CAPÍTULO XVIII

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Los días pasan y mi alma se encuentra cargada de energía, probablemente debido a los días radiantes que la primavera nos regala

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Los días pasan y mi alma se encuentra cargada de energía, probablemente debido a los días radiantes que la primavera nos regala. Tan pura y magistral.

Aunque por más que me encante esta sensación, no puedo evitar hundirme en la melancolía cuando pienso en Chispas, y la conexión que tuvimos aquella vez. Desde pequeña me pregunto por qué tengo esa manía de apegarme a los seres velozmente, como si fueran una extensión de mí.

— ¿En serio sigues triste por el caballo? — pregunta Thomas con la mirada curiosa — Solo es un animal, hay cosas más importantes por las que preocuparse.

Arranco una hoja marchita del árbol que visita mi ventana, y observo cada parte de ésta: parece un corazón muerto, hasta podría afirmar que sus nervios prolongados son las venas que recorren los ventrículos de un corazón humano. ¿Así de apagado se verá el nuestro, cuando las sombras comienzan a reinar en él?

— ¿Y qué cosa es más importante que la conexión con la naturaleza? — pregunto en busca de una respuesta creíble y para nada terrenal.

— El trabajo — declara con las manos entrelazadas — ¿No tienes que salir en unos minutos?

No respondo al estar encadenada en la aflicción, y el pequeño travieso se pone de pie. Yo, en cambio, continúo en la silla que da al ventanal... analizando esa hoja marchita entre mis manos.

— ¡Prepárate para ver al rey guitarrista tocando en el palacio! — grita de repente con entusiasmo.

Acto seguido, toma su guitarra y la apoya sobre su pierna derecha. Es de un tamaño normal, pero Tommy es tan minúsculo que el instrumento parece colosal a su lado.

Toca unas notas algo desafinadas, pero espléndidas.

— Oh, ¿cuántos talentos esconderá el rey Thomas? — expreso dramáticamente, para luego aplaudir por el concierto gratuito que había presenciado. Y le arrojo la pequeña hoja que había arrancado, como si fuera una rosa.

Reímos un tiempo, hasta que la normalidad vuelve a reinar en el palacio mágico.

— Creo que ya debo irme — menciono y Thomas muestra una media sonrisa.

— Suerte.

Le devuelvo el gesto y revuelvo mi ropa en busca de mi abrigo color ciruela. Por más que el calor esté presente, me gusta llevarlo a todas partes, aunque parezca un poco alocado.

Salgo de la habitación y camino por el pasillo estrecho que me dirige hacia la cocina, esperando encontrarme a mi madre. Entro, pero no veo a nadie.

Es probable que esté acostada en su habitación, así que exclamo:

— ¡Voy con Labrot, mamá!

Creo que me escuchó.

Salgo de mi hogar y arranco una pequeña margarita del suelo, después de preguntarle a la tierra si me lo permitía.

Los minutos pasan y como siempre, la conexión florece entre los árboles y yo. El cielo es tan azul, que simula ser el mar sobre nosotros.
Camino por un sendero de tierra, hasta que finalmente llego a mi destino.

— Buen día, señor — saludo con ánimo y Don Labrot, que ordena algunos estantes, se da la vuelta para recibirme como si fuera la primera vez.

— ¡Evania! Qué suerte que su madre le permitió volver.

Termina la frase y se revuelve el pelo, muy común en él. Todavía no entiendo esa manía, supongo que es algo propio del entusiasmo.
Observo a mi alrededor y noto la cantidad de flores silvestres que adornan la tienda: algunas violetas, otras amarillas, rosas o blancas. Desearía haber contemplado tal ceremonia, con coronas de flores en nuestras cabezas y riendo sin parar... como el año anterior.
Paso hacia el mostrador y el anciano sostiene un delantal entre sus manos.

— A sus órdenes, capitán — digo y me lo pongo, pues según él, es un uniforme que nos representa en Cloeville.

— Debo contarle algo, Evania — expresa con un tono inquieto en su voz, y mientras tanto, añado la margarita a una guirnalda de flores — No estaba seguro si usted iba a volver, entonces llamé a un ex-empleado.

Abro los ojos como dos platos. ¿Ex-empleado? Nunca me había contado sobre eso.

— Oh, ¿voy a conocerlo hoy?

— No, no, llegará en unos días. Vive en otra ciudad, pero me comentó que se mudará aquí de nuevo.

— ¿Por este puesto de trabajo? — indago con una ceja levantada y Don Labrot humedece sus labios agrietados por la vejez.

— Espero que no.

Hacemos una mueca al mismo tiempo y el silencio toma presencia en el ambiente, hasta que un cliente se manifiesta entre nosotros.

Y en medio del pedido, le imploro al universo que esa persona desconocida que Labrot describió, no me sustituya aquí. ¡Tantos años al lado de Don Labrot! ¿Quién diría que de un día a otro, las cosas serían tan complicadas?

 ¡Tantos años al lado de Don Labrot! ¿Quién diría que de un día a otro, las cosas serían tan complicadas?

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Evania: Un rincón del paraíso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora