Capítulo 10: Nunca duermas

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—Papá, ¿qué está pasando aquí?

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—Papá, ¿qué está pasando aquí?

—¿Él es tu padre? —pregunté a Ares sin aflojar mi agarre sobre el cuello de Lord Zeta Circinus ni apartar la punta de mi arma de su espina dorsal.

—Por supuesto, eso lo sabe todo el reino. Somos Leo y Ares Circinus.

—Creo que se te olvidó mencionar ese detalle justo después de tu color favorito.

—Suéltalo, princesa. No quieres hacer esto —dijo Ares sacando una daga de su funda.

—Primero me rajo el cuello.

—Si intentas hacerle daño no va a hacer falta. Leo no te va a dejar ni que levantes la mano, tendrás una cuchilla en el ojo antes de que puedas parpadear.

—Qué asco me dan, ¿es que no ven lo que sucede?

Ares volteó a ver a su padre como si lo hiciera por primera vez. El hombre luchaba por una bocanada de aire con los ojos a punto de salirse de sus cuencas, y sus nudillos estaban blancos del esfuerzo que hacían sus manos por aflojar la soga de cabello alrededor de su cuello. Ares lo vio desnudo, con la virilidad colgándole flácida y encogida junto a su orgullo, amenazado por una mujer que si se bajaba de los tacones no le llegaba ni al pecho. Y ahí, en ese instante, en esa situación, vi que los ojos de Ares profesaban más admiración por mí de la que habían sentido por nadie en toda su vida.

—Papá, ¿qué hiciste? Sabes que es traición acostarte con la Vendida de otro.

—¡¿Acostarse?! No sé si es que confundes términos o es que eres imbécil, Ares, pero esto fue un intento de violación.

—Suéltalo y vete, luego hablaremos.

Me mordí el labio, no parecía tener una opción mejor, pero tampoco iba a ceder al instante y perder cualquier atisbo de ventaja que me quedara.

—¿Y los guardias?

—No harán nada. —Volteó a ver a cada uno y reiteró lo dicho—. No harán nada.

—¿Cómo puedo confiar en que prefieras ayudar a una Vendida que a tu padre?

—Solo sal y espérame afuera, yo mismo te acompañaré a tu alcoba una vez me asegure que mi padre no iré detrás de ti.

—No sé qué creer…

—¿Qué opción tienes?

Lo pensé apenas un segundo, consciente de que en realidad no tenía elección. Matar a La Mano era igual a clavarme una espada en el pecho, porque si no me ejecutaban en ese preciso instante, lo harían más tarde en una ceremonia pública.

Solté a Lord Zeta y me dirigí de prisa hacia la puerta. Las Vendidas seguían sin moverse, el trayecto a la salida se me hacía eterno con las paredes danzando a mi alrededor y la sensación de tener el aliento de un lobo en la nuca. Escuché el estallido del cristal al romperse y me volví enseguida para ver a mi presa recién liberada correr detrás de mí con los ojos endemoniados y el pico de una botella recién rota en la mano.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora