LIV

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—Hola, Erit.

—Hola, cariño ¿Estás bien?

—No —le dijo con un nudo en la garganta—. Su hijo es tan imbecil, que nada puede estar bien.

—¿Por qué? ¿Qué pasó? —pronunció Erit confundida, preocupada.

—Mire lo que le hizo a la bebé —pronunció llevando a la mujer hasta el cochecito, dónde la niña estaba durmiendo.

Erit había ido a visitar a Sunny, Giselle le había contado que ya estaban viviendo en su antiguo hogar, la casa que sus padres le habían regalado.

Al verla, Erit suspiró con aflicción, viendo la cabecita rapada de la niña.

—Ni siquiera me consultó, porque estoy segura que sabía que me iba a negar a qué le hiciera eso a la bebé. ¿Cómo la va a rapar?

—A veces mi hijo puede ser muy irracional, cariño, pero estoy segura que no lo hizo con mala intención. No te preocupes, su pelito volverá a crecer.

—Lo sé, pero igual, actuó mal —le dijo con angustia—. Yo no quiero que él se desquite su rabia o resentimiento con mi hija. No le pedí nada, y no lo haría, nadie lo obligó a hacerse cargo de Sunny, él así lo quiso.

—Tranquila, cariño —sonrió suavemente Erit—. Zhanda jamás dañaría a la niña, estoy segura que no lo hizo por maldad. Pero hablaré con él.

—No, no quiero que crea que yo lo acusé con usted o algo así.

—Hablaré desde mi punto de vista, tú no te preocupes.

***

Le encantaba tenerlo para ella sola, saber que si gruñía, o jadeaba, era sólo por ella. Le gustaba saber que sólo ella podía ponerlo de ese modo.

Bueno, ella y esas hierbas, pero no importaba, Zhanda sólo se quitaba las ganas con ella, y la follaba como un animal en celo, salvaje.

Y no importaba si aún no podía darle un hijo, no dejaría que esa mujer, ni la niña, lo alejaran de su lado. Zhanda era sólo suyo.

—Te amo —jadeó besándolo, sobre los muslos de él, sintiendo como el rubio la embestía con rudeza.

Zhanda mordió uno de sus hombros, y la hizo gritar, alcanzando el orgasmo, gimiendo al sentir como él seguía penetrándola, hasta venirse en ella.

Cuando el rubio lo hizo, ambos permanecieron abrazados, sólo un poco más, hasta que Deismy se estiró para tomar el cigarrillo que había preparado sobre la mesa de noche.

Lo encendió, y le dio una profunda calada, sonriendo divertida, antes de soltar suavemente el humo en el rostro de Zhanda, y acercar el cigarrillo a los labios de él.

—Mi amor, quiero hacerlo hasta que ya no podamos más ninguno de los dos —sonrió, viendo cómo él le daba una calada, y le masajeaba suavemente el trasero.

—No podrás levantarte mañana —sonrió travieso, fumándolo casi por completo.

Ella se mordió el labio inferior, y luego se levantó suavemente de sus muslos, para ponerse de espaldas a él, y arrodillarse en la cama, apoyando sus manos en el colchón.

Meneó suavemente el trasero frente a él, ronroneando.

—Soy toda tuya, mi amor, hazme lo que quieras.

Lo escuchó gruñir detrás de ella, y sonrió, sabiendo que aquello que le había dado, si funcionaría.

...

No me dejesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora