CARICIA

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"De acuerdo: me acercaré y le diré que tenemos que ir a capturar al Perro Gris. Y entonces el creerá que estoy loca y ahora sí ni me mirará cuando volvamos a clases".

Caricia estaba oculta entre la arboleda cercana al estacionamiento del Vaxi, mirando a Jhonny. Sabía que en cuestión de segundos él subiría a su automóvil, lo encendería y allí sí ya sería imposible seguirlo para que la llevara hasta su destino.

"Mejor le digo que me duele la panza. Entonces me llevará y no seas tonta, Caricia: te llevaría al tópico, y eso si es que me dirige la palabra. Claro, a Gonzales de seguro ni le costará acercarse a A.J., ni qué decir de Quispe: ellas no la regaron, como yo, y ahora ya está subiendo a su auto, es ahora o nunca.

Salió de su escondite y se acercó veloz hasta él. Una vez cerca, tocó la puerta del automóvil con los nudillos mientras comprobaba que ése era el auto de la mamá de Jhonny, la mujer que se parecía a Salma Hayek.

-Ah, hola -le dijo Jhonny, bajando la ventanilla.

-Hola, Jhonny.

Ella se le quedó mirando, algo atontada: era el momento para mentirle una vez más y conseguir que la llevara a enfrentar al Perro Gris. Y si no funcionaba, aún quedaba la técnica de la faldita, que le había dicho Merrian. Pisó su propio pie porque si no lo hacía era capaz de lanzar una risotada.

"No más mentiras, nena", se dijo.

-¿Y bien? -preguntó él.

-Te lo voy a decir de una: tu amigo A.J. ha ido a atrapar a un Perro Gris, pero no es un animal común: es un ser muy malo y, si no vamos a ayudarle, estará en graves problemas: créeme y llévame al penal de mujeres, que ahí debe estar. Antes de que sea más tarde.

Jhonny la miró fijamente, acaso tratando de comprobar la broma.

Sólo vio honestidad, y aunque quería decirle que no le creía, algo en sus ojos le dijo que era verdad lo que estaba diciendo.

-Sube y dime más.

Caricia rodeó el automóvil, subió al asiento del copiloto y dejó su guitarra en el asiento de atrás. De inmediato, él hizo girar la llave: el automóvil tronó suavemente y empezó a salir del estacionamiento.

-Cinturón -dijo Jhonny.

Ella estaba algo turbada mientras buscaba la hebilla del cinturón de seguridad, pero sin éxito. Jhonny resopló, pulsó un botón en el tablero del auto y el cinturón se ajustó automáticamente, asegurando a Caricia.

-GPS.

Por las bocinas del vehículo, una voz automatizada le respondió:

"¿A dónde deseas ir?".

-Penal de mujeres Santa Rita, Villa María del Triunfo.

"Calculando la mejor ruta. Tiempo estimado, cuarenta y cuatro minutos. Maneja con cuidado".

Sin mirarla, Jhonny interrogó a Caricia:

-¿Cómo es eso del Perro Gris y que A.J. está en peligro?

Ella lo resumió lo mejor que pudo: cómo ese animal se les aparecía y las asustaba y amenazaba, cómo se cruzó con él y lo cruel y peligroso que podía ser. Le dijo que no había persona que lo pudiera detener realmente, pero que esa noche podía hacer demasiado daño.

-Entonces tenemos que alejarlo del penal, ¿eso es todo?

"En seis mil doscientos cuarenta y un kilómetros, gire a la derecha".

-Sabemos que es como un perro normal, pero sus colmillos pueden perforar almas. Además es enorme.

Jhonny le dió un golpe secó al tablero que mostraba el GPS, el cual parpadeó y se apagó.

-Creo que se echó a perder: éste auto es de mi mamá, tiene seis filas de asientos pero está un poco antiguo... Igual creo que sé cómo llegar.

Sólo en ése momento Caricia captó lo que la voz automatizada dijo antes de apagarse: seis mil y algo de kilómetros. Eso era imposible: técnicamente a ésa distancia habría recorrido medio sudamérica.

"O llegado a Puerto Rico", pensó. Y vio que afuera no habían autos. Tampoco transeúntes: estaban en una calle completamente desierta.

Jhonny también pareció darse cuenta, y empezó a circular un poco más lentamente, entre asombrado y desorientado.

No era el caso de Caricia: reconocería esa calle en cualquier parte, aunque fuera noche cerrada y no hubiera mayor iluminación.

Por eso no lo pensó dos veces: abrió la portezuela de su lado mientras se sacaba el cinturón y, de un salto, se halló en la vereda.

Caminó velozmente hasta un edificio de color blanco rodeado por una reja abierta. Se introdujo por ella, atravesando un patio mediano en donde reposaban dos ambulancias desvencijadas, e ingresó al edificio.

No se había equivocado: era el lugar que suponía, sólo que más viejo y sucio. Las luces del edificio parpadeaban, haciendo un extraño sonido. Subió las escaleras sin toparse con nadie; ni un enfermero o médico. Las luces hacían clang clang.

Llegó hasta la habitación que su mente le ordenaba. El rótulo se veía empañado y gastado, pero no dejaba dudas acerca de quién ocupaba el lugar: Marco Trujillo, su hermano.

Hizo girar el pomo de la puerta, no estaba con llave. Ingresó y, sobre la cama, yacía un cuerpo cubierto con una sábana; como si estuviera cubriendo un cadáver.

"Caricia", susurró alguien.

-No. No por favor, que no sea Marco. Oh, por favor, no.

Los ojos se le inundaron mientras se acercaba a la cama. Algo le decía que debajo de la sábana estaba su hermano, muerto. Sentía el corazón latiendo fuertemente.

Otra vez el susurro: "Caricia".

-Tengo que verlo. Él lo hizo, él lo mató. Mi amado Marco.

Colocó la mano sobre la sábana, y lentamente empezó a descorrerla.

-¡Caricia!

Jhonny la apartó del cuerpo, sujetándola de los hombros.

-Reacciona, no es real: no es real.

Ella se quedó estupefacta, arrancada del presente.

-Lo veo, es real.

-Yo también lo veo, pero no es real. Vámonos de aquí: esto no es Lima, es San Juan de Puerto Rico.

Con firmeza, él la condujo fuera de la habitación: temía que volviera a irse, así que la cogió de la mano.

-Cuando bajaste del auto, te seguí. Habían afiches que mencionaban lugares que no conozco: uno de ellos mencionaba tu Escuela de música, por eso deduje que estábamos en tu ciudad. Cómo llegamos aquí es algo que no entiendo, pero encontraremos la manera de salir.

Las luces seguían haciendo clang clang. Pronto salieron del hospital y subieron al automóvil.

-Era mi hermano -sollozó Caricia-, mi hermanito. Él quería ir a Portugal.

Jhonny sujeto la cara de ella con ambas manos. Para mayor contrariedad de la boricua, su corazón dio un salto.

-Irá a Portugal, te lo juro. Él está bien, Cari. Si algo le hubiera pasado, tú ya lo sabrías. Ese perro o cosa quiere verte sufrir, no le des gusto.

Encendió nuevamente el automóvil.

-Escucha, tengo una teoría. Me parece que debemos ir al penal de mujeres de aquí. ¿Sabes dónde es, verdad?

Ella asintió.

-De acuerdo, tú serás mi GPS -dijo, mientras salía de esa calle y ganaba una avenida -: si ves algo que reconozcas, dímelo. Vamos a salir de aquí: es una promesa.

Caricia dio un salto en su asiento.

-Ése es el mercado, donde trabaja mi mamá y mi hermano mayor Franco -dijo, señalando una construcción bastante grande-. Sigue de frente y toma la entrada número ocho a la carretera. Calculo que con un lugar tan desierto llegaremos en media hora.

Aún en la soledad - Antes De Las nueve IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora