30. ¿Podría ser?

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Contando la anterior, ya iban tres noches que pasaba durmiendo solo. Lucas se había estado quedando en casa de Alex por algún motivo. Claro que no habíamos perdido todo tipo de contacto, nos escribíamos bastante seguido. Hablábamos a diario acerca de nuestro día, él incluso visitaba el departamento cuando yo estaba fuera para pasar tiempo con Electra. Las cosas estaban más o menos bien... aunque podían estar mejor.

Estaba en la universidad, comiendo una ensalada de frutas en el comedor en lo que esperaba que los trillizos se me unieran, cuando una presencia se sentó a la mesa frente a mí. Al detectarla, todavía con un trozo de sandía en la boca, tuve que detener mis movimientos. No comprendía sus intenciones, ya que habíamos dejado de hablar desde la última vez que ella había estado en mi departamento.

—Hugo —dijo Abbey.

Me tomé el tiempo para terminar la fruta que tenía en la boca. Tragué y la observé a ella con detenimiento y cautela por un momento.

—¿Qué necesitas? —pregunté.

—Necesito que hablemos.

—¿De qué?

El tono cortante no era a propósito, pero yo no lo podía evitar. No estaba muy en paz con ella como para siquiera forzar la cortesía.

—De algo.

—Tendrás que ser más específica.

—Hace unos días fui a tu casa —explicó.

Entonces mi mente se situó en el día aquel en que había despertado a mediodía en un departamento azotado por el apocalipsis.

—El día en que no me contestaste las llamadas —recordé—. Así que sí estuviste ahí.

—Sí, estuve ahí. Tú tenías un episodio y...

—Fuiste a mi casa mientras tenía un episodio —la corté, levantando la voz—. ¿Qué se supone que pasó ahí? No me digas que otra vez...

—¿Qué? No. No, no es como piensas. Ese día te llamé y pregunté si podía ir. Me dijiste que sí, así que fui y... bueno, tú ya sabes lo que pasó.

Dejé pasar un momento con el ceño fruncido para que ella comprendiera que no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba hablando, pero no dio resultado, así que tuve que verbalizarlo.

—¿De qué demonios estás hablando? —cuestioné—. ¿Qué pasó ahí?

—¿No... te acuerdas?

—Evidentemente no —aseguré.

—¿Y Lucas no te lo ha dicho?

¿Lucas también estaba implicado?

—¿Pero decirme qué, maldición? —insté.

—Llevé... LSD.

—¿Llevaste LSD? —chillé.

—¿Quieres que te oigan todos? —siseó ella.

—¿Llevaste LSD a mi casa, Abbey? —mascullé entonces, bajando considerablemente el volumen de mi voz.

—Sí, no sé, se me ocurrió porque nunca lo había probado —dijo mientras se encogía de hombros—. En fin, ese no es el punto. Me lo vendieron en terrones de azúcar, te pregunté si querías probar y estuviste de acuerdo, así que preparé un poco de té helado y se lo puse.

—¿Al menos calculaste la medida, o cuánto tiempo nos...?

—Hugo, no voy a ir con más rodeos —me interrumpió, impaciente. Su rodilla había comenzado a moverse de manera compulsiva—. Tengo un retraso.

ÉL © [NOSOTROS #2]Where stories live. Discover now