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Le había echado de la habitación. Vestido con un pijama fino. Sin cenar. Lanzando los zapatos al final del pasillo. Humillando hasta la fibra más lejana de su organismo frente a los guardias que los observaban con sorna. 

Erick no dejó de llorar. Menos lo hizo cuando Joel pareció chillar a los cuatro vientos las nuevas condiciones, con su voz grave colándose en todas las paredes de Landrem, como si se sintiera sumamente orgulloso de su decisión. 

Erick sabía que no era así. Sabía que volvería, que lo buscaría de nuevo. Sabía que se arrepentiría; porque era Joel, y Joel ya se había acostumbrado a él. 

Se había acostumbrado a acariciar su cabello mientras Erick fingía dormir, a taparlo con más mantas cuando abandonaba la habitación, a lavar su espalda cuando Erick se quejaba porque no llegaba, a repartirle más comida en las cenas porque parecía tener una obsesión en hacerlo engordar, a escuchar su voz aguda contándole cómo le había ido el día. 

Joel era el dueño de su cordura; y por lo menos tenía que volver a entregársela de nuevo. 

Y todo el mundo debería creer que Erick no entendía el final de sus sentimientos, en esa dirección que solamente le llevaría a un destino desastroso y lúgubre. Pero estaba tan jodido… Se sentía tan hundido que solamente le quedaba intentar nadar a tierra firme, antes de que fuera demasiado tarde y se hundiera por completo. 

Erick sabía que Joel no dejaría que le pusieran una mano encima. Sabía que era orgulloso, que tenía que fortalecer la barrera de su dignidad frente a la gente que trabajaba para él; pero volvería. Tenía que hacerlo. 

Los guardias parecieron desenfrenados, locos por encontrarse con la única alma pura a la que tenían sumamente prohibido tocar. Ahora todo era diferente, pues nadie les iba a detener si querían descargar con él todo el estrés que un mal día les podía producir. Era como una suma de cosas prohibidas, que hacían de Erick el producto más excelso del mercado, y por el que todos pagarían millones.  

La ansiedad le comía el pecho. Los pulmones le ardían, pues lloraba tanto que al final el respirar se convertía en un reto imposible. Tenía frío, hambre y sueño, pero el eco lejano de cualquier paso ya era suficiente para hacerlo correr y temer verdaderamente por su vida. 

Intentó evitar cualquier rincón en el que sabía que habían demasiados guardias, porque ya había escuchado la conversación de varios donde se rifaban horas a solas con él. El pensamiento era asqueroso y le hacía delatar su existencia con la intensidad de su llanto. 

Fue alrededor de las dos de la madrugada— cuando no pudo mover su mano por el frío que lo recorría— que decidió que tenía que ir a las lavanderías, agarrar una manta sucia que alguien hubiera dejado ahí y después irse corriendo antes de que cualquiera pudiera verlo. 

Eso hizo, pues con cautela llegó hasta esa zona que solamente era vigilada a plena luz del día, cuando varias almas hacían la tarea de la limpieza diaria. 

Erick había acompañado a Niall algunas veces, pero por primera vez ese lugar le dio pavor. 

Sus pasos eran como plumas caídas del cielo, sin ruido alguno y sin movimientos bruscos, mientras miraba a su alrededor adaptado a la luz de la luna que entraba por los grandes ventanales. Eran sus sollozos los que hacían ruido, y los que le demostraba al resto de la mansión que el ser más buscado se encontraba ahí. 

Sus manos parecieron desnudar el primer capazo que vio, con tanto asco que arcadas salieron de sus labios finos. Olía a muerto. A infierno. A algo que no quiso relacionar. Las mantas estaban manchadas de demasiadas cosas, pero era el color oscuro de la sangre lo que más predominaba. 

Landrem || Joerick  Where stories live. Discover now