CAPÍTULO XL

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Las horas pasan, y Thomas continúa adorando sus regalos mientras todos organizamos los preparativos para la gran fiesta que se aproxima

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Las horas pasan, y Thomas continúa adorando sus regalos mientras todos organizamos los preparativos para la gran fiesta que se aproxima. Podría decirse que es una fastuosa, pero no lo suficiente como esos eventos que suelen realizar las familias de las altas sociedades. De todos modos, John se aseguró de invitar a todas las personas de Cloeville y algunas de Ikerwood. Muchas rechazaron la invitación por los rumores que corren alrededor de nuestra presencia, mientras que otras se presentarán amablemente a nuestro hogar para celebrar el cumpleaños del pequeño. 

Con mi madre nos tomamos el tiempo de adornar el hogar con las flores más agraciadas del pueblo, formando guirnaldas de todos los tamaños posibles y colgándolas sobre las mesadas donde se encuentra el festín.

En la mesa de la derecha, se ubica una variedad de postres y pasteles, tan sublimes que debo retenerme a no comer ninguno. Por otro lado, a la izquierda, un banquete repleto de comida extremadamente deleitosa; todo cortesía del señor Labrot.

Tuvimos que hacer un poco de espacio en la casa para que la sala se viera mucho más grande de lo que es, y para que los invitados se encuentren cómodos en cada rincón. Y parece que lo logramos, ya que las personas ingresan con una sonrisa cortés y rápidamente se acoplan a la energía de la fiesta.

John se aseguró de que el evento fuera uno digno de elegancia y finura, por lo tanto, todos los invitados visten sus mejores atuendos en esta ocasión tan esperada por la familia. Algunos se detienen a analizar los ornamentos, mientras que otros sólo disfrutan de las amenas conversaciones que se dan en el aire.

— Está bien así — comenta Thomas al mismo tiempo que mi madre arregla su traje mal acomodado. Debido a la incomodidad, gira la cabeza y sus ojos se concentran en mí, mientras decoro mi cabello con pequeñas flores blanquecinas — ¿Debo ponerme los lirios?

Me muestra sus dientes blancos como reacción, y ante su broma, yo solamente me atrevo a revolear las galaxias.

— Si quieres — respondo indiferente — No debes dejar insatisfecho a tu corazón por un par de miradas vacías.

Sonríe y mi madre se aleja de él con movimientos que expresan delicadeza en su máximo esplendor. De pronto, pareciera como si las palabras retumbaran por toda la habitación.

— Ya vamos, todo el mundo está esperando.

Caminamos hacia la sala con el corazón descontrolado y puedo sentir en mi interior, cómo la casa comienza a temblar debido a nuestros sentimientos reprimidos. Sin embargo, mi zozobra se esfuma al percibir que cientos de luceros apuntan en nuestra dirección, y comienzan los aplausos. En honor a Thomas, claro.

Me uno a los aplausos y noto que el pequeño permanece congeladamente feliz, y entretanto, el apocamiento se apodera de él. Sin embargo, la ovación finaliza y la multitud camina hacia Thomas, tratando de felicitarlo individualmente... algo que durará varios minutos.

Me separo un poco de la muchedumbre pero lanzando gestos con la cabeza en forma de saludo, con la sonrisa intacta, por supuesto.

— Buenas noches, madam — dice esa voz que me atormentó por tantos años, y finjo no haberlo escuchado — Evania...

Una mano toca mi hombro y me veo obligada a voltear.

De pronto, noto esa sonrisa descarada y piel tan pálida como la nieve. Marc. Marc Laborda.

— Qué encantadora sorpresa, Laborda — expreso irónicamente — No esperaba verlo por aquí.

— Luego del escándalo que armó en mi casa... debía pasar por aquí.

Lanzo una risa incisiva y, sin dudas, puedo confirmar que es el mismo joven que conocí en la institución. Un año mayor que yo, pero completamente perdido en el mundo.

— Por algún motivo esos vocablos quisieron conocer la libertad ¿no cree? — cuestiono y las personas comienzan a distribuirse en el espacio, mientras que Thomas se encuentra ruborizado y casi sin oxígeno debido a la invasión que recibió.

Laborda hace una mueca y su cabello oscuro permanece tan intacto como sus perturbadoras ideas. Acto seguido, me retiro de ese lugar y voy directamente al banquete dulce, donde unos niños mastican pasteles de chocolate.

De repente, Thomas se aproxima velozmente.

— ¡Mírate, pareces un tomate! — señala el más pequeño, con una voz aguda y sonrisa dulce.

Tommy pone los ojos en blanco y lanza una carcajada.

— Como mi papá cuando tomó... — se acerca disimuladamente y susurra — El té picante.

Los niños abren sus bocas exageradamente y comienzan a reír lo más bajo que pueden, pero les resulta imposible, ya que en cuestión de segundos sus risas explotan a un nivel donde la mismísima luna puede escucharlos.

La multitud no se percata del ruido que los pequeños están provocando, simplemente continúan con sus aburridas conversaciones de negocios y cosas sin sentido.

¿Por qué no podemos ser niños para siempre? ¿Por qué algunos pierden esa risa estruendosa que expone nuestra satisfacción?

Thomas y sus amigos se van corriendo al otro extremo de la sala, y yo los observo con una sonrisa de oreja a oreja, deseando que nunca pierdan su verdadero ser.

Thomas y sus amigos se van corriendo al otro extremo de la sala, y yo los observo con una sonrisa de oreja a oreja, deseando que nunca pierdan su verdadero ser

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Evania: Un rincón del paraíso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora