba con frecuencia?

— ¿Qué traes en esas bolsas? — preguntó una niña de manera curiosa, observando las bolsas que llevaba con curiosidad.

— ¿Nos trajiste algo? — preguntó otro con brillo esperanzador en los ojos.

— No — respondió Chris y los niños parecieron desilusionados —. Yo no, estos juguetes son de ella.

La docena de niños me miraron al mismo tiempo, recién parecían percatarse de mi presencia.

— ¿Quién es ella? — preguntó uno de los niños.

— Se llama Amanda — dijo acercándose a mí, y me tendió la mano para invitarme a ingresar, ya que yo me había quedado del otro lado del umbral, viendo toda la escena desde afuera, como un mero espectador —. Y ella fue quien les compró todos estos regalos.

— ¡Wow! — dijo un niño y todos se acercaron a mí emocionados — ¡Es muy linda! — me sonrojé a sus palabras a pesar de que era sólo un niño.

— Sí, es cierto — dijo una niña mirándome con interés — ¿Eres modelo?

— No — le respondí nerviosa. No podía creer que un grupo de niños me hiciera sentir tan intimidada. Pero no era su edad lo que me asustaba —. Trabajo en un restorán.

— ¡Wow! ¿Trabaja en un restorán? — una niña me miró con asombro — Eres toda una adulta.

Reí ante sus palabras y pude relajarme un poco. Chris me miró reír y me sonrió alegremente. Supe que estaba feliz por mí, e incluso podría decir que orgulloso, había sido valiente y había comprobado que en verdad no era tan difícil como creía.

DaemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora