Capítulo 20: No te detengas

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Entre todo el tumulto de borrachos, y con Orión bastante confiado con la excusa que le puse para levantarme a saludar a Delphini, nada impidió que mi atacante y yo saliéramos por la parte trasera de la taberna

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Entre todo el tumulto de borrachos, y con Orión bastante confiado con la excusa que le puse para levantarme a saludar a Delphini, nada impidió que mi atacante y yo saliéramos por la parte trasera de la taberna. Mientras lo hacíamos él saludó al dueño con ánimo como un viejo colega sin retirar el brazo amistoso que rodeaba mi cintura y me mantenía sometida con el filo de un arma incógnita pero que no dejaba de ser amenazante.

No despertaba del letargo, me sentía adormecida por el impacto de la situación. Hacía tan poco estaba extasiada por las caricias de Orión, impactada y confundida por su beso, eufórica y revitalizada por las palabras de Delphini; y de pronto me conseguía cargada de miedo e incertidumbre, incapaz de formular una hipótesis sobre mi destino.

Detrás del lugar esperaban dos hombres más, vestidos con largos abrigos negros recostados de las paredes del callejón oscuro, uno de ellos creaba nubes de humo por un cigarro a medio consumir.

—¿Sí era ella? —preguntó uno escupiendo el suelo.

—Claro que lo es, mírale los ojos. —Mi atacante me apretó el brazo con más fuerza y me zarandeó para que los demás me vieran—. Es la Vendida del heredero.

—Perfecto. —El segundo hombre se terminó su cigarro de un jalón y lo arrojó al suelo para después pisarlo—. ¿Y su escolta?

—Lo tengo bien entretenido. Créeme, no nos dará problemas... y si se atreve a dar un espectáculo por una simple Vendida... créeme, nunca más será un problema para nadie.

El Fumador sonrió de oreja a oreja. Sus dientes amarillentos y picados solo contribuyeron al retorcijón de estómago que me invadió al escuchar lo que insinuaban de Orión. No solo destruían mi esperanza de que el cazador pudiera hacer de héroe en tan atemorizante ocasión, sino que sugería que él estaba en peligro, o por lo menos a punto de estarlo.

—Perfecto entonces. Le sacaremos miles de Coronas a cualquiera que quiera usar a la Vendida. Nuestra gallina del hoyo de oro.

Mi captor se rió de su desagradable chiste.

—Creo que no era así el dicho —dijo el otro hombre que había esperado afuera. El Fumador le propinó un golpe en la cabeza en cuanto lo escuchó hablar.

—Eres imbécil a veces. Dámela —le exigió al hombre que me sostenía.

—Ah, no. La tengo bien sujeta y quiero que el jefe me vea a mí con ella, yo la descubrí.

—Como quieras. —El Fumador escupió—. Arrástrala al carruaje.

Hasta aquel día había creído que el tráfico de Vendidas era un cuento que se inventaban para que no nos escapáramos de nuestras mansiones. Se hablaba de hombres que secuestraban mujeres para revenderlas a precios estrafalarios cuando tenían un valor especial, o para prostituirlas y sacarles dinero por años cuando no valían mucho. Desde entonces, al ser arrastrada a aquel carruaje de las ventanas negras con jinete misterioso, empecé a creer en historias de terror.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now