Capítulo 4

757 73 16
                                    


Sam

La impresionante vista del mar Adriático me dio la bienvenida desde la pequeña ventanilla del avión cuando por fin abrí los ojos después de casi veinte horas de jodido vuelo y sentí de inmediato como la nostalgia me golpeaba directamente en el pecho al notar que era del color exacto a los ojos de Oäk. Esos ojos de mar transparente en los que solía perderme tan a menudo y a los que consideraba los más bonitos que había visto en toda mi vida. Lo extrañaba de manera tan jodida y desesperada que podía sentir el picor de las lágrimas pinchándome los ojos rojos e hinchados, pero llorar no era un lujo que me podía dar ahora mismo. Después de dos trasbordos y una comida que parecía de cartón, las veinte horas que llevaba en el aire comenzaban a pasarme factura fracturando las frágiles barreras que me había autoimpuesto para no echarles de menos. Yo estaba fallando miserablemente, sobre todo porque gracias al jet lag, las hormonas del embarazo estaban remontando en su ola perfecta. En síntesis: Yo era un desastre de nervios y mocos a punto de desbordarse como una jodida represa.

Una lágrima se escapó sin poder evitarlo y resbaló cuesta abajo en mi mejilla. Yo quería que Oäk me abrazara, lo necesitaba tan desesperadamente. Necesitaba ver a Arien y que este me dijera que todo estaría bien, que todo había sido un error de su parte, que él en realidad me extrañaba. Los necesitaba a ambos, rodeándome en esa calidez que siempre me invadía cuando dormíamos en la misma cama, la tibieza de ese espacio que se había convertido en mi sitio seguro en el mundo. Ya no quería correr, no quería llorar, no quería sentirme sola y sin saber qué demonios hacer ni que sucedería. Mi bebé merecía conocer a sus padres, merecía su protección, sobre todo, merecía ser amado por ellos. Aunque me negara a admitirlo en voz alta, yo estaba jodidamente asustada. Tenía miedo de no poder recuperarlos, tenía pánico a joderlo todo como madre, tenía un terror casi patológico al futuro.

Unos dedos me tocaron el brazo sobresaltándome y trayéndome al presente de un sentón asesino. Me giré y vi la preocupación dibujada en los bonitos ojos azul medianoche de la nueva adquisición de mi padre a mi lado. El rubio sujeto me miraba frunciendo el ceño preguntándose quizás por enésima vez que carajos estaba pasando por mi mente, aunque en mi vida me hubiera imaginado que fuera del tipo sentimental. Luego sin que lo estuviera esperando, simplemente alzó su mano y limpió la lágrima que se había deslizado hasta mi mentón. Intenté desviar la mirada avergonzada, pero él no me dejó.

- Todo saldrá bien alteza – dijo con voz calmante. Lo de alteza era solo un estúpido apodo que nada tenía que ver con el respeto y todo con el sarcasmo de aquel sujeto al que desde un principio aprendí, le encantaba tomarme el pelo.

Asentí, pero no dije nada y él tampoco hizo preguntas. Había descubierto a lo largo de las veinticuatro horas que llevaba conociéndolo, que Alec Hunter no era un mal tipo. Era paciente hasta cierto punto, no cuestionaba una mierda, ni siquiera cuando me vio cambiar mi pasaje a San Francisco por uno a Croacia y sacar uno extra para él, por supuesto, ambos en clase turista sino mi tarjeta de crédito me habría explotado en las manos como una jodida molotov. Al entregarle pasaje en mano él solo había alzado una ceja rubia y se había sentado conmigo en la sala de espera del aeropuerto a esperar la salida de nuestro vuelo sin hacer preguntas.

"Estoy aquí para cuidar tu culo, no para cuestionar lo que haces, no voy a chismearle al jefe, así que no me mires como si fuera un terrorista" Había dicho cuando le pregunte si iba a delatarme con mi padre por mi loca decisión de ultimo minuto. Bien, se había ganado mi jodido respeto con eso, se lo debía después de todo yo había puesto el jodido grito en el cielo cuando mi padre tan elocuentemente como siempre, me anunció de que Alec Hunter sería mi sombra de ahora en adelante.

- ¡De ninguna jodida manera! – Le había gritado hasta casi destapar el jodido techo, pero mi padre ni siquiera había pestañeado.

AwenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora