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A los alma venenosa les gusta mentir. Les gusta el poder; que solamente se otorga a alguien cuando le haces creer que es superior en algo. Para algunos es un elemento, como esa corona de laureles que se le entrega a los buenos luchadores. Para otros es una cualidad, similar a ese sentimiento que te hace levantar la cabeza al sentirte orgulloso de quién eres. 

En ese caso, el poder llegaba con las noticias, pues los rumores y supersticiones corrían como el agua cuando no tiene límites. El miedo nunca llegó, aunque hizo acto de presencia con sombras oscuras y pareció ser el eco de algunas voces. 

Que Joel ahora pasaba horas encerrado en la habitación de Erick, no era un secreto para Landrem. Lo era lo que pasaba al interior, a pesar de que gemidos leves y gruñidos potentes atravesaban las paredes como dardos. 

Erick no se sentía preparado para mantener una relación sexual de otro modo. Joel se enfadaba con él, le gritaba, le aseguraba que no era un objeto andante que pudiera utilizar cuando le venía en gana para darse placer a cualquier hora; pero luego siempre volvía. 

Siempre lo veía sentado en la silla de su habitación, esperándolo porque había salido a pasear al jardín y siempre escuchaba sus reprimendas por dejarlo esperando. Siempre acogía con gusto las marcas que dejaba en su piel, aunque Erick se erizara o riera nerviosamente. Siempre se duchaba con él cuando se quedaba a dormir algunas noches, y le regañaba porque utilizaba demasiado jabón para el pelo. 

Se podía decir que ya lo conocía, porque Erick sabía perfectamente a qué momento tenía que hablar y cuando se debía de quedar en silencio porque Joel no quería escuchar nada. Sabía cuándo iba a estallar en gritos y reprimendas. Sabía qué días volvía más cansado. Sabía cuándo le esperaba una larga noche y cuando simplemente quería dormir, porque ahora su cama pocos días estaba ocupada por una sola alma.  

En ese momento, Erick se secó el pelo con una toalla azul, mientras caminaba hacia la puerta a atender ese molesto ruido que le avisaba que alguien estaba al otro lado. 

Fue Harry a quien se encontró, lo que le hizo regalarle una pequeña sonrisa antes de hablar. 

—Hola Harry, buenos días. 

—Buenos días. ¿Tienes un segundo libre? 

Erick asintió, tirando la toalla a la cama y apoyando esa misma mano en la puerta abierta. 

Harry volvió a hablar. 

—Me he enterado de que sabes coser. Louis necesita que le cosan esta sudadera, porque es la única que todavía tiene del lugar donde se crió. ¿Podrías hacerme ese favor? 

—Claro— Aseguró Erick agarrando la sudadera, encontrando un pequeño agujero en la tela suave y con un dibujo demasiado distorsionado. 

—Genial, gracias. ¿Podrías llevárselo a la unidad médica cuando termines? Tengo que trabajar… 

—¿A la unidad médica? ¿Está bien? 

Hacía dos días que no sabía nada de él, pero la última vez que lo vio ese ser puro se mantenía perfectamente. 

—Sí, está bien. Simplemente es un chequeo. Las almas de aquí se hacen uno cada mes. 

Louis le había contado sobre eso. Le había contado el desastre que eran las habitaciones de los subterráneos, pues todos venían enfermos de las celdas de aislamiento y solía expandirse con velocidad. 

—Se lo llevaré— Aseguró sonriéndole de nuevo. 

Fueron cortas palabras las que compartieron después de que Harry le entregara todo lo necesario para llevar a cabo su labor, por lo que cuando el alma natural se fue, Erick empezó con ello. 

Landrem || Joerick  Where stories live. Discover now