Capítulo 7: Nunca llores

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Al pie de las escaleras a uno de los puntos más bajos del castillo vi a Orión regresar de la sala restringida confinada a los entrenamientos de los asesinos; había ido para anunciar mi ingreso, pero se tardó más de lo que imaginaba necesario. La espera me dejó tambaleando de un tacón a otro, tan envenenada de ansiedad que casi ignoré mi adoctrinamiento para hacerle daño a mi manicura con mis dientes. Todo mejoró cuando lo vi aparecer tras la ancha puerta. Se le notaba una especie de inquietud en la mirada, apenas una chispa que pude identificar al contrastarla con su serenidad juguetona de momentos anteriores. Su porte seguía firme, mas no relajado.

—Tú… —Carraspeó—. ¿Estás segura de que no quieres que me quede ahí contigo?

—Por supuesto. Si me ven entrar con un guardaespaldas voy a ser el bocadillo que todos quieran entre sus muelas.

Él alzó una de sus cejas pobladas.

—Si te ven entrar con esas medias, tacones y en vestido vas a ser el bocadillo de todos modos.

—Culpa a tu príncipe por no dejarme ropa más adecuada para una futura asesina en el armario —rezongué cruzándome de brazos.

—Para empezar con que seas mujer basta para ser el bocadillo más codiciado de todos esos bárbaros.

—Exacto, no empeoremos las cosas llevando una niñera.

Me sonrió. Él tenía claro que nuestra discusión era una batalla con un final ya escrito.

—Que agradezcan esos hombres que las palabras no matan, porque no me imagino a ninguno capaz de ganarte en una conversación.

—¿Me estás halagando, joven caballero?

Esta vez fue mi turno de alzar una ceja.

—Le estoy deseando suerte, preciosa joven.

—¿Llamas preciosa joven a todas las Vendidas del príncipe?

—No tengo contacto con las Vendidas de Antares, y de Sargas eres la primera. Como verás, esto es nuevo para ambos.

Di un paso hacia él.

—¿Y qué es esto… caballero?

El rostro de Orión se contorsionó en la sonrisa más hipnótica que había visto hasta entonces.

—Está a punto de convertirse en un delito, mi Lady. Yo que usted no daría un paso más.

Sonreí.

—Cierto. —Retrocedí un poco—. Dejemos ese paso en continuará para cuando me acostumbre a cometer delitos.

Mi osadía lo dejó con los ojos abiertos, inmóvil, estupefacto. Ni siquiera me siguió mientras caminaba hacia la puerta, tampoco se volteó cuando lo hice yo para darle una última mirada antes de cruzar hacia la decisión más significativa de toda mi vida.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now