2. Escapar

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Samantha ingresó a aquella clínica y perdió de vista a su tía en pocos momentos.

La despidió con un apretón de manos y un beso sonoro que de seguro fue para quedar bien frente a las enfermeras y abandono el lugar.

- Te visitaré todos los días - le dijo antes de irse.

Samantha sabía que eso no era verdad.

Ni siquiera le sonrió, ni le devolvió el saludo. Estaba enojada.

No, estaba furiosa.

Con su tía por meterla allí y con ella misma por no tener las fuerzas suficientes para defenderse.

No había podido evitar que la metiesen allí, lo poco que había dicho no había servido de nada porque según el psiquiatra al que su tía la había llevado no estaba apta para estar fuera y representaba un peligro para ella misma y para la sociedad.

Ella, un peligro, que lo mas grave que había hecho en la vida era agarrar por los pelos a una niña que le había robado los crayones a su mejor amiga cuando tenían cinco años.

- Toma linda, esto es para ti - una enfermera que no le había dicho su nombre le colocó una pulsera blanca en la mano derecha.

Samantha alzó el brazo para poder verla mejor.

Tenía el logo de la clínica, su nombre, documento de identidad y número de habitación.

No le gustaba que la hubiese llamado linda pero no dijo nada. No había dicho nada desde que llegó y la condujeron por un pasillo que no era el de la gente común que visita la clínica, era el de los pacientes.

Se detuvieron en un punto de control, que no era aún la parte de las habitaciones.

Samantha supuso que esas estarían en las plantas de arriba.

A lo lejos vio dos puertas grandes de cristal que daban a lo que creía que era un jardín, aunque ya debían de ser más de las siete y comenzaba a oscurecer, divisaba el césped verde y algún banco donde la gente podía sentarse.

Allí se sentarán los locos, pensó.

- Voy a pedirte que me des todas tus pertenencias - pidió la enfermera - puedes pasar al baño para cambiarte. Necesito tu ropa, aretes, cinturón, pulseras, anillos, zapatillas y cualquier otra cosa que lleves encima contigo.

Le entregó una bolsa sellada que contenía una muda de ropa blanca y otra que tenía un par de zapatos con abrojos, nada de cordones.

Samantha pasó dubitativa a aquel cuarto de baño que se encontraba a su derecha en el pasillo.

Todo era blanco y pulcro, demasiado limpio y con un aroma a desinfectante que si inhalaba con fuerza de seguro que le haría daño.

Sacó aquella muda de ropa de la bolsa y se encontró con unos pantalones blancos que le quedaban ceñidos por la parte del culo pero eran anchos abajo. Pensó que si no tuvieran ese logo de la clínica en el bolsillo trasero igual podría llamarle la atención en un tienda de ropa y acabar comprándoselo.

La camiseta en cambio no, era horrible. Blanca y de mangas cortas con un escote en V. Le quedaba un poco grande pero al final le dio igual.

A lo último de la bolsa noto que se le había quedado un sujetador, claro, el de ella tenía el alambre del armazón y tiras desmontables.

Se quitó la camiseta para colocárselo mientras pensaba en como demonios podría ser peligroso un sujetador, se le cruzó por la mente si alguna vez alguien habría matado a otra persona con  uno.

Plumas blancas [ flamantha ]Where stories live. Discover now