Capítulo 1

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Oäk

Los ojillos hundidos, lechosos y miserables me observaban con ese aire vidrioso desde una de las tres cabezas, la principal y más grande de ellas. A pesar de que sabía que era casi ciego aquella mirada me causaba malditos escalofríos. La bestia estaba rastreándome, oliendo en el aire la sangre que goteaba lentamente de mis heridas abiertas a través de la tela. Era malditamente feroz, una masa enorme de fuerza bruta y músculos macizos cubierto de pelo negro, hirsuto y grueso de más de cinco metros de altura y tenía tanta inteligencia como un jodido molusco, pero tenía talento en triturar huesos y eso era lo mejor de toda esta situación de mierda. Si lograba hacerse conmigo, al menos tendría una jodida muerte rápida, los cadáveres triturados de tres de mis hombres, o lo que quedaban de ellos estaban allí para probarlo y me importaba una mierda. Yo tendría su culo o perecería aplastado como una cucaracha por aquella bestia sanguinaria y apestosa que había arrasado con tres comarcas de duendes y había raptado a la hija de uno de los patriarcas. Putos trolls de montaña por arrastrar mi culo a estas tierras de mierda donde hacía un frío de morirse y maldición, yo odiaba el jodido frío hasta con la médula de mis huesos.

El cuerpo peludo de la bestia se movió con extrema lentitud, arrastrando los pies en las gruesas capas de nieve acumulada. La tormenta de a poco empezaba a arreciar con fuerza y sabía que debía terminar con esta cosa antes de que esta se hiciera más fuerte y debilitara mis jodidos dones. Técnicamente yo no tenía ni una mierda que hacer allí. Desde el momento en que este bastardo había cruzado los límites hacia la tierra de invierno, yo tendría que haber dado marcha atrás, pero demonios, yo ansiaba esto, necesitaba la jodida lucha para sentir algo además de la maldita mierda que me carcomía por dentro. El maldito dolor de perderle me había vuelto insensible a las demás emociones, excepto el dolor, la ira. Yo solo deseaba tener ese jodido interruptor que apagase de una vez por todas el grito obsesionado que había quedado atorado en mi pecho desde el día en que se me prohibió regresar a ella. El dolor por haber sido traicionado por aquel al que había considerado alguna vez mi hermano.

La bestia gruñó, contrayendo sus labios dejando a la vista la monstruosidad de dientes sucios entre los que no me extrañaría encontrar restos de cuerpos putrefactos, solo los enormes incisivos alzándose desde su labio inferior parecían tener mi tamaño, la enorme nariz le devoraba casi todo el rostro y las orejas pequeñas y caídas le daba un aspecto bobalicón, pero estaba lejos de serlo. Debió percibir mi aroma en el aire a último minuto, pues dio un grito gutural, similar al de un jodido orangután y luego le siguieron las demás cabezas creando un coro ensordecedor que sacudió la nieve de los árboles. Su cuerpo cubierto de gruesos pelos negros y aceitosos se estremeció cuando blandió la jodida cachiporra que arrastraba consigo. Era un jodido árbol, un roble grueso para ser exacto, que sacudió como si de un jodido bate de beisbol se tratara antes de estrellarlo sobre la jodida enorme roca donde me estaba escondiendo. Salté justo a tiempo para ver la piedra estallar en un millón de pedazos y no perdí el tiempo. Rodeé al animal blandiendo mi espada azogue manchada de sangre, maldiciendo cada segundo a mis pies que se hundían en la nieve volviéndome lento, pero aun así sabía que podía ser más rápido que aquella jodida cosa bruta. Fui por su espalda y tomé impulso en una roca picuda que sobresalía del suelo, mi espada en alto al tiempo en que mis alas se desplegaban para ayudarme a llegar al centro de su espalda. Habría sido un buen movimiento, lo admito, si no fuera porque una de las cabezas de mierda, la más pequeña y deforme, percibió mi aroma en el último segundo dándole ventaja a aquella cosa que, contra toda lógica, giró sobre sí mismo con extrema rapidez y me cazó en el aire, envolviéndome en su puto puño maloliente como si yo fuera un maldito bicho molesto. Mi espada cayó en algún lugar, pero ni siquiera pude prestarle atención. Solo podía escuchar el crujir de mis huesos a punto de romperse como ramitas secas bajo la brutal presión de aquel puño cerrándose a mi alrededor, asfixiándome, amenazando con hacerme explotar la jodida cabeza. No lo permitiría, porque a pesar de la mierda que se había vuelto mi vida, yo tenía un solo motivo para mantenerme respirando. Y ese era el luchar por volver a ella. Era una causa perdida, lo sabía, me lo habían advertido, pero yo no escucharía, nunca, así tuviera que romper las putas reglas yo hallaría la forma de regresar a ella.

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