Capítulo 25 (Final del 2° Libro)

573 70 4
                                    

Sam

¿Realmente crees que ellos te aman, Señora de las Sombras?

Debes abrir los ojos. Convencerte a ti misma que el amor que ellos creen sentir no es mas que vana lujuria. Las Devas estamos hechas del material mismo de las pasiones, mi señora y lo que ellos llaman amor, no es mas que la voz del deseo hablando y la prueba más grande está en que no importa cuan hondo hayan caído mientras estuviste ausente y no podían reclamarte. Ellos no se volvieron hacia su oscuridad. Ellos no cambiaron. Convéncete señora de las cortes oscuras, ellos no te aman. Tu solo representas un buen trato para Faiel, eso es todo. Solo eres una corona por ganar para mis señores, la llave que les dará poderío sobre todo aquello a lo que una vez temieron. Que los reyes elementales hagan tan rápido el anuncio de la boda real es la prueba da fe de lo que estoy diciendo... -

Me abracé a mi misma en medio de la oscuridad e intenté consolar los vestigios de mi alma tan rota con el eco casi imperceptible de aquel diminuto corazón que latía en mi vientre y que contradecía tanto a las palabras de aquella bruja blanca. Sin embargo, no pude y el frío de la desolación acudió una vez mas a ahogarme de angustia, llevándome a hipear una vez más sintiendo que el corazón se me encogía en un puño agarrotado de saber que aquellas palabras eran la verdad y que yo había sido una tonta por haberles creído tan ciegamente desde siempre y probando mis pensamientos estaba el hecho de que Arien se había acostado con ella. Él había estado con ella y luego me había buscado como el plato de segunda mesa que era para él. Yo nunca fui importante en su vida ni en la de Oäk, la prueba estaba en que él le había cubierto bien las espaldas aún cuando eso significaba verme la cara de tonta, aún cuando significaba que yo iba a hacer el ridículo ante todo Faiel como la estúpida reina oscura con la que los herederos al trono se pasaban como una muñeca inflable cuando se les venía en gana y cuando no, tranquilamente recurrían a sus amantes.

Las lágrimas se escaparon por mi rostro tan afiebrado, tan malditamente tenso de tanto llorar que dolía. Un hondo estremecimiento sacudió mi cuerpo y mordí mi puño para no gritar. Mi rabia, mi dolor, mi impotencia eran tan grandes que estaba segura que no sobreviviría a la noche. No al menos con las palabras de aquella zorra artera apuñalándome la conciencia una y otra vez abriéndome aún más los ojos por lo estúpida que había sido desde un principio en toda esta historia.

"Él se acostó conmigo mi señora, creí que usted ya lo sabía. Se abalanzó sobre mí ni bien el príncipe Oäk se fue de la biblioteca, dijo que me había echado de menos. No me extrañaría si después hubiera acudido a su lecho como su deber debió dictarle, mi señor Arien siempre fue así. Antes de su partida hacia el mundo humano solíamos pasarnos tardes y noches enteras encerrados en su habitación de donde no me dejaba salir hasta que el no perdía la conciencia y me dejaba exhausta. Mi señor Arien es un amante formidable..."

Él se había acostado con ella. La esencia a miel que Arien había llevado impregnada en la piel era todo lo que necesitaba para saber que cada maldita palabra que con saña aquella artera perra de mierda había escupido como una burla cruel a mi cara, hablaba por sí misma, haciéndome sentir sucia y estúpida. Me sentía tan malditamente avergonzada de haberle susurrado tantas cosas mientras hacíamos el amor, de haberle dicho tantas veces que lo amaba mientras lo sentía entrar en mí. Me sentía avergonzada y furiosa por haber disfrutado de sus caricias y besos que no eran mas que una muy bien orquestada escena, por deleitarme por aquella expresión desencajada de su rostro cuando lo había tomado en mi boca y que ahora sabía bien que solo había sido un jodido acto.

Dolía maldición, dolía porque la misma mierda se aplicaba a Oäk. Él lo había sabido todo el tiempo, él lo había encubierto aun a sabiendas que iba a hacerme daño y de que estaba actuando como una maldita mujer estúpida haciendo el ridículo delante de ellos, delante de cada siervo, delante de cada rostro desconocido en aquel palacio del que ahora solo quería escapar y largarme muy, muy lejos.

AwenWhere stories live. Discover now