6. La cabeza vacía

543 100 71
                                    

—Tenemos tiempo.

—Ya te dije que no.

—Piénsalo, aún no llega, si nos levantamos ahora...

—No.

—Si corremos lo suficientemente rápido nadie nos va a ver salir...

—Hugo, no.

—Por favor...

—Por favor —imitó, tomando mi mano y apretándola con la fuerza suficiente como para decirme que me calme. Otra vez.

Suspiré hondamente. Habíamos llegado al hospital hacía cerca de media hora y nos habían enviado al consultorio del doctor Sánchez, en donde estábamos esperando. Al parecer tenía una consulta de emergencia y había tenido que correr, pero estaba bien por nosotros, lo nuestro no era tan urgente... aunque sí se sintiera como tal.

Era domingo. Podíamos haber ido antes a ver al médico, pero habíamos decidido esperar a un día en que ninguno de los dos tuviera algo que hacer, solo por las dudas. La espera para mí había sido en parte buena y en parte no mucho. Buena porque tenía la oportunidad de aplazar algo que probablemente iba a ser desagradable para mí, pero mala porque la incertidumbre me había estado matando durante el transcurso de la semana. No era bueno recibiendo malas noticias ni gestionando soluciones.

—Buenas tardes y perdón por la demora —expresó educadamente una voz grave detrás de mí que me hizo dar un respingo en mi asiento.

Volteando hacia la puerta del consultorio al mismo tiempo, Lucas y yo observamos a Sánchez entrar colgándose el estetoscopio de vuelta en el cuello.

—Muchas gracias por recibirnos —expresó el pelirrojo.

Yo suponía (y sentía con toda claridad) que él era el adulto en la situación.

—¿Qué los trae por aquí? —el médico se sentó frente a nosotros, colocándose los anteojos que habían estado descansando sobre su escritorio.

Lucas me miró esperando a que hablara, pero mi mirada le comunicó que estaba demasiado nervioso como para forzar a mis cuerdas vocales a trabajar. Él fue entonces quien le contó al doctor lo que había estado pasando, que habíamos tenido unos días normales y después había tenido otro episodio en medio del día, sin contexto aparente.

—¿Ha recibido impresiones fuertes últimamente? —inquirió Sánchez.

Mi novio se volvió hacia mí de nuevo y yo negué con la cabeza. Tampoco iba a permitir que se encargara de todo él solo, yo ya tenía mis buenos veinticuatro años y a pesar de que la situación me pareciera aterradora tenía que enfrentarla como un hombre y no como un niño.

—¿Algún detonante conocido?

—¿A qué se refiere con detonante? —inquirí.

—Creo que a una situación, sonido, palabra o lugar que pueda desencadenar esa reacción —intervino Lucas.

—Exactamente —concordó el médico—. ¿Saben de algún detonante que pueda ser relacionado con el ataque?

—Lo dudo mucho —terció el pelirrojo—. Quiero decir, el ataque fue en casa y vivimos ahí todavía, entre todos los objetos y ambientes en donde ocurrió, pero todo ha estado bien con eso. El último de sus episodios fue en su universidad.

—El paciente estuvo internado durante unas semanas antes de volver a casa, ¿cierto?

—Sí, así es.

—¿Y tuvo estos episodios antes de ser dado de alta?

La expresión en la cara de Lucas fue muy poco reconfortante.

ÉL © [NOSOTROS #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora