33: Presa y cazador [+18]

110K 9.1K 13.7K
                                    

Ser dueña de tu vida implica que no necesitas un hombre para continuar con ella

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Ser dueña de tu vida implica que no necesitas un hombre para continuar con ella.

Si bien la rabia y el dolor escalaban por mi estómago de vez en cuando al recordar a Orión —y a pesar de que sufrí de una pérdida de apetito preocupante—, su ausencia no congeló mi vida. Y no porque no me doliera, sino porque decidí pasarle por encima a ese malestar.

Desmantelé toda la torre. Arranqué el papel que decoraba las paredes, los cobertores de los muebles, camas y sillones; saqué toda la ropa de Lord Cerdinus, su calzado, sus pertenencias, e hizo mi primer viaje en mi carruaje nuevo para conseguir un sitio donde hacer una hoguera con toda esa basura.

Cuando no quedó ni un retazo de tela, ni un fragmento de cuero o papel de lo que fue su existencia, volví y delegué a Míster Ferguson la remodelación mobiliaria. Hizo de la Torre mi hogar, mi reino. Las paredes fueron reforzadas con nuevos tableros decorativos de madera de la mitad para abajo, y en la mitad superior un diseño negro con decorado de estrellas y constelaciones imitaba el cielo de Ara.

En la habitación que le perteneció a la Mano ya no había rastro de su reflejo. La madera pasó a ser blanca, los decorados a seda dorada y cachemir salmón; su viejo colchón inmundo lo reemplazaba una inmensa cama acolchada con almohadas nuevas a juego. Aquila estaba tallada en el suelo, rellena de escarcha en cada punto que constituía una estrella.

Tenía mi propio tocador equipado, un guardarropas nuevo que comenzaba a estructurar con mis prendas personales, y un baúl con armas nuevas que conseguí en los barrios de Ara. A algunas, como una hermosa daga que de empuñadura roja, mandé a grabarles mi constelación en el mango.

Dueña de mi vida y de mi hogar.

☆•☆•☆

—Quiero volver a entrenar, Ares. Estoy cansada de estar todo el día encerrada sin hacer nada.

Había invitado a Ares a comer en el bar donde trabajaba su hermano. Estábamos sentados esperando que nos sirvieran la comida, él con un vaso de ron seco, yo con un cóctel dulce alto en alcohol que me tenía riéndome de más. Sin miedo a exagerar, diría que pasé cinco minutos enteros carcajeándome porque escuché a Ares decir «Sirios» de una manera que en mi cabeza sonó graciosa.

Afuera nos esperaba el carruaje con mi cochero para llevarnos de vuelta a la torre, así que no había problema por la hora, además de que llevábamos los cristales para el frío de la noche de Ara.

—Bueno —dijo mi amigo dando un trago más a su ron. Se le chorreó un poco por las comisuras, así que se llevó sus dedos tatuados a los labios y limpió toda la humedad—. Si el rey no quiere dejarte entrenar con nosotros tal vez debas hacerlo por tu cuenta, yo encantado te ayudaría, y sé que Leo podría sacar algún tiempo libre para darte unas lecciones particulares.

—¿Tú crees...?

Mis palabras quedaron en el olvido por la aproximación de Leo. Sus brazos estaban más gruesos que nunca, como si estuviera engordando y el entrenamiento le diera forma a su gordura. Se veía muy bien, más atemorizante ahora, y mucho más fácil de diferenciar de su hermano además de su distintivo corte al ras de su cabeza comparado a los rizos de Ares.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now