¡Un lugar para divertirse y retar la imaginación!
Cada cierto tiempo publicaremos un reto para ustedes, con el simple objetivo de divertirse y dar rienda suelta a la imaginación. A veces, estas pequeñas iniciativas son buenas para el bloqueo de escr...
El caminar rápido, nervioso y repentino de Draco Malfoy le otorgó la oportunidad de perder a los demás de su vista, dejándolos cerca del campo de quidditch justo a tiempo.
La brisa corrió hacia su cara en el momento que faltaba poco para tener los pies en el castillo, haciéndole alborotar la nariz y arrugar los ojos con impotencia y rabia.
Se encontraba pasando uno de los peores momentos de su vida escolar. El día había resultado ser seco, más calurosos que los anteriores, y estaba el inevitable factor de la fecha y estación que transcurría para el mundo.
Toda la jornada diurna, entre clase y clase, había retenido el picor en lo más hondo de la garganta para no demostrar que algo tan banal e insípido como el clima le afectaba.
Odiaba las plantas, el viento y las secreciones que luchaban con salir de su nariz. La tos le tenía el cuello con picazón, a tal punto que casi se arranca la carne al rascarse disimuladamente con la mano en el almuerzo. ¿No podía conocer un hechizo para matar todos los árboles, arbustos, maleza y cualquier cosa natural que liberara polen?
De haber sido por él, la naturaleza en varios kilómetros a la redonda no existiera más en Hogwarts.
Atravesó todo el camino y bajó las escaleras que llevaban a la mazmorra con aceleración solo para toparse con Hermione Granger y Ron Weasley en los escalones.
Una actitud arrogante le afloró, obligándole a modificar esos deseos inhumanos de encerrarse bajo tierra para no tener encima más corrientes de aire.
Draco irguió la espalda y actuó como si no les hubiese visto, y a cada paso que descendía, las ganas de estornudar se asentaban en la punta de su nariz, pinchándole la voluntad.
Sentía que sus ojos se saldrían de las cuencas, que la tos se presentaría tocando a su puerta con un regalo de congestión y ruido.
Resistió al pasar por su lado recibiendo miradas premeditadas y alertas. Quería deshacerse de esos imperturbables leones que parecían tener un sistema inmunológico más resistente que el suyo.
Justo al saber que esos indeseables estudiantes se habían ido quien sabía a dónde, se sujetó la nariz para no dejarlo salir. No lo haría, no por novena vez en el día.
La sensación de cosquilleo se le alojó en la parte trasera de la lengua, pero se juró no permitir ninguna acción relacionada a ello hasta no encontrarse en el interior de su alcoba.
Sin embargo, las reacciones físicas del organismo son más importantes que evitar sentirse débil frente a otros.
Entró en su sala común y se relajó tanto que, sin poder evitarlo, respiró hondo y soltó el peor y sonoro estornudo.
