Capítulo 14

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Sam

La sangre de los duendes creaba riachuelos interminables como venas enfermas extendiéndose a lo largo de mortuorio campo de batalla. El fuego se alzaba en vengativas columnas hacia el cielo mientras el crujir de los cadáveres al arder hacían ecos a través de las cañadas bañadas con el silencio de la muerte. El gélido aire invernal bajo un cielo gris que ha perdido la magnificencia de antaño resentía sobre los moribundos seres que yacían en pedazos esperando con ansias la redención de la muerte. La devastación y la oscuridad acentuaban su presencia en el llano grotesco sembrado con los cuerpos desmembrados de los caídos y las sombras danzaban como demonios regocijándose en el infierno de aquel nuevo mundo oscuro que había nacido y veía su esplendor entre los clamores de agonía de aquellos que estaban muriendo para que él pudiera vivir. A lo lejos, dos cadáveres destacaban sobre una columna de rocas sangrientas que se alimentaban y nutrían de la vida que goteaba lentamente de ellos cuyas alas se habían opacado, habían perdido su brillo y titilaban lentamente hacia su extinción total. La macilenta palidez de sus pieles se congraciaba con la mueca horrorizada y deforme de sus bocas horrendamente abiertas, como si ellos hubieran encontrado el fin en un grito interminable de agonía que había decidido perpetuarse de esa forma por toda la eternidad. Sus ojos... ellos no tenían ojos. Estos habían sido arrancados de sus cuencas donde ahora solo podían verse un par de agujeros sangrientos e infinitos que goteaban lentamente... Ojos, esos ojos que yo recordaba, brillaban cuando ellos sonreían y que podían quemar cuando amaban... Ojos impresionantes del color del mar... ojos cálidos como las hojas de otoño...

Mi cuerpo saltó como un resorte dejándome sentada, con la respiración atorada en la garganta y la sensación de que había estado gritando. Un sudor helado perlaba mi frente y empapaba mi espalda y mi pecho agitado de un miedo irracional que nublaba mi juicio. Las imágenes horrorosas de aquella pesadilla aún estaban estampadas frente a mis ojos, vivas en mi cabeza impidiéndome ver nada más allá de mi angustia, de mi desesperación y de mi miedo atroz que lograba volverme un nudo la boca del estómago hasta el punto de ser doloroso.

Habían sido ellos... ellos estaban muertos. No iba a volver a verlos...sus cadáveres desvanecidos como desarticuladas sombras se burlaban de mi desde la muerte diciéndome que ellos estaban así por mi culpa. Que yo los había matado.

Sin poder contenerme a mí misma, comencé a llorar.

Sollozos tan profundos y dolorosos que me encogían el pecho y no hacían nada por disminuir mi pena a pesar de que ahora sabía que todo había sido un sueño. Una pesadilla horrible de la que apenas empezaba a darme cuenta.

- ¿Sam? – La voz de mi cariñín me llego como un bálsamo desde algún lugar en medio de toda la oscuridad que me rodeaba. Un segundo después, él se cernía sobre mí, sus dedos tomando mi mentón, espantando los mechones de pelo que se me pegaban a las mejillas por la humedad de las interminables lágrimas – Nena, qué sucede... Estoy aquí, todo fue un sueño... -

No pude evitarlo, me lancé hacia adelante, aferrándome a él como si se me fuera la vida en ello. Yo necesitaba sentirlo, necesitaba saber que él era real y que estaba allí conmigo, vivo, respirando el mismo aire que yo, su corazón latiendo tan fuerte como de costumbre. Mi beso fue brusco, desesperado, como si intentara insuflarle vida a través de mi boca, pero no podía detenerme ni con la mejor de las voluntades. Tomé su rostro entre mis manos, su barba crecida hundiéndose en mis palmas mientras lo obligaba a caer de espaldas en lo que ahora sabía, era una enorme cama. El molesto vestido cedió y fue desgarrado cuando trepé a horcajadas sobre él sin apartar mi boca de la suya en un beso desordenado, brusco, todo un choque de dientes y humedad que me hacían palpar su sabor en mi lengua. No me importaba si yo parecía una loca desquiciada por asaltarlo de esa manera, yo necesitaba sentirlo, necesitaba tenerlo dentro de mí, necesitaba saber que estaba vivo. Mi boca desperdigó besos fugaces que fueron derramándose por su mandíbula hasta su cuello donde mis dientes mordisquearon su piel con ese intoxicante y adictivo aroma dulce de manzanas y hojas secas. Él gimió estremeciéndose visiblemente bajo mis piernas, sus manos fueron a mi cintura y de allí hacia mi trasero donde sus dedos se hundieron dolorosamente marcando el ritmo cuando mis caderas comenzaron a mecerse sobre las suyas, mi piel desnuda sobre la protuberancia hinchada bajo la tela molesta de sus pantalones.

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