1. Resurrección

1.2K 138 124
                                    

Maldito tráfico. Maldito semáforo. Maldita lluvia. Maldito viejo insoportable que tras obstruir la puerta se demora mil años en bajar del bus.

—Esta juventud tiene prisa para todo —gruñe una vez tiene ambos pies en la acera.

Pero antes de escuchar lo que debe ser un discurso totalmente conmovedor que debe haber tenido mucho tiempo para ensayar en casa, me echo a correr. Corro como no había corrido en no sé cuánto, solo me detengo cuando el semáforo me obliga. Sé que estoy sudando y siento tanto calor y presión en la cabeza por la carrera precipitada que podría vomitar en cualquier momento, aunque nada de eso va a impedir que continúe. Aún si quisiera parar a descansar, mis pies parecen haber cobrado vida propia.

Me pregunto qué es lo que habrá pensado Mateo cuando le corté la llamada de una manera tan grosera. No fue mi intención, tal parece que mis dedos lo hicieron solos. La sorpresa fue tan grande que a lo mejor tomaron el control por un momento mientras yo me dedicaba a evitar que mi cerebro se disolviera por la sorpresa y la confusión. Me llamó hace poco más de diez minutos, así que se podría decir que he llegado hasta aquí en tiempo récord.

Pero cómo no lo iba a hacer, santo Dios.

Cuando llego a la clínica, pregunto en recepción. Ni siquiera sé por qué lo hago, he venido a diario desde hace un mes y sé perfectamente cuál es la habitación correcta, pero creo que es una excusa que mi cuerpo encuentra para tomarse una pausa. Una vez pasados los diez segundos que el recepcionista tarda en darme la indicación que yo ya sabía que me iba a dar, corro escaleras arriba sin molestarme siquiera en asomarme por el ascensor.

Subo seis pisos y corro por el pasillo (aunque no tan rápido porque se siente lustroso y si se me ocurre ir demasiado rápido me voy a caer) hasta llegar a la puerta que esta vez encuentro abierta. Me aferro al umbral una vez ahí y clavo la mirada en mis propios pies, recuperando el aliento. No voy a mentir, incluso cuando ya lo he recuperado, no me atrevo a levantarla. He llegado aquí desde casa en menos de lo que canta un gallo y he mantenido mi mente en una especie de confusa nebulosa inconsciente en el camino, ni siquiera he tenido tiempo para ponerme a pensar si esto es real. ¿Qué tal si miro y no lo es? ¿Y si levanto la mirada y veo lo mismo que he visto desde hace tiempo? No sé si estoy preparado para tolerar esa cantidad de tristeza y decepción.

—¿Estás bien? —reconozco la voz de Mateo, la misma voz que me dijo que viniera.

Tengo que hacerlo. Esto me llevará menos de dos segundos y lo sabré. No importa si es verdad o no lo es, cuando lo sepa veré qué hacer con ello.

Así que levanto la vista y recorro el cuarto rápidamente con la mirada. Todos me están observando, pero no permito que ese detalle me cohíba. Al lado de la cama, uno junto al otro como siempre los he visto, están Gonzalo y Vicky, mirándome como solo ellos saben mirarme: sin desagrado y sin simpatía tampoco, simplemente reconociendo con el mínimo respeto aceptable que existo y que estoy. Sentada en uno de los pequeños sofás individuales está Abbey, hoy vestida con jeans sencillos y el bonito cabello brillante en un moño improvisado. Siempre me ha parecido guapa y, a propósito, he notado que cada vez que la veo empiezo a divagar, maldito efecto que tiene esta chica sobre la gente. Al otro lado de la cama, bastante cerca y en fila, están los trillizos, los tres me están mirando con una expresión idéntica, lo cual siempre me resulta un poco cómico.

Pero nada me sorprende más que lo que veo después. Sobre la cama hay un espectáculo que no he visto jamás, porque está Hugo, acostado sobre la cabecera reclinada hacia adelante... y despierto. Despierto y mirándome con los ojos entreabiertos, como si tuviera los párpados pesados. Han pasado tantos días desde la última vez que vi esos ojos que los míos se empañan como por arte de magia y me encuentro caminando con lentitud vacilante hacia él hasta llegar a su lado.

ÉL © [NOSOTROS #2]Where stories live. Discover now