Capítulo 9

682 70 3
                                    


Sam

- Wow... si en diez años continúas viéndote así Alteza, creo que voy a anotarme para ser tu esposo número tres... -

- ¿Mi esposo número tres? ¿Y qué diablos le sucedió al uno y al dos? –

- Nada que puedas probar ante una corte, alteza... -

Puse los ojos en blanco.

Idiota.

El leal dolor en el culo que resultaba ser mi guardián estaba de pie en la puerta de mi dormitorio, que resultaba ser también el dormitorio de Djin a quien había echado más temprano por disparidad ideológica. El muy cretino había sugerido permanecer en el cuarto para velar por mi mientras me bañaba en la hermosa y enorme bañera dorada que había hecho subir a la habitación y yo en respuesta le había arrojado por la cabeza la jarra con el elixir que había preparado Paralda para mis nauseas con tan buena puntería que le había dado en la tiesta y de paso le había empapado el orgullo con el menjunje dulce y pegajoso. Él se había marchado rumiando como una mula después de eso y yo no había parado de reír en lo que fue más de media hora ¿Ven? Diferencias diplomáticas.

Sumergirse en el vaporoso líquido aquel que olía a miel y a frutos silvestres tan tibio como un abrazo cálido de sol, equivalía a alcanzar el Nirvana y quedarse a vivir en la última nube del cielo con Buda. Era perfecto, tanto que podría haber permanecido allí dormitando para siempre cuando descubrí con asombro como el agua tibia jamás se enfriaba y que lo que sea que hubieran usado para perfumarla le daba a mi piel una cualidad etérea que resaltaba más su iridiscencia dorada. Literalmente, yo resplandecía.

Mientras estaba en el agua, fue inevitable que pensara en mi par de dolores en el culo a los que echaba de menos hasta con el ultimo retacito desgastado de mi alma.

Los había escuchado discutir con Djin más temprano, eran ellos. Cuando había escuchado sus voces mientras me ocultaba sobre el rellano, había tomado cada onza de paciencia suspendida en mi alma para no correr escaleras abajo y arrojarme a ellos. De hecho, era lo que había estado a punto de hacer cuando Alec me sorprendió espiando y me obligó a volver al cuarto.

Oäk había estado furioso. Mi gran príncipe rubio e impulsivo tan adorable y dulce no tenía filtros a la hora de gruñirle al Dios del fuego como si fuera un jodido parásito molesto. Arien en cambio solo era... Arien. Mi cariñín siempre era demasiado controlado, demasiado estirado como para caer en la desgracia de hacer un berrinche delante de los demás, era por eso que siempre era difícil saber lo que estaba pensando y cuando algo le molestaba realmente. Las únicas veces en las que lo había visto perder el control fueron cuando nos habíamos amado, solo entonces había dejado caer su máscara de cinismo y había podido ver su real esencia. Ahora como tantas otras veces, mientras todo lo que había deseado hacer Oäk era arrancar pared por pared de la casa de Djin hasta encontrarme, Arien solo se había limitado a esa jodida y arrogante forma suya de hablar, como si realmente le diera lo mismo si me encontraba o no.

No había escuchado demasiado de que iba la jodida conversación, solo le había prestado atención a la parte en la que Djin les regurgitaba en la jodida cara todo el asunto de las prometidas de mierda y que como esa misma noche durante las celebraciones iba a anunciarse el par de bodas reales. Djin había sugerido que después solo me tendrían como a una querida. Una amante que solo les ocuparía medio tiempo mientras ellos se dedicaban a joder con sus verdaderas esposas. Cretino. Quería golpearlo. Entonces la voz pasiva de mi cariñín simplemente había respondido alta y clara: - "Serías aún más estúpido de lo que creo que eres si tenemos que responder a esas preguntas" ... - Después de eso Alec me había arrastrado de nuevo a la habitación de Djin como si yo fuera una mocosa imprudente.

AwenWhere stories live. Discover now