12. Muñeca

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Me encontraba sentado en el pasto fuera de la facultad disfrutando del sol mezquino que había tenido la decencia de presentarse como tan pocas veces en la estación cuando las primeras gotas comenzaron a caer. Pensé que no se trataría más que de una leve llovizna insignificante, pero al cabo de pocos minutos la llovizna se había vuelto diluvio, por lo que me vi obligado a recoger mis cosas del patio y buscar un lugar con techo. No me hacía demasiada gracia la idea de que mis apuntes terminaran mojados e ilegibles justo cuando trataba de estudiar.

Una vez estuve ubicado en una banca del pasadizo principal de la facultad, me puse a mirar sin querer el aguacero. Constantemente pensaba en eso cada vez que me acordaba de los episodios que estaba teniendo: en lluvia torrencial y brumosa cubriendo la claridad de mis recuerdos y tardando en desaparecer después de la tormenta.

—Perdedor.

Ni siquiera tuve que voltear para saber que el origen del cariñoso apelativo era la finamente mordaz boca de Abbey.

—Dime, perdedora —contesté luego de ubicarla en mi campo de visión.

Se aproximaba a mí enfundada en un gigantesco abrigo polar de color blanco y el cabello húmedo cayéndole sobre los hombros. Había pensado que era por la lluvia, pero fue solo cuando la tuve sentada a mi lado que supe que, por sus ojos rojizos e hinchados, tenía que haber estado llorando.

—Oye, Ab, ¿estás...?

—¿Tienes clases? —me interrumpió, preguntando tan rápido como si alguien la persiguiera.

—No, pero...

—Bien, ¿tienes tiempo para mí?

—¿Qué es lo que pasa?

Por cómo se estaban moviendo sus rodillas a ritmo frenético, gesto muy poco propio de ella, comprendí que algo no estaba bien. De hecho, algo debía estar increíblemente mal como para lograr perturbar a la reina absoluta del control.

—Solo quiero saber si tienes tiempo —insistió.

—Sí tengo, claro que tengo.

—Bien— asintió con la cabeza, mirando vagamente a su alrededor.

Tuve que esperar un momento más para que volviera a hablar.

—Se va a casar.

—¿Quién? —inquirí.

—Papá. El viejo se va a casar y me lo dijo hoy.

A primera instancia no supe cuál era el problema. De hecho, me pregunté si acaso la noticia no debería hacerla feliz.

—Pero...

—Piensa bien antes de decir alguna estupidez.

—Es que no entiendo...

—Claro que no entiendes, a ti no te han hecho nada. Básicamente me dijo que almorzáramos juntos y cuando estuve ahí me vio a la cara y me dijo: "princesa, llevo un tiempo saliendo con una mujer y nos vamos a casar".

—Ya...

—Pensé que estaba bromeando, pero no. Me dijo que se llamaba Marissa, que la conoció en una reunión de trabajo y que tiene dos hijos como de mi edad. Hoy. Me dijo eso hoy.

—¿Y estás... molesta?

—¡Estoy furiosa, joder! —exclamó, noté las lágrimas de frustración volviendo a rodar por sus mejillas—. ¡No me había sentido tan humillada en mi vida! Me lo dijo así, con cuidadito, como si yo todavía fuera una niña a la que se le convence con un helado y palabras bonitas, ¡me trató como si fuera estúpida!

ÉL © [NOSOTROS #2]Where stories live. Discover now