42. ¿Cómo es que me acuerdo de ti?

508 100 97
                                    

Y ahí estaba yo: parado en frente de una puerta sin saber muy bien cómo había llegado ahí. La leve llovizna que caía sobre la ciudad hacía apenas unos diez minutos ya había evolucionado a aguacero y me caía sobre el cuerpo como si me hubiera metido voluntariamente a la ducha con ropa y todo.

La brisa no era tan fría como para que me congelara, pero sí tiritaba, aunque no estaba seguro de si era por el frío o por los nervios. Sabía para qué estaba ahí, sabía lo que tenía que hacer, pero no me explicaba por qué, ¿por qué?

Parado, sin moverme, me negué a aceptar frente a mí mismo que estaba perdido. No recordaba cómo había llegado ahí, me sentía como si acabara de despertar de alguna especie de hipnosis, o como si hubiera caminado dormido hasta llegar a esa calle, a ese sector particular. No recordaba más que eso, lo único de lo que solo tenía una fuerte sensación (ni siquiera sabía si era una certeza), era de un detalle particular: la puerta indicada era aquella que llevaba un rato viendo, esa que era de color caoba ligeramente desteñido. ¿Qué había detrás de esa puerta? Ni idea. ¿Por qué seguía parado en la acera del frente bajo la lluvia intensa? Tampoco sabía. ¿Por qué no podía recordar mi propósito, ni nada después del hecho de haber llegado a casa de pasear a Bobby? Eso era todavía más preocupante porque no conocía la respuesta.

Me quedé en esa especie de trance hasta que una chica pasó por mi lado mirándome con extrañeza. Entonces decidí que no me podía quedar ahí por el resto del día, tenía que averiguar por qué mi inconsciente me había llevado hasta ese lugar. Esperé a que todos los autos terminaran de pasar antes de aventurarme hacia adelante, cruzar la calle y no dejar no siquiera seis pasos de distancia entre la puerta y yo.

El corazón me empezó a latir a mil por hora mientras la intranquilidad que había sentido desde que me había hallado a mí mismo por ahí, se hacía más grande. Tenía el presentimiento de que la respuesta para hallar la calma llegaría en cuanto me hubiera decidido a dar el paso, solo tenía que tocar. Solo eso, avanzar, tocar, encontrar la respuesta (una respuesta a una pregunta que ni siquiera conocía) e irme tranquilo a algún lugar que tuviera techo.

Estaba nervioso sin ninguna razón, lo cual no contribuía demasiado con ese plan aparentemente simple.

Después de un suspiro profundo que me hizo tragar un par de gotas de lluvia involuntariamente, avancé un poco más, llamé a la puerta con el puño y esperé. Al poco tiempo, la puerta se abrió.

Tuve una sensación sumamente contradictoria en ese instante. Al tener ante mis ojos la imagen de la persona que me acababa de abrir, me sentí tranquilo, feliz, cómodo, como si se me hubiera olvidado toda la angustia que estaba sintiendo hacía solo segundos. El problema (y no era un problema pequeño, era uno de proporciones épicas) era que no tenía idea del porqué. Era una persona a la que nunca en mi vida había visto, ¿cómo era posible que fuera la respuesta?

En un segundo, mi reciente sosiego se combinó con más preguntas que me hicieron dudar de todo lo que ya sabía.

—Hola —me dijo en cuanto me reconoció.

Entonces me conocía. Me conocía cuando yo estaba seguro de no conocerlo a él.

—Eh... hola, perdón.

Eso era lo primero, pedir disculpas. Disculparme por llegar a su casa sin ninguna puñetera razón.

Quien me miraba desde el espacio que le dejaba la puerta entreabierta era un pelirrojo aspecto fino. Tenía los ojos verdes y llamativos, vestía ropa muy suelta, era un poco más bajo que yo y me veía con la misma extrañeza que la chica random de hacía un rato. Definitivamente tenía que empezar a protegerme de la lluvia.

—Dime, ¿pasa algo? —me preguntó.

Yo no sabía ni por dónde empezar a explicarlo.

—En realidad... sí. Eh... llegué aquí, ¿sabes? Tenía esta... esta sensación... y te vi y sentí que algo encajaba, pero... perdón, ¿nos conocemos de algo?

ÉL © [NOSOTROS #2]Where stories live. Discover now