Capítulo 2

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Sam

Calabazas, manzanas y muchas jodidas mierdas del otro mundo era lo que llevaba viendo toda la maldita semana y aquel día era peor. Hey, no me malentiendan, no es que no amara el ¡Truco o trato! de hecho, me divertía, realmente lo hacía. Dave y yo una vez habíamos conseguidos unos disfraces geniales en liquidación y nos habíamos disfrazado de Peter Pan y Campanita, él había teñido su cabello blanco con tinte temporal color castaño oscuro y yo había usado purpurina hasta en las muelas. Había sido divertido, incluso teníamos muchas fotos para probarlo, donde ambos parecíamos hermanos gemelos con distinto color de ojos y estatura. Porque donde Dave era alto como un poste, yo parecía un hobbit. Un jodido hobbit que era arisco como un ermitaño, pero con muchas curvas y cero paciencias. Como les decía, no era que no apreciara Halloween, de hecho, me encantaba, lo que mataba el espíritu eran las jodidas mierdas del otro mundo que por alguna razón pensaban que escapar de Faiel en pleno apogeo del Samhain era una buena idea. Digo, la fecha era tan buena como cualquier otra durante todo el año, pero quizás era toda la energía humana vibrando alta como el repiqueteo feliz una brillante campana de invitación la que los llevaba a intentarlo el doble aquel día y casi todos eran mierdas de duendes gruñones y sádicos que no tenían mejor idea que traer a sus mascotas consigo. Como aquel Nocker con el que ahora mismo estábamos besando el piso, mientras que su tierno topo del tamaño de un caballo intentaba clavarnos el culo con sus colmillos a mitad del Central Park. Como sea, era una bendición que fuera una zona lo bastante lejos como para que ningún humano curioso viera nuestra zurra épica y genial como salida de Hollywood, de hecho, casi estaba oscureciendo y casi nadie con dos dedos de frente se atrevía a caminar solo por aquella zona a esa hora por temor a los asaltos. Pequeñas bendiciones.

- ¡Sammy, detrás de ti! – ladró Dave desde el otro extremo del lago justo a tiempo para hacer que mis reflejos se pusieran en marcha y me agachara a tiempo evitando que una cola calva y carnosa me diera justo en la tiesta. Jodido bicho asqueroso.

Rodé hacia un costado y sentí la magia rezumando en mis venas, más poderosa que antes, fluyendo con vida propia acumulándose en la palma de mis manos donde explotó y envió una gran bola de fuego índigo directamente a chamuscar la nariz de aquel bicho rosado que retrocedió con un chillido, abriendo enorme el hocico humeante y mostrando una hilera de afilados dientecillos como los de un jodido tiburón, sin embargo, de inmediato, el bicho mutante comenzó a cavar para huir de mi alcance. Pequeño bastardo cobarde. Sus enormes garras del tamaño de un casco de motocicleta, rasguñaban y herían la tierra húmeda bajo nuestros pies a una velocidad que era alarmante.

Lo admito. Aquella mierdecilla lo habría logrado si no fuera porque estaba tratando con una jodida Keltoi que había follado con un príncipe duende de tierra que en vez de pegarle herpes le había pegado un poco de su magia elemental. Pequeñas bendiciones.

Caí en una rodilla y planté la palma de mi mano sobre la tierra oscura y de inmediato la sentí gemir adolorida gracias a la herida que el jodido topo mutante estaba causándole con sus uñas. La magia elemental fluyó a través de mis venas, quebrándome un poquito el alma cuando lo presentí a él al final de aquel hilo, pero hice todo lo posible por ignorarlo. Entonces con el pensamiento le ordené a la tierra a mutar y endurecerse. Como agradecida la tierra bajo mis dedos suspiró y cambió volviéndose granito. El topo con esteroides había estado con la mitad de cuerpo sumergido en su hueco, por lo que cuando la tierra se endureció, quedó atrapado sin poder salir ni seguir cavando. Podía escuchar los amortiguados chillidos desesperados de la bestia bajo mis pies. No me importaba. Tomé el athame de hierro del cinturón de mis pantalones y la hoja con runas grabadas fue a través de la blanda carne gelatinosa de aquel bicho que chilló aún más antes de reducirse a simple polvo azul brillante. El hierro era venenoso para todo ser del otro mundo, Deva u oscuros, estar en contacto con él era para ellos lo mismo que sufrir de quemaduras de tercer grado y ser despellejados vivos todo al mismo tiempo. Una hoja limpia a través de su organismo los enviaba derechito al mundo de los espíritus. Ahora el dulce topo asqueroso mutante debía estar cavando túneles bonitos en el panteón de los difuntos.

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