Capítulo 26: Madre

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Pulcra, perfumada y sin rastros de mugre, grasa o piel muerta; me sentaron a esperar frente a un espejo inmenso, con solo una bata de seda para cubrir mi cuerpo que transparentaba mis pezones sin pico, mis caderas huesudas, y que mostraría mucho m...

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Pulcra, perfumada y sin rastros de mugre, grasa o piel muerta; me sentaron a esperar frente a un espejo inmenso, con solo una bata de seda para cubrir mi cuerpo que transparentaba mis pezones sin pico, mis caderas huesudas, y que mostraría mucho más si no mantuviera mis piernas tan cruzadas como era posible. Aguardaba a que llegaran con las opciones de vestidos entre las que tendría que escoger, y luego a las doncellas que entre peinados y maquillajes me dejarían apta y reluciente para ser entregada a mi futuro marido en matrimonio. O algo así me habían dicho, si he de ser sincera a totalidad no presté atención a los detalles de nada, ni siquiera a los de mi propia boda, dejé de oír en cuanto me comunicaron que la ceremonia sería inmediata.

Inmediata. Ni un día me permitirían para el luto, para llorar, maldecir, y tal vez matar. Me arrebataron las opciones, la libertad, y me encerraban en custodia de numerosos hombres y doncellas para evitar que escapara de mi condena.

Misericordia, lo llamaban. Misericordia habría sido la muerte, y en ese momento la añoraba como a nada.

Solo la herida en mi brazo llena de nudos de hilo negro se sentía real, era tan horrenda como yo por dentro en ese momento, con ataduras que pretendían sanarla pero que no hacían que dejara de doler. Imaginaba que así tenía el corazón, lleno de costuras mal hechas, adormecido para que no pudiera gritar con fuerza lo mucho que dolía estar ahí, existiendo en un momento como ese.

—Te ves horrenda.

Lo había sentido ni escuchado al llegar. ¿Tan ensimismada estuve?

Lady Cisne avanzaba en mi dirección con las manos cruzadas sobre la amplia falda de su vestido color crema, bordado con flores y mariposas doradas como sus rizos que entonces estaban acomodados en un complicado peinado. Ni siquiera para visitar a una moribunda ella dejaba de brillar.

Se posó con delicadeza sobre el asiento conjunto al mío frente al espejo y añadió:

—Limpia por fuera, pero con los ojos muertos.

—No han muerto todavía —declaré con mi voz seca. Hacía horas que no la usaba, mi garganta se sentía ajena, mis palabras distante de los pensamientos de mi cerebro, y mi voz una completa desconocida a la que no extrañaba nada una vez había comenzado a apreciar el dolor del silencio—. No morirán hasta que se apague el odio en ellos, y todavía les queda mucho de ese.

—¿Hacia quién es tu odio?

—Hacia todo.

—Con eso hemos vivido mucho tiempo, ¿qué ha cambiado ahora?

No había tenido una reacción tan expresiva en el rostro hasta que vi a Lyra en ese momento, en consecuencia a sus palabras, la vi con alarma e incredulidad. ¿Cómo podía preguntarme qué había cambiado si ella había estado ahí?

—Entiendo lo que debes estar pensando, Aquía, pero no me parece que tengas una verdadera razón para apagarte dentro de ese odio y dejar de ser lo que eras hace un día. ¿Te vence una boda? ¿Después de todo lo que tú sabes que has atravesado?

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora