El Padre no descansa

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El Hijo cegado estaba. Su Padre quería intervenir, pero no podía hacer más nada. Su hijo no quería volver a escucharlo. Su corazón Se había cerrado. Ahora era el turno del Paracletos.

El Espíritu Santo seguía en la vida del Hijo. El seguía estando, apagado y frio, pero allí estaba. Una vez que el Hijo aceptó vivir en la casa del Padre, el Paracletos lo selló. Era pertenencia de la casa del Padre y por más que lejos se encontrara, el joven, seguía formando parte de la familia. El Paracletos habitaba en la vida del joven. Ahora, era su turno de intervenir.

Cuando se trata de sus hijos, el Padre, no descansa.

Cartas de un pródigo                               Donde viven las historias. Descúbrelo ahora