CAPÍTULO XXXIV

693 155 77
                                    

El sol implora ser admirado, pero las nubes repletas de sueños lo cubren como si fueran una suave manta de polvareda

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El sol implora ser admirado, pero las nubes repletas de sueños lo cubren como si fueran una suave manta de polvareda. Sin embargo, esa esfera de fuego logra relucir hasta cuando es tapada por otros. Implora ser estimada, y yo soy la que escucha su plegaria.

La observo a través del cristal, hasta que la encubro con mi mano derecha. Es increíble cómo existen tantas bellezas en el mundo, pero debido a nuestra perspectiva, pareciera que esas cosas no existen.

Muchas personas piensan de esa manera. Explican, bajo sus propios criterios: lo que no se ve, no existe. ¿Cómo pueden tener sus mentes tan acotadas?

Siento las sábanas bajo mi cuerpo, y disfruto la sensación de estar recostada en mi cama sin ninguna preocupación. Excepto... algunos problemas familiares.

— ¡Ven a limpiar este desastre! — escucho el grito de John a lo lejos. Seguramente hacia mi madre, ya que en los últimos días la trata como si fuera algo de su propiedad.

John, este desastre lo ocasionó usted. Todo este torbellino de negatividad lo trajo usted, junto a su horrenda personalidad.

Suspiro agotada, y trato de enfocar mi atención en otra cosa.

El chico sin nombre... qué misterio sin resolver. Sobre todo, porque miles de preguntas rondan en mi mente con respecto a su persona.

¿Por qué estaba solo esa noche, y en medio de una terrible tormenta? ¿Por qué nunca lo vi por Cloeville? ¿Cómo conoce a Labrot? ¿Por qué me recuerda? Bueno, eso es fácil de responder, considerando mi aspecto esa noche. Y la manera en la que le grité... ¡Cómo me arrepiento de esa inoportuna frase! ¿Acaso habrá quedado fija en su memoria, y sentirá un desagrado imposible de retirar?

— Eres patética, Evania — expreso hacia el cielo, aún sabiendo que no pertenezco allí.

Ojalá perteneciera, así podría tocar el espléndido celaje y brillar junto al sol, lejos de los problemas mundanos.

— ¿Y eso? — cuestiona Thomas mientras ingresa a la habitación.

Levanto todo mi cuerpo de la cama, para sentarme correctamente.

— ¿Tú no deberías practicar algunos acordes?

Hace una mueca incómoda, y se sienta con los pies pesados a mi lado.

— No puedo concentrarme con todos los gritos — responde con tristeza en sus comisuras — ¿Por qué eres patética?

Aprieto los labios con fuerza y observo a un costado. Como siempre. Cada vez que algo me desacomoda, observo a un costado para tomar todo el valor posible.

— Digamos que alguien me encontró bajo una apariencia poco agradable.

— ¿La noche de la tormenta?

Asiento con la cabeza, y conecto nuestras galaxias nuevamente.

— Alguien además del señor Labrot — comento y Thomas mira sorprendido, como si frente a él se presentara una criatura de otro planeta.

— ¿Quién? ¿Cuál es su nombre?

Río ante su ignorancia... y la mía también.

— No lo sé. Un chico sin nombre para mí.

El rostro del pequeño permanece con las mismas expresiones curiosas, mientras balancea sus pies de un lado a otro, debido a su entusiasmo.
Humedece sus labios y levanta sus esferas, mientras piensa en algo que solamente él conoce.

— ¡Sin nombre! — finalmente exclama y sus ojos se aclaran, ya sea por la emoción o por el sol que se refleja en ellos.

¿Sin nombre?

— ¿Disculpa? — digo con una ceja alzada, y Tommy se levanta de la cama con un inesperado salto.

— Podemos llamarlo de esa manera: Sin Nombre.

Como si ese chico de ojos oscuros hubiera renacido, con Thomas lo denominamos Sin Nombre. Un nombre muy original para ser verdad, un nombre demasiado... peculiar.

Luego de unas cuantas risas rebotando en el aire, se escucha un estampido capaz de romper con cualquier tipo de emoción. Con Tommy nos lanzamos miradas aterradas, y salimos corriendo como si fuera el fin de nuestras vidas.

Llegamos a la sala, y frente a nosotros, hallamos una explosión de vidrios por todo el suelo amaderado. A mamá horrorizada, y a John impetuoso.

— ¡¿Qué sucedió?! — exclamo y Thomas corre hacia mi madre para abrazarla.

— Un accidente — dice John despreocupado.

Observo a mi madre y cuando cruzamos miradas, puedo notar sus lágrimas escondidas. Miles de ellas, sin necesidad de que se manifiesten.

— ¡Pues límpielo! — reclamo y el hombre transforma su cara a una completamente seria, para luego retirarse de la habitación.

¿Cómo alguien puede ser tan egoísta? ¿Cómo el universo es capaz de permitir a alguien así?

Camino hacia mamá con una preocupación que me excede, pero ella se mantiene neutral, como si nada hubiese sucedido en el hogar.

— No ocurrió nada, Vania — aclara con una sonrisa — John es un poco torpe, no lo culpes.

Frunzo el ceño y Thomas lo imita.

— Papá no es torpe — habla el niño por primera vez en una situación delicada.

Mi madre hace una mueca, y camina hacia la cocina a buscar un cepillo para ordenar el desorden. Comienza a juntar los trozos de vidrio, probablemente de una taza, y nos repite que no nos entrometamos.

¿En qué no nos debemos entrometer? ¿Entre los vidrios esparcidos o los problemas de la pareja? ¿Por qué no deberíamos hacerlo? Si después de todo, mi madre es la única que puede salir lastimada. Y eso es algo que debo evitar, por más que me clave cristales en el camino.

 Y eso es algo que debo evitar, por más que me clave cristales en el camino

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Evania: Un rincón del paraíso ©Where stories live. Discover now