JULIO

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-Déjame adivinar: no cae.

Merrian y yo disfrutamos de un ameno momento luego de intercambiar conocimientos musicales durante una hora. Por qué razón, lo ignoro, pero terminamos conversando de mi enamorada Stephanie.

Había intentado muchas estrategias, desde fingirme enfermo hasta quedarme con ella en la calle hasta altas horas de la noche: todo inútil. La última había sido el fin de semana pasado: la invité a la fiesta de la vendimia en Lurín y, a las dos de la mañana en un descuido mío, se pidió un taxi desde la plaza de la ciudad hasta su casa (la gracia de hecho no le bajó de treinta soles).

-Lo divertido fue verte golpear mi ventana con piedritas. O sea, como la gringa no te atracó, ¿venías a "divertirte" conmigo? Eres un fresco.

-Eso no es del todo cierto, ayacuchana.

Merrian puso cara de circunstancias:

-Perdón, chico: pero soy cajatambina. Mi madre sí es ayacuchana, pero yo nací en Cajatambo. En Gorgor, para ser más exactos.

La verdad sólo buscaba refugio por esa noche, ya que ya no había carro para Lima. Pero de nada servía aclarar las cosas con la ayacuchana (cajatambina, maldición): no me iba a creer; sin embargo, me equivocaba.

-La verdad ése día sabía que decías la verdad, pero me pareció gracioso verte tratando de convencerme.

-Eres cruel, Merrian.

-Sí, una barbaridad de cruel -dice, luego de una pequeña pausa -. Hablando de tu flaca, ahí viene.

Y así era: por ahí venía, grácil como una mariposa, mi flaca.

-Hola, chicos. ¿Interrumpo? -dice mi graciosa enamorada.

La táctica de los celos tampoco funcionaba con ella: me veía conversando con alguna chica y no me decía nada. Se me había ocurrido que tal vez me era infiel.

-Imposible -me respondió Merrian cuando le hable de mis sospechas -: ella te considera de su propiedad, así que no te engañará.

-Si me considera de su propiedad, ¿por qué no es celosa?

-Porque te sabe de su propiedad, Julito.

Merrian siempre tenía las cosas muy claras.

-Para nada, yo ya me iba. Nos vemos -responde la cajatambina mientras se aleja.

-Es medio rayada, ¿no? - me dice Stephanie cuando Merrian se ha alejado.

-¿Quién?

-Quien va a ser, pues, hijito. La ayacuchana.

-Es cajatambina -la corrijo.

-Es lo mismo, sierra es sierra. ¿De qué hablaban?

Me pareció que estaba celosa, así que decidí aprovechar. Nada como una partida de damas chinas cuando una chica siente que se le va el macho.

-De guitarras.

-Ayer la vi bien acompañada de Millones, el chileno de guitarra.

-¿De verdad? -pregunto.

-Sí. Fácil que se traen algo.

Juan Carlos Millones era un tipo que había llegado desde Chile a alborotar el gallinero. Alto, de buena estampa y bastante extrovertido. Tan sólo la semana pasada lo había visto con tres chicas distintas. Y no, no sólo peruanas: venezolanas, colombianas, uruguayas, argentinas. Millones no tenía bandera.

Ella cierra el tema Merrian y me muestra un catálogo inmenso de zapatos femeninos, dándome sus impresiones acerca de cada modelo, pero mi mente anda un poco ida.

Aún en la soledad - Antes De Las nueve IIWhere stories live. Discover now