33. Un asunto personal

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Fue una mala noche. La mañana siguiente fue tranquila, pero tensa, por el preludio de una noche tenebrosa. Había vuelto a pasar. La inmovilidad en mi cuerpo, una sombra gigante, de ojos como lava infernal, junto a mi cama, sin hacer nada más que contemplarme, durante horas, durante toda la noche.

Ellie notó que había algo mal en mí aquella mañana, ella lo atribuyó a la reciente pérdida de mi madre, por eso no intentó socavar y se mantuvo en un silencio comprensivo. Y la verdad, era que tenía razón, o por lo menos la mayor parte, tenía muchas cosas en mi mente: la pérdida materna, el duelo que dolía como si mi corazón se secara, las pesadillas, mi pelea con Chris, Malcolm y el enigma de mi padre ausente.

Con la cabeza hecha un lío y el corazón destrozado, igual asistí a mi trabajo.

Ingresé al edificio con una pregunta en mi cabeza: ¿Acaso tenía sentido seguir trabajando en Nigrum.inc?, pues, parecía ya no tenerlo. Había buscado trabajar en aquel lugar por mi madre, para darle una mejor vida, pero ella ya no tenía vida que yo pudiera mejorar. Castigarme aquellas largas horas, someterme a un trabajo de casi servidumbre a grandes figuras de la clase alta, ya no tenía ningún propósito para mí. El viejo restorán de Richard era mucho más acorde a mi penosa persona, ¿si suplicaba podría obtener otra oportunidad de volver?

Mientras pensaba en esto y organizaba automáticamente una enorme pila de archivos y recibos, recibí a mis oídos la voz de aquella mujer que aparentaba amabilidad.

— Amanda, el señor Cameron te solicita en su oficina — dijo Genette y desapareció de vuelta al interior de su oficina.

Dejé la interminable pila de papeleos en el lugar y la miré con algo de resignación. A este paso creía no acabar nunca con ese martirio, y la verdad no tenía ningún interés en hacer horas extras.

Caminé hasta el lugar indicado y luego de llamar a la puerta con dos toques esperé a que me atendieran.

— Adelante — escuché su voz dentro.

Giré el picaporte y empujé la puerta con algo de pesadumbre. Me sentía sin fuerzas. Sentía que el edificio entero me consumía la vitalidad, o simplemente podía ser la angustia de perder a una madre. No lo sabía con exactitud.

— Limpia eso — me dijo mi jefe cuando me vio dentro de su oficina.

Clavé mi vista al lugar señalado. Encontré las piezas de lo que pareció ser un jarrón de porcelana desparramadas por el suelo.

Reprimí las internas ganas de fruncir el ceño en desaprobación. No debía mostrar ni una sola señal de descontento. No sería lo mejor para mí.

Cuando acepté el trabajo en esta empresa nunca pensé que sería tratada como una sirvienta.

— Enseguida — le dije tragándome todas las cosas que pensaba sobre él y la empresa en aquel preciso momento.

Me agaché y me dispuse a limpiar el desastre.

Un escalofrío me recorrió la espina completa, cuando no pude deshacerme de una espeluznante sensación de ser observada.

Miré de reojo sobre mí y me encontré con los ojos de Cameron que no apartaban su punto de visión de mi persona. Era intimidante. No pude dejar de preguntarme por qué me miraba de esa manera extraña, como si me estuviera analizando, como un carnicero que ve a un ternerito crecer y engordar, asegurándose cuando es el punto justo para la matanza.

No pude resistir y terminé girando todo mi rostro y lo miré de frente, él me envió una mirada algo burlona, como si no le intimidara ni un poco que lo haya descubierto mirándome.

Lo pensé un poco y en mí terminó de madurar aquella idea que había nacido desde el momento que había conocido la cara de mi padre a través de aquella imagen inmóvil.

Siempre pensé que Cameron era una persona especial, se veía imponente, de otro mundo, como si tuviera todo en sus manos y pudiera llegar a los lugares que una pobretona como yo nunca pudiera siquiera escuchar. Tal vez podía intentarlo, no sabía cuál sería su reacción, tal vez me mandaría al diablo por tomarme aquella libertad de cercanía, pero no conocía a nadie más que seguramente pudiera ayudarme. Y algo en mi interior, como una voz sabedora, me decía que él sabía más de lo que yo podría imaginar.

— ¿No vas a continuar? — me dijo señalando con la mirada los restos del jarrón faltantes por ser recogidos.

De mi boca se escapó un gemido quedo cuando me percaté que me había quedado congelada mirándolo y pensando en silencio e inmóvil.

Hice acopio de todo el valor que existía en mi cuerpo e hice uso de él. Iba a hablarle sobre lo que tenía pensado hacía rato.

— Señor Cameron, disculpe la impertinencia, pero quisiera pedirle su ayuda en .

Se tardó en contestar, por lo que pensé que iba a rechazar mi pedimento.

— ¿De qué se trata?

Me sorprendí cuando accedió al final.

— ¿Sabe o me puede facilitar el contacto con algún detective? — le pregunté con algo de precaución, ya que no sabía muy bien cómo hacer la pregunta correcta.

— ¿Estás tratando de espiar a alguien? — noté en él algo extraño, parecido a la sorna.

— No, más bien, trato de encontrar a alguien.

— ¿A quién?

— A Emmanuel Abeman.

Cameron mudó la expresión burlesca y sobradora de su rostro a una nula, totalmente carente de cualquier expresión para mostrar.

— Nunca escuché ese nombre — me contestó no mucho después, y no sé por qué, pero algo me dijo que él mentía.

— ¿Usted puede ayudarme a encontrarlo?

Cameron iba a darme su respuesta, pero el sonido de una puerta abriéndose lo interrumpió. Sus ojos viajaron hasta el perpetuador de la interrupción y yo me sorprendí al conocerlo. La sorpresa no me dejó pensar con claridad y sólo pude pronunciar su nombre en voz alta, con total incredulidad.

— ¿Malcolm?

DaemoniumWhere stories live. Discover now