Capítulo 18

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Sam

Lo primero que vino a mi mente en medio de la jodida bruma de mi mal humor y mis ganas de asesinar al adorado retoño del rey de invierno y la reina de otoño fue "¡Guau! ¡Cuando se trate de la jodida realeza de Faiel no escatimen gastos!" Aquel lugar era acojonantemente enorme y tan malditamente caro como las minas de un duende avaro. El salón dispuesto en semicírculo, era como un enorme anfiteatro en cuyo centro se elevaban tres pedestales que miraban directamente a los obscenamente dispendiosos cuatro tronos que se alzaban por sobre todo el lugar sobre una plataforma que parecía hechas de mármoles y piedras preciosas de todos los colores. Un trono de plomo, otro de plata. Uno de oro y el otro de bronce. Eran hermosos y bellamente labrados, pero no se comparaban a los que estaban por encima de ellos, bellas obras de arte brillando como el cristal y de alguna forma supe que eran los tronos donde se asentaban las reales posaderas de los Dioses elementales. Por lo demás, todos los asientos alrededor que de a poco empezaban a colmarse de gente eran de más mármol de colores. El techo era una cúpula preciosa de metal labrado y cristal que dejaba caer la luz dorada del sol sobre el elaborado diseño de los mosaicos sobre el suelo. Todo era jodidamente enorme y ostentoso, tanto que de repente me sentí pequeña y con la imperiosa necesidad de girar sobre mis talones y salir corriendo de la tierra de nunca jamás hacia mi mundo y mi pequeño departamento ratonil donde mi culo solo era juzgado por las arañas patonas que tejían sus telas en los rincones y un poco por la vecina chismosa del edificio del frente cuya ventana daba justo a la de mi cocina. De hecho, eso era lo que había estado a punto de hacer cuando un muchacho vestido en el uniforme genial que llevaban todos los guardianes de Faiel apareció delante de mi haciendo una reverencia que era demasiado elegante para un niño que no aparentaba más de dieciséis años. Su cabello era del color de las hojas al igual que sus ojos resaltando en su tez dorada – Mi señora – musitó con voz musical ondeando su capa verde oscuro por sobre su hombro. Un duende – Por favor tome su lugar en el atrio central del salón... - murmuró gentil y educado, algo completamente opuesto a los adolescentes de mi mundo - ... La sesión de hoy está a punto de empezar... -

Mierda. Si me lo pedía así no podía negarme. Tan malditamente cerca de largarme de allí, jodida mi suerte que debía odiarme tanto o más como estaba odiando con todas mis tripas negras al bastardo traidor de mi cariñín. ¿Por qué siempre tenía que actuar tan jodidamente imbécil? Comenzaba a creer que era como una jodida regla cósmica que sacaría al mundo de su eje si ese bastardo idiota comenzaba a actuar de manera decente.

Su antigua amante por la que había pateado el piso con su temperamento de mierda cuando tuvo que cruzar hacia mi mundo para buscarme estaba de vuelta ¿Y qué? Yo estaba llevando a su jodido bebé, yo era quien llevaba su puta marca en mi pecho, yo era a quien él decía que amaba. La aparición de esa perra en su vida no significaba nada ¿cierto? Mierda. Odiaba sentirme de esa jodida manera, era como si con Arien las cosas nunca pudieran ser malditamente tranquilas. Las tripas se retorcían dentro de mi como gusanos del mal y mis dientes se apretaban con tanta fuerza que iban a volverse harina en mi boca con solo recordar como esa rastrera rata traidora le sonreía a la puta bruja blanca como un imbécil ¿Por qué diablos no podía ser fea, maldición? Esa zorra era todo lo que yo no era, delicada, elegante, dulce hasta parecer un jodido y dorado botón de azúcar. Y no solo se había acostado con mi cariñín, no, por supuesto que no. También había tenido su porción de mi príncipe rubio, quien al menos podía salvar a su favor que la puta arpía le caía como una patada en las pelotas. Jodidos sujetos libertinos de mierda.

- Alteza ¿Sigues en el mundo de los vivos? –

Parpadeé como idiota por varios segundos antes de que reconociera la voz de Alec hablándome por sobre el hombro. Por su expresión de burla al parecer llevaba rato llamándome sin que yo conectara mi jodido mal humor con el mundo que me rodeaba. Debía empezar a sacar mi cabeza de mi culo por esta vez.

AwenWhere stories live. Discover now