24. She's broken

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Los trillizos no entendían por qué la miraba de reojo de vez en cuando, pero yo sabía que no lo iban a entender aún si yo decidiera explicárselos.

Pasaron días de la misma manera. Días relativamente normales, con algunos episodios, pero sin incidentes. Días en que no pude evitar distraerme cada vez que Abbey pasaba cerca de mí o por mi campo de visión. Era raro, lo admito, porque no la había perdonado ni estaba cerca de hacerlo, pero a pesar de ello no podía evitar preocuparme por ella dado el aspecto triste y desgastado que tenía. Su angustia interna se había exteriorizado, no había casi rastro de la Abbey Sevilla que barría los pasillos con su mirada superior y que no se dejaba derribar por nada ni por nadie. Por semanas, Abbey no fue Abbey, fue apenas su sombra.

Al cabo de algunos días, mis amigos empezaron a darme la razón y prestarle más atención a la castaña de la que habitualmente le hubieran prestado. Seguían preocupados por mí y por mi condición, pero el tema de Abbey le hacía clara competencia al mío. Después de todo, compartíamos algunas clases con ella y a nadie le pasó desapercibida la manera descarada en que comenzó a llegar a las sesiones, tarde y ebria, sin pudor alguno entrando a los salones dando tumbos ante la mirada asombrada de los demás. Algunos profesores la reprendieron por ello y le exigieron que compusiera su vida, pero ella estuvo bastante cerca de mandarlos a todos al demonio. Claro que esa gentileza no impidió que su promedio comenzara a bajar a velocidad catastrófica.

Abbey no era una estudiante prodigio, pero le gustaba ganar, así que a menudo se encontraba en los primeros lugares. Era por eso que a todos les confundía ver su nombre entre las peores notas conforme los resultados de los exámenes fueron llegando a medida que pasaba el tiempo.

Yo quería hablar con ella, pero no sabía cómo. Los trillizos habían estado particularmente pendientes de que yo no me quedara a solas con ella debido a los antecedentes, y yo... bueno, yo no podía argumentar nada en contra. A pesar de tener veinticuatro me sentía amenazado, era consciente de que había algo en mi cabeza que me volvía vulnerable ante cualquiera que quisiera usarlo en mi contra. Necesitaba hablar con ella, pero no lo haría. No hasta estar convencido de que era completamente seguro.

Mientras tanto, me dediqué a buscar un empleo que me permitiera seguir yendo a la universidad y que, a propósito, me permitiera tener los episodios en calma sin ningún inconveniente. ¿Ese empleo existiría? Yo lo dudaba mucho.

Lucas me ayudó bastante con mi búsqueda, a propósito. Las cosas entre nosotros estaban mejorando, pero mejoraban muy lento, era como tener que ganarnos nuestra confianza mutua paso por paso y yo me estaba poniendo impaciente. ¿Por qué no podía ser todo como antes? ¿Por qué no podía simplemente retroceder unos meses y no haberme quedado solo en la casa, haberle dicho a Lucas lo mucho que lo amaba y haber salido con él a celebrar su cumpleaños fuera? Mi memoria estaría intacta, nuestra vida sería perfecta y seríamos felices. Asquerosamente felices. Nos hubiéramos ahorrado el drama que estábamos viviendo por esos días.

Alguien que también me ayudó, además de los trillizos, fue Laura. Ella tenía opciones bastante prometedoras y hasta me ayudó a hacer las llamadas para inscribirme en algunas entrevistas. Incluso me visitó un par de veces en mi casa, fue en la primera de esas ocasiones en que ella y Lucas tuvieron la oportunidad de conocerse. Se llevaron mucho mejor lo que yo hubiera imaginado, pero eso no era ninguna sorpresa para nadie. Lucas era encantador y Laura era un ángel, sus personalidades estaban casi predestinadas a congeniar. De hecho, si no hubiera estado seguro de que a mi novio solamente le iban los hombres, me habría puesto un poco celoso de lo compatibles que parecían ser con el poco contacto que tenían.

Mi rutina continuó así, lineal y constante, por espacio de unas semanas al cabo de las cuales todo dio un giro tremendo.

Ese día me encontraba fuera del salón junto con los trillizos. Teníamos una exposición apenas en unos minutos (en las clases que compartíamos siempre tendíamos a ser grupo si se presentaba la necesidad) y estábamos practicando lo que diríamos. Todavía faltaban dos grupos más antes de que fuera nuestro turno, pero aún así Mateo se paseaba en frente de nosotros murmurando datos en voz bajita, tal parecía que estaba haciendo alguna especie de invocación sin decírnoslo.

—¿Te vas a callar? —espetó Marcos, harto de verlo caminar frente a nosotros.

—Regula la potestad punitiva del Estado, regula la potestad punitiva del Estado, regula la potestad punitiva del Estado... —repetía Mateo, sin escucharlo.

—Hermano, son nociones básicas —terció JD—. ¿Me vas a decir que te has olvidado del primer año?

—Regula la potestad punitiva del Estado...

—Te juro que, si no te callas, yo voy a regular tu potestad punitiva a patadas —gruñó Marcos.

Pero nada podía detener el soliloquio desesperado de Mateo, así que todos terminaron por rodar los ojos y dejarlo ser. Faltaba muy poco para que la exposición se llevara a cabo y entonces no tendría por qué seguir repitiendo el texto ni regular la potestad punitiva de nadie.

Distrayéndome momentáneamente de la discusión de los trillizos, divisé a los lejos una figura que me provocó un severo nudo en el estómago. Abbey caminaba por el pasillo con lentes de sol que de seguro no se había puesto solo por el sol. No era un secreto para cualquiera que se hubiera embriagado alguna vez en su vida que los ojos tendían a traicionar. Además, la manera en que caminaba tratando de evitar el zigzag me lo confirmaba sin la necesidad de habérmelo preguntado en primer lugar.

Pero, ya que la veía, noté que había algo diferente en ella. No pude descifrar qué era a simple vista, porque no parecía ser nada acerca de su apariencia, estaba más orientado a la idea de ella, al concepto de Abbey. Algo era distinto, algo estaba fuera de lo ordinario...

Lo que estaba buscando vino a mí de repente y me sentí un idiota por no haberlo averiguado antes. Es decir, un completo retrasado, ¿realmente había necesitado pensarlo para descubrir qué era? Abbey era mi novia, estaba ebria en la universidad y yo estaba parado sin hacer nada, eso era lo que estaba mal. ¿Pero qué hacía que no la ayudaba?

—Voy al baño —comuniqué a mis amigos sin saber por qué. Ellos solo me dedicaron un asentimiento un poco vago mientras seguían la caminata de Mateo maldiciendo entre dientes.

Y me alejé a enfrentar a Abbey antes de que fuera más lejos con su andar raro y la cabeza embotada de alcohol.

Y me alejé a enfrentar a Abbey antes de que fuera más lejos con su andar raro y la cabeza embotada de alcohol

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