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La creación de la tierra estaba muy alejada a ese instante; a ese pasajero segundo donde sólo el recuerdo de los que en algún momento fueron humanos, llegaba a ellos. 

Ahí, en ese mundo tenue y frío, la escalera social era mucho más importante de lo que muchos querían creer. 

Parecía que habían retrocedido millones de años en cuanto a sociedad representaba, y lo más doloroso es que a nadie parecía causarle un mal sueño. 

Las almas puras no eran más que eso. Sutiles personas en un último peldaño. La primera rama que cae del árbol debido al invierno, convirtiéndose así en la más débil. El diamante en bruto que pocos encuentran en las minas, y que todos desean conservar en su poder. Ese trozo de tela con aroma característico que todos quieren estrenar, y que le quita potencial una vez que ya es usado. Son la demencia de las almas venenosas, la desesperación. 

Por eso mismo, si aprecias levemente tu vida o lo que le puede llegar a pasar a tu descendencia, nunca pedirías uno así. 

Nunca buscarías la maldad para tu heredero, además de que querrías a alguien que pudiera tener algo de valor; algo de estabilidad y fuerza. Nunca querrías un alma pura habiendo probado lo demás del repertorio. 

Sin embargo Erito rezaba por una, rezaba por su vida y su imperio. 

Su primer hijo, ese que en un pasado hubiera podido cargar entre sus brazos con orgullo, con adoración, ahora no era más que un pacto con dirección a la muerte. 

Su esposa, Daysi— esa alma pura que le fue agenciada por ganar una batalla de armas—, le había maldecido tanto, que él mismo se había encargado de ponerla en su lugar. 

Aunque ahora ahí, en esa sala de hospital reservado para ellos, Erito respiró por primera vez el aroma de su primogénito, sin siquiera atreverse a cargarlo entre sus brazos. Tal vez era el miedo a enamorarse de él y temer dejarlo ir, lo que le hacía retroceder en sus actos. 

El aroma intenso a jazmines, a verano, a manzana y canela llegó a él acompañado de una sonrisa inconsciente. 

Se alejó lentamente, tragando la aglomeración de saliva en su boca y llevando una mano al nudo de su corbata cuando lo aflojó permitiéndose más aire, carraspeando levemente también. 

Su mano se movió en un ligero gesto, ordenando a la enfermera que había salido con su retoño que volviera por donde había venido, pues ya lo había visto todo. 

—Mandarle un comunicado al Señor Pimentel. Es un alma pura. Tendrá lo pactado. 

****

Erick hizo el mismo recorrido tres veces más, de lado a lado y sin detenerse mientras mordía con nerviosismo sus uñas y analizaba como la primera vez su lecho. 

La puerta entonces sonó, haciéndolo saltar en su lugar y sonreír cuando se acercó a paso acelerado. 

Abrió lentamente y sonrió más fuerte cuando vio esa tez morena de nuevo, con sus rizos sutiles y de un rubio teñido alocadamente contrastando a la perfección con la oscuridad de su iris. 

—Richard— Susurró— Pasa, corre. 

El alma natural le hizo caso, a paso relajado pero sin evitar la mirada al exterior antes de adentrarse completamente a la habitación de su amigo y confidente. 

Landrem || Joerick  Where stories live. Discover now