CAPÍTULO LIX

574 125 49
                                    

— ¿Quieres llevar algo en especial? — pregunto antes de salir al exterior — Siempre creí que debemos transportar con nosotros alguna pertenencia que nos haga sentir como en nuestro hogar

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

— ¿Quieres llevar algo en especial? — pregunto antes de salir al exterior — Siempre creí que debemos transportar con nosotros alguna pertenencia que nos haga sentir como en nuestro hogar. Claro, aún tengo esa idea impregnada en mi cerebro, por eso siempre llevo conmigo mi abrigo ciruela.

Y Thomas sonríe al oír tantas palabras saliendo de mi boca.

De pronto, toma entre sus manos su ferrocarril favorito y me lo muestra como si fuera lo más preciado para él. Yo, en cambio, cuelgo en mi brazo izquierdo mi prenda aventurera y con mi mano derecha, cargo mi libro del momento. Porque todos nuestros objetos están aferrados a un sentimiento temporal, del momento, que luego avivamos con recuerdos.

— ¡Tommy! — exclama mi madre de la nada, y aparece en la cocina señalando una canasta antigua.

Todavía recuerdo mi primera semana en la tienda... mamá siempre me preparaba una canasta repleta de frutas. Decía que mi apetito era tan grande que no iba a soportar tantas horas sin masticar algo. Pienso que Thomas es idéntico a mí en ese sentido.

El niño lanza una sonrisa gentil como muestra de agradecimiento y luego de unos saludos, nuestros pies se encuentran fuera de aquel hogar.

De a poco, la primavera se va despidiendo de esta parte del universo, y puede sentirse en el sol sofocante que nos ilumina o el césped que suspira, anhelando la caída de una dulce lluvia que pueda empapar sus finas extremidades. Algunas flores comienzan a caer, mientras que otras esperan con entusiasmo el día donde puedan destacar.

El verano es una estación cautivadora que nos hechiza con su extrema calidez. 

— ¿Por qué nos corrió de la casa? — cuestiona Tommy mientras camina con sus pies enredados.

— No nos corrió, solamente desea tiempo a solas con tu padre.

Hace una mueca de confusión, acompañada de una pausa despreocupada.

Acto seguido, abro mi libro con tan solo una acción y mis ojos comienzan a corretear entre párrafos atrayentes. No necesito visualizar el camino, teniendo en cuenta que acudo por este sendero todos los días de mi existencia. Mis pies marchan solos y mi conciencia e imaginación se detienen en un espacio de fantasía.

Alzo mis cejas hasta el cielo.

— ¡Tom, escucha! — exclamo con apasionamiento y comienzo a leer con los brazos extendidos, gritando al aire — "¡Ah, dichosa casa! ¡Cómo podrías saber lo que sufro al verte ahora desde este lugar, desde donde puede que no vuelva a verte! ¡Y ustedes, árboles que me son tan familiares! Pero ustedes, ustedes seguirán iguales. Ninguna hoja se marchitará porque nosotras nos vayamos, ninguna rama dejará de agitarse aunque ya no podamos mirarlas. No, seguirán iguales, inconscientes del placer o la pena que ocasionan e insensibles a cualquier cambio en aquellos que caminan bajo sus sombras. Y, ¿quién quedará para gozarlos?"

Y cierro el libro abrazándolo como muestra de amor. ¿Quién hubiera pensado que podría identificarme tanto con simples diálogos?

— Eso suena como tú — comenta el pequeño con una risa en medio.

Oh, ¿realmente suena como yo?

— ¡Este personaje reconforta mi alma! Apenas voy unas páginas, pero tenemos tantas similitudes...

Continuamos caminando con dos sonrisas luminosas y brazos bailarines, hasta que la puerta de pino se presenta frente a nosotros y apoyo el pie derecho sobre la madera. Llegamos.

El señor Labrot recibe con un apretón de manos a Thomas y puedo observar a simple vista, cómo sus mejillas comienzan a tomar un color rojizo. El anciano solamente puede sonreír frente a semejante ternura.
Por suerte, su salud mejoró bastante en estos días. Por otro lado, Sin Nombre nos recibe con una sonrisa burlona y un par de comentarios agradables hacia el niño.

Algunos habitantes de Cloeville ingresan por la puerta y otros se van, definitivamente el día de hoy es uno demasiado concurrido. Hasta que de repente, un rostro conocido se presenta como por arte de magia.

— Buenas tardes... — saluda con la voz aguda y reacomoda su bolso de mano — ¡Qué placer!

Trago un poco de saliva.

— Buenas tardes, Lydia — responde Sin Nombre, y yo solamente puedo hacer un gesto con la cabeza — ¿Qué se le ofrece?

La joven comienza a balancear su cuerpo de un lado a otro, como si estuviera nerviosa por algún motivo... o quisiera marcharse de la tienda lo antes posible.

— Oh, nada exorbitante. Simplemente un poco de pan, por favor.

Un nuevo cliente ingresa y me veo obligada a desviar mi atención a aquel pequeño de prendas pálidas y gorra inclinada. Charles Morgan, hermano de una compañera de escuela.

— ¡Buenas tardes, Charles! — exclamo amigablemente.

Y el niño sonríe. Me sorprende su rapidez para crecer, la última vez que lo había visto conservaba todos sus dientes.

— Dulces, por favor — dice casi en un susurro, sin embargo, puedo oírlo a la perfección.

Es así que pasan unos minutos, hasta que el pequeño se retira y con su despedida, Lydia Barret también. Una sonrisa falsa para mí, otra para Sin Nombre. Incluso puedo afirmar que pasó por la tienda solamente para vernos, porque nunca gastaría su dinero en una simple bolsa de pan.

Pude notarlo en la manera en la que se expresó frente a nosotros, o por su caminata al ingresar al almacén. Fuera esa su intención o no... transformó el ambiente en un parpadeo.

— ¿Estimas a esa chica? — cuestiona Thomas de repente.

Frunzo el ceño, y Don Labrot interrumpe mis pensamientos.

— ¿Qué quiere decir, jovencito?

Thomas le da un mordisco a su manzana roja antes de responder. Ya perdí la cuenta de cuántas se llevó a su boca en tan poco tiempo.

— Eric dijo que estima a una señorita de cabello dorado — responde, y quedo completamente en blanco.

Noto cómo el cuerpo de Sin Nombre se tensa y una incomodidad comienza a surgir en cada rincón de la tienda. Yo, en cambio, no soy capaz de lanzar un comentario cálido. Y todo queda en silencio.

— Sí, es ella — responde cortante.

Y el mutismo vuelve.

Thomas continúa mordiendo la manzana, Sin  Nombre con la mirada sobre el mostrador, Don Labrot juntando el dinero y yo... congelada. Como si en vez de verano, siguiera el invierno.

 Como si en vez de verano, siguiera el invierno

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Evania: Un rincón del paraíso ©Where stories live. Discover now