Capítulo 7

626 81 2
                                    


Sam

Mierda, mi cabeza era una jodida lavadora vieja.

Daba vueltas y más vueltas, golpeaba como un jodido jumbo y era ruidosa. Demasiado malditamente ruidosa. ¿La luz del jodido sol tenía que ser tan malditamente brillante? ¿Cuándo mierda había dejado abiertas las cortinas de todas formas? ¿Es que acaso el señor sol no podía entender que existíamos personas con la misma lucidez de un zombi con resaca intentando volver a abrazarse al jodido Morfeo por diez minutos más? Intenté girarme y hundir mi rostro en la almohada que olía extrañamente, algo así como a cerezas y ¿lluvia? ¿Cómo demonios una almohada podía oler a lluvia? Como sea, no podía recordar porque demonios el cuerpo me dolía como si me hubiera pasado una jodida aplanadora por encima y después el desfile de una banda completa de Mardi Gras y tampoco tuve tiempo de averiguarlo. Las jodidas nauseas matutinas hicieron su aparición como un jodido reloj marcando la hora, provocando que mandara a la mierda el dolor y me sentara de golpe. Odiaba con todo el corazón vomitar maldita sea ¿Hasta cuándo las náuseas seguirían jodiéndome las mañanas? Si hubiera ido a un jodido médico desde un principio como Elsie había sugerido, esto no sucedería, tendría mi medicina y todos contentos. Siempre yo podría ir hoy y...

Santa mierda de hadas bailando con el culo al aire el lago de los cisnes.

Ir a un obstetra el día de hoy estaba fuera de cuestión, de hecho, estaba malditamente fuera de este mundo... literalmente.

Lo primero que noté fue que no había paredes allí donde se fijaban mis ojos, ni a los costados ni al frente. En su lugar había enormes doseles espesos de hiedras y enredaderas saturadas de flores de todos los colores inimaginables, eran enormes, tenían pesados aromas dulces y caían desde la enorme bóveda ensortijada de más plantas que era el techo dejando a la vista una panorámica gigantesca de todo el asombroso cielo de un matiz azul tan límpido que debería catalogarse como nuevo color. Cuatro pilares de piedra blanca gigantescos estaban en las esquinas abrazados por más enredaderas y campanillas y en cada uno de ellos había lámparas con un fuego violeta que aún se mantenía ardiendo como si tuviera vida propia. Inspeccioné por más alrededor y caí en la cuenta de que no había más mobiliario que la enorme cama de sabanas doradas en la que había estado dormitando hasta mi próxima fase zombi. Tonta de mi por no haber notado primero a la molesta y larga figura pelirroja estirada a mi lado, durmiendo como un muerto sin nada más que un par de pantalones vaqueros. Había que admitir que Djin el idiota a pesar de ser un imbécil con la boca demasiado grande era impresionante. No era hercúleo, pero tenía todo correctamente marcado en su figura esbelta de modelo Calvin Clain. Su cabello revuelto contrastaba asombrosamente con el pálido dorado de su piel y tenía los rasgos delicados y finos, casi andróginos, su nariz imposiblemente respingada, y un imperceptible rastrojo de barba de un día sombreándole la fina mandíbula. El Dios del Fuego, la lujuria y las pasiones estaba en mi cama, semi desnudo, durmiendo como un bebé al que acaban de alimentar y por supuesto, como dejar de lado el hecho de que era el tío distinguido de uno de los amores de mi vida. De hecho, no podía dejar de admirar cuan idéntica era la nariz de Oäk a la de este libertino idiota al que estaba por espabilarle el culo de un solo guantazo.

En eso estaban mis pensamientos cuando el idiota dormido frunció las cejas, como si soñara y empezó a balbucear.

- Sil... - fue todo lo que pude distinguir entre el jodido mar de incoherencias que escapaba de su babeante boca, porque, oh sí, él estaba babeando - ...Bombón... Bombón ¿Por qué...? No te vayas... No te vayas Bombón yo te a... - rayos, se detuvo. Abrió los ojos con susto. El par de gemas amatistas aún nubladas por el sueño miraron alrededor y luego se posaron en mí, fruncía el ceño como tratando de adivinar si yo era parte de su jodido sueño o si en verdad estaba sentada mirándolo dormir en su propia cama – Sobrinita... - murmuró con voz pastosa – ¿Desde cuando tienes ese espeluznante habito de mirar dormir a las personas? –

AwenWhere stories live. Discover now