9. Veneno

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Cuando llego a casa y es Gonzalo quien me recibe con una mirada de lo más perspicaz, me doy cuenta de que algo está terriblemente mal aquí. No solo por el hecho de que el padre de mi novio es quien me ha abierto la puerta justo antes de que yo pudiera hacerlo con mi propia llave, sino porque me ha mirado de cierta manera disimuladamente burlona que me ha puesto nervioso. Es como cuando alguien habla de ti a tus espaldas y no puede evitar voltear a mirarte inmediatamente, ese tipo de mirada entre condescendiente y mordaz. Trago saliva de forma casi inaudible y lo saludo con un escueto "buenas noches" y un asentimiento antes de entrar.

Y creo que me he equivocado de casa, porque lo que encuentro parece sacado de todo un cuadro de familia tradicional. En la sala, frente a una gran fuente de pastel de arándano que está sobre la mesa, están sentados Hugo, su madre y Abbey, siendo alcanzados por Gonzalo, que me rebasa ni bien he puesto un pie en el departamento. Los cuatro lucen tan felices y ensimismados en alguna conversación que por un motivo que no comprendo les hace reír mucho, que cualquiera en mi posición se hubiera sentido tan fuera de sitio como me siento yo.

—Buenas noches... —articulo, con la intención de que, con suerte, no me escuchen.

Pero Hugo me capta en su campo de visión, y al verme sonríe amablemente.

—¡Llegaste! —exclama—. Mis padres llegaron de visita y se me ocurrió llamar a Abbey, ¿todo bien?

—Claro —sonrío. Esto de fingir sonrisas se me está volviendo un talento desarrollado.

—Hay pastel —me sonríe de vuelta inocentemente.

—De hecho, pensábamos llevar el resto a casa, si no te molesta —interviene Vicky, lanzándome una sonrisa rígida.

—No, eh... no hay problema —respondo educadamente.

La atención de los padres de Hugo regresa a Abbey y me quedo de pie cerca de la entrada como si me hubieran sacado de la escena. Lo único que se me ocurre, a juzgar por cómo Hugo y Abbey se toman de las manos, comparten sonrisas cómplices y se acarician discreta y sutilmente, es que mi novio está teniendo otro de sus episodios. Y no solo eso, Abbey parece estar teniéndolo también, ya que lo toca y lo besa cada vez que los padres voltean como si nada hubiera pasado, como si yo no existiera, como si el mundo fuera suyo y no hubiera lugar para nadie más.

Perfecto. Realmente perfecto.

—Bueno... es mejor que nos vayamos si no queremos atorarnos en el tráfico —alega Gonzalo—. Un gusto conocerte, querida —añade hacia Abbey.

—El gusto ha sido mío —agradece la castaña.

—Mi hijo tiene suerte de haberte encontrado.

—Lo mismo digo —interviene Hugo.

Me siento un gusano.

—Nos vemos, cariño —Vicky se despide de Hugo con un abrazo y después de Abbey, de la misma forma.

Mientras Gonzalo avanza hacia la puerta, que es en donde sigo yo, su esposa recoge el pastel de la mesa y avanza tras él después de dedicarle una hospitalaria sonrisa más a la joven pareja. Trato de no sentirlo, pero no puedo evitarlo. Me siento fatal. No solo por el hecho de que Hugo en este momento parece más enamorado de Abbey que nunca, sino porque sé que jamás voy a conseguir que sus padres me miren como la están mirando a ella. Nunca me van a ver con ese cariño, siquiera con el mismo respeto. Para ellos voy a ser para siempre el marica sacrílego que se acuesta con su hijo, si es que no sigo siendo el marica que lo sedujo y lo llevó por el camino del infierno.

—Esa chica es encantadora —me susurra Gonzalo discretamente, segundos después de que su esposa ha salido—. Hugo tendría un gran futuro con ella.

ÉL © [NOSOTROS #2]Where stories live. Discover now