34. Sin él

430 92 30
                                    

Ni siquiera me iba a tomar la molestia de intentar ocultármelo a mí mismo: extrañaba a Lucas. Sí, todavía tenía contacto regular con él, pero no era lo mismo, yo no me conformaba. No después de haberlo tenido conmigo por tanto tiempo.

Durante unos días todo fue demasiado cotidiano para ser verdad. Lo único que quizás pude rescatar fue que hubo menos episodios que de costumbre y en todos ellos tuve cerca a alguien que fue capaz de explicarme las cosas.

Ninguna de las entrevistas de trabajo a las que fui rindió algún fruto. Me contestaron casi lo mismo en todas: no era lo que estaban buscando, estaban buscando a alguien con experiencia, me llamarían si cambiaban de opinión, cosas por el estilo, el asunto es que no logré conseguir un empleo, lo cual se estaba volviendo un asunto grave considerando que mis ahorros para emergencias se estaban acabando y pronto las consecuencias de la pelea con mis padres me alcanzarían de una vez por todas.

El que me salvó la vida en ese aspecto fue Mateo. Conocía a un par de chicos de primer año que necesitaban algunas asesorías para ponerse al corriente, así que, por un precio razonable, me dediqué a reunirme con ellos algunas veces a la semana para repasar los temas en que tenían más debilidad. Eso me permitió mantenerme a flote por el momento, aunque sabía que si no encontraba algo fijo pronto la suerte se me iba a acabar mucho antes de lo esperado.

Por otro lado, seguí escribiendo. Aquello que había comenzado como cuatro páginas en la vieja laptop en un arranque de reflexión, se volvió más de tres docenas de diferentes temas en los que no me había puesto a pensar antes. Ocupaba en ello mi tiempo libre (que era regular últimamente) y gracias a ello me había vuelto más analítico y meditativo que nunca en mi vida. Solo que no sabía exactamente si aquello era bueno o malo para mí.

Me encontraba en de un parque mirando cómo el sol se ponía. En la mano izquierda sostenía la correa negra de Bobby, que se hallaba sentado cual esfinge a mis pies con la lengua colgando a un lado de su hocico, observando a los cachorros ya sus dueños jugar a lo lejos. No era que yo no quisiera jugar con él, de hecho, lo había hecho durante los últimos cincuenta y tantos minutos. Era él quien había optado por tomar un descanso y juntos habíamos arribado a esa banca solitaria a pasar un poco el rato disfrutando el fresco de la tarde.

Quería dejar de pensar en eso, pero no podía. No podía dejar de recordar las veces en que había hecho eso mismo con Lucas: sentarme en una banca del parque viendo a Bobby corretear y retozar con otros animalitos mientras el sol se ponía. Casi podía sentirlo conmigo, su cabeza en mi hombro, sus cometarios sarcásticos, o sus ideas sobre las cosas más inesperadas. Su cerebro era un paraje indómito y salvaje que uno se sentía encantado de explorar.

Antes de que yo mismo me hubiese percatado, ya tenía el teléfono en la mano. Estaba a mi alcance, llamarlo no me costaría ni diez segundos y en cuanto escuchara su voz y confirmara que él aún seguía ahí, tan lejos pero tan cerca, todo estaría mejor.

Pero, ¿qué le diría si lo llamara? Odiaba tener que buscar un tema de conversación, alguna excusa para llamarlo. ¿En dónde había quedado la época en que nos llamábamos o escribíamos solo para decirnos "te amo", sin ningún motivo, solo porque queríamos y podíamos? "Quiero y puedo", esa frase que hacía algunos meses yo le había dicho a él mientras bailábamos una balada lenta ante los ojos de decenas de personas. "Quiero y puedo". "Quiero y puedo besarte", "quiero y puedo escogerte", "quiero y puedo amarte", "quiero y puedo estar contigo". En ese momento sentía que quería, por supuesto que quería, pero no podía. No podía tenerlo, siempre había algo que nos impedía estar juntos. Si no eran las lagunas, era Abbey, o mis padres, o cualquier cosa que a la vida quisiera ponernos en medio.

Quería estar con Lucas, pero no podía.

De manera casi involuntaria, desbloqueé la pantalla de todos modos, abriendo mi conversación con él. ¿Y si le escribía? No era lo mismo que llamarlo, no estaría interrumpiéndolo en lo que fuera que estuviera haciendo y él podría elegir responderme cuando quisiera o pudiera (esas dos palabras me estaban comenzando a atormentar, ya me iba dando cuenta).

Escribí una primera versión del mensaje que pensaba enviarle. Nada muy específico, algo casual, como si mi cabeza no estuviera siendo revuelta por una especie de metafórico tornado.

Holaa, ¿cómo estás?

Casi al instante supe que no debía enviarlo. Él se daría cuenta de lo nervioso que yo estaba. Después de todo, yo nunca escribía mensajes con los dos signos correspondientes de interrogación.

Holaa, cómo estás?

Un poco mejor. Aunque no me convencía demasiado, era demasiado impersonal como para estar dirigido a él.

Pensando así, me sentía como la primera vez en que le había escrito.

Holaa, cómo estás? ❤️

Casi envié ese último, pero me arrepentí y lo borré para luego volver a encerrar a mi teléfono en mi bolsillo. Apreté los labios y suspiré profundamente, abatido y desconsolado por dentro. Sí, había planeado enviar el mensaje y había estado a punto de hacerlo... hasta darme cuenta de que no habría sido justo. Habría sido inhumanamente injusto para él que yo lo hiciera volver para que sufriera con todo lo que conllevaba estar conmigo.

Estábamos en un callejón sin salida del que parecía imposible escapar por el momento y yo lo sabía.

Cómo deseaba despertarme al día siguiente y que todo hubiera sido un mal sueño maquinado por mi conciencia.

ÉL © [NOSOTROS #2]Where stories live. Discover now