Capítulo 17

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Sam

El barco se sacudía, para un lado y para el otro sin un segundo de pausa, como si de una enorme cuna mecedora se tratara y yo estuviera en el medio a mereced de la mano que la estuviera meciendo. Oh santa mierda de Dioses. Mis tripas estaban jugando a un corre que te pillo frenético sacudiéndome el estómago con un vahído similar al de caer desde la luna a la tierra sin escalas, no aguantaría demasiado. El jodido barco estaba moviéndose más fuerte provocando que la bilis se me acumulara en la garganta y me pusiera la boca pastosa. Yo iba a vomitar.

Abrí mis ojos de golpe, sintiendo mi rostro afiebrado y mi frente empapada de sudor con la certeza de que, si ahora mismo me miraba en el espejo, estaría tan verde como un jodido pimiento. Una nueva ola de nauseas rompió dentro de mi subiendo por mi garganta con urgencia y haciéndome apretar los dientes mientras respiraba por la nariz lentamente. No quería, pero definitivamente, yo iba a vomitar.

Con un ágil salto, salí de la cama con el vahído de los mareos pegándome como la borrachera mal curada de la noche anterior y como pude, corrí a la primera puerta que vi disponible en aquella habitación, que me di cuenta, era la misma que la noche anterior, solo que a la luz del día se veía menos espeluznante y mas espaciosa. Cuando crucé la puerta me di cuenta de que era un baño pero versión mundo de las hadas, una mezcla maravillosa de mármoles verdes jaspeados, piedra blanca, vegetación y orfebrería, porque oh si, nada de nimiedades para los culos mimados de los retoños de Faiel, eso era lo que gritaban los grifos de oro y plata de los lavamanos de jaspe o el piso de oro y piedras preciosas incrustadas bajo la constante caída de agua a modo de ducha que fluía hacia las exóticas plantas de hojas lustrosas y gigantes que crecían por los rincones bajo la cúpula acristalada del techo donde un límpido cielo de un azul celeste imposible brillaba con una luz difusa, volviéndolo todo etéreo.

Seeeh todo era muy, muy bonito y habría sido perfecto si hubiera dado en algún momento con algún jodido retrete. Pero no había ninguno ¿Cómo diablos se suponía que aquellos monstruos hacían lo que Dios mandaba? ¿En algún arbusto? Manada de bichos raros ¿Dónde diablos se suponía que iba a devolver mi bendición por la boca ahora? Me dejé caer sobre el piso de mármol verde junto al lavabo de piedra agradeciendo en silencio el frescor de la superficie que se pegaba a mi mejilla calmando en algo las náuseas. Pero no era suficiente, maldición. Sentía el rostro enfebrecido y mi estómago a punto de regurgitar mi primera papilla de bebé.

No fui consciente de cuando la escarcha comenzó a crecer bajo mi mano, solo supe que cuando aquel frío bienvenido de los pequeños cristales de hielo que subieron por las paredes en aquel pequeño rinconcito en donde estaba acurrucada, sonreí feliz porque calmaban la jodida molestia de mi estómago y me adormecían de puro alivio. Ya no me arrepentía de haberle lanzado el menjunje dulce de Paralda a Djin cuando quiso pasarse de listo.

- ¿Qué diablos? – escuché aquella voz pasmada a la que habría seguido a las entrañas de un jodido infierno – Cariño ¿Qué demonios? –

Abrí levemente mis ojos para mirarlo y estaba segura que sonreía como una idiota con alivio – El frío aplaca las jodidas nauseas... -

- ¿Estás enferma? – lo sentí acercarse e hincarse frente a mí, aparatando los mechones húmedos de mi frente sudorosa – Te ves demasiado pálida... -

- Estoy a punto de regurgitar al niño elemental, por supuesto que debo verme como la mierda... - sonreí ante el gesto de preocupación suprema que se dibujó en su rostro, como si yo estuviera en la fase terminal de algo - ... Pero tranquilo papá. El frío disminuye las jodidas nauseas. Y ahora que estás aquí también hace que me sienta mucho mejor... -

Oäk se dejó caer en el piso junto a mí y me llevó justo a su pecho espectacularmente desnudo mientras me envolvía en un tierno abrazo que hizo que la marca en mi espalda y en mi brazo ronronearan como un gatito muy, muy mimado. Mierda, sip. Yo definitivamente empezaba a sentirme malditamente genial ahora mismo. Cuando deslizó sus dedos entre mi cabello, él definitivamente me tenía. Me hice sitio en el hueco de su cuello y cerré los ojos aspirando hondamente su perfume a mar mientras aquellas suaves caricias me adormecían y el calor tibio manando de él me daban la sensación de estar cobijada y segura como no me había sentido en mucho, mucho tiempo. Por instinto rodeé su torso con mi brazo negándome a dejarlo escapar y permanecimos de esa forma por un largo rato, sin pronunciar ninguna palabra, disfrutando de aquella sutil y maravillosa calma que sin querer había descendido sobre nosotros después de lo que había sido una noche del infierno.

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