22. Como una sombra en vida

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— Bien — dijo Genette después de terminar de mostrarme el área donde ahora trabajaría —, volveré al trabajo. Cualquier duda que tengas no dudes en preguntarle al coordinador, o puedes venir a mi oficina. Te atenderé con mucho gusto.

Cuando vi que Genette se giraba para marcharse, no sé por qué, pero la detuve del brazo. Cerré mis dedos en torno a su codo y ella me miró sorprendida. Le solté de inmediato, pero en vez de disculparme por mi actitud brusca sentí que debía preguntarle por él.

— Y ¿Cameron? — no sé por qué, pero necesitaba saber por qué no lo había visto desde que llevaba allí.

Genette levantó sus cejas de manera interrogativa al escuchar aquel nombre, como si mis labios no fueran dignos de pronunciarlo.

— ¿Qué pasa con él? — me preguntó con un humor diferente. Ya no era la jefa dulce y compresiva de hacía un minuto.

— ¿Por qué no lo he visto? — le pregunté, y sabía que estaba siendo descortés y entrometida. No me correspondía saber dicha información. Mi trabajo era de ayudante y en nada influía la presencia del otro.

— El señor Cameron acompañó al director Croos a un viaje al extranjero. No se sabe con certidumbre cuando estarán de regreso, pero tú concéntrate en tu trabajo, no debemos descuidar nuestras tareas sólo porque el director y su mano derecha se fueron de un viaje de negocios al... extranjero — cuando dijo "extranjero" lo dijo de manera extraña, como si esa palabra no fuera la correcta.

Cuando Genette se aseguró de que ya no tenía más dudas sobre mi papel en esa empresa, lo cual no era gran cosa, se marchó de vuelta a su oficina para continuar con su trabajo.

Estuve el resto de la jornada ocupando mi tiempo en sacar copias, servir el café, llevar mensajes, prácticamente era una esclava pagada, pero esto era mejor de lo que me ofrecía Richard en su restorán, con el sueldo de aquí podría vivir y cuidar de mi madre sin preocuparme por pagar la renta, además estaba recibiendo el apoyo de Ellie al dejarme quedar en su casa. Eso facilitaba las cosas.

Y a pesar de que no era domingo, decidí que iría a visitar a mi madre, pues estaba feliz, había conseguido un nuevo trabajo. Tenía deseos de contarle la buena noticia a ella y que se alegrara un poco a pesar de la situación que la aquejaba. Tal vez con este nuevo trabajo podría pagar por el tratamiento experimental que parecía ser la única esperanza que quedaba para nosotras.

Me despedí, más por cortesía que por un verdadero deseo, de mis nuevos compañeros y ellos me dieron el mismo saludo desabrido, y me dirigí al hospital donde estaba internada mi madre.

Cuando llegué noté que el piso estaba más agitado de lo que acostumbraba. Los enfermeros corrían de aquí allá cargando con papeles y medicinas, a la distancia vi al doctor de mi madre caminando a paso apresurado, y comprendí que algo andaba mal.

Mi corazón se agitó por lo que podría ser y sudé frío. Tuve miedo... mucho miedo de perderla.

Comencé a correr en dirección a la habitación de mi madre. Una enfermera me prohibió la entrada.

— ¡Es mi madre! — le rogué, pero ella no desistió a mi pedido.

— Lo siento, no podemos dejar entrar a nadie.

— ¡Por lo menos, dígame lo que está sucediendo! — le supliqué mientras me aferraba a su bata celeste, ella se vio algo agitada por mi reacción, pero conservó la compostura en todo momento. Seguramente estaba acostumbrada a tratar con personas en situaciones similares, al límite del derrumbe.

— Tendrá que esperar al doctor — me dijo y yo me sentí desfallecer. ¿Por qué nadie me quería decir lo que sucedía? —. Por favor — me suplicó —, tome asiento y espere al doctor — en contra de mis impulsos le hice caso y se senté en el banco más próximo a la puerta de mi madre.

Mis rodillas bailaban de arriba abajo sin detenerse. Mis dedos temblaban como un flan, intenté detener el tembleque entrelazando una mano con la otra, pero ni eso pudo parar el vértigo que me sentía consumir.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que supe del doctor, mi mente estaba bastante alterada como para procesar el paso del tiempo de manera correcta.

— Amanda — me llamó el doctor de mi madre al salir de la habitación de internación.

Me levanté de inmediato y me acerqué a él con el corazón en la boca.

— Pasa — me dijo haciéndose a un lado para que cupiera por la puerta.

Me detuve a unos pasos del umbral cuando mis ojos encontraron a mi madre postrada en su cama, con una máquina que respiraba por ella, otra que detectaba sus latidos, que delataban ese deje de vida en ella, decenas de zondas y sueros se ramificaban de sus venas, alimentándola de vitalidad y fuerza en ella carente. Se veía como una sombra en vida. Cómo si ella ya se hubiera ido, pero su cuerpo permanecía allí inerte y sin color.

— ¿Q-q-qué sucedió? — fue una de las preguntas más difíciles en mi vida de pronunciar — ¿E-ella está...?

— Tu madre sufrió una recaída, fue tan imprevista que nos tomó por sorpresa. Por un momento pensé que la perderíamos, pero logramos estabilizarla.

— ¿Cómo sabes que en verdad no la perdimos? — dije con el límite de las lágrimas a flor de piel.

— Está viva — dijo seguro y profesional —, esa es la prueba.

Lo miré sorprendida y después desvié mis ojos a mi madre para mirarla una vez más, aunque, cada vez que la miraba, dolía aún más.

— ¿Viva? — mascullé de manera incrédula. ¿Realmente estaba viva?

— No te preocupes, hay altas probabilidades de que recupere la conciencia.

Lo volví a mirar, pero esta vez con verdadera esperanza, entonces ¿sí quedaba algo de vida en ella?

El doctor asintió afirmativamente para darle más importancia a sus palabras y yo se lo agradecí internamente.

— Te dejo sola con ella — dijo y se marchó.

Respiré de manera irregular y me senté junto a su cama en la silla que había a un costado.

No había color en su piel, era como una hoja de papel sin pintura. Su piel blanca se había tornado en gris y estaba calcada a sus venas.

Dicen que las personas en coma suelen ser conscientes de lo que sucede a su alrededor, e incluso escuchar lo que se habla cerca de ellas. Quise hablarle, contarle lo que había sucedido en el trabajo nuevo, todo lo que me habían hecho trabajar, describir para ella como era Genette, la mujer que estaba a mi cargo, la forma extraña que tenía de decir las cosas y nunca saber si le fastidiaba en secreto o en verdad era así de amable, me hubiera gustado contarle sobre que hice nuevos amigos que eran un poco extraños pero que me gustaba pasar el rato con ellos, decirle que Chris parecía ser un buen chico, y también me hubiera gustado pedirle consejos para lidiar con un acosador que insiste en llevarme por el mal camino... pero no pude decir nada, ni una palabra. Abrí mi boca, pero no salió sonido alguno, sólo un quejido que se sintió atorado en el fondo de mi paladar. Era como tener un nudo en el estómago y sentirme ahogada de mis propias lágrimas. No pude decirle nada, sólo lloré a su lado. Me incliné sobre ella y sujeté su mano entre las mías con cuidado, como si fuera a romperse por el simple roce. Su mano parecía de papel frágil y sus ojos permanecieron cerrados a pesar de que estuve toda la noche llorando junto a ella.  

DaemoniumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora