◉ 4 ◉

230 42 2
                                    


¿La maleta? ¿A la estación? ¿Qué...?

–Te vas a GangWon-do, a casa de tus abuelos –dijo– No he podido conseguirte un pasaje de avión, han cancelado todos los vuelos por la nieve.

–¿Que nieve?

–Hoseok –dijo namjoon con gran parsimonia tras llegar a la conclusión de que yo era la persona más tonta del planeta–, ¡está a punto de estallar la tormenta más importante de los últimos cincuenta años!

El cerebro no me funcionaba bien, no estaba asimilando nada de lo que escuchaba.

–no puedo ir –dije–. Se supone que está noche tengo que ver a Jungkook.
Y es Navidad. ¿Qué pasa con la Navidad?

Namjoon se encogió de hombros, como diciendo que la Navidad no era responsabilidad suya y que no había nada que el sistema legal pudiera hacer al respecto.

–Pero... ¿Por qué no puedo quedarme aquí y ya está? ¡Esto es de locos!

–Tus padres no quieren que estés dos días solo durante las vacaciones.

–¡Puedo ir a casa de Junkook! ¡Tengo que ir a casa de Junkook!

–Verás –dijo–, ya está todo arreglado. Ahora no podemos contactar a tus padres. Los han procesado. Te he comprado el pasaje, y no tengo mucho tiempo. Ahora debes hacer la valija, hoseok.

Me dí vuelta y mire el parpadeante paisaje en miniatura que tenía junto a mí. Contemplé las sombras de los elfos condenados mientras trabajaban en HoSeok; el tenue fulgor de la pastelería de la señora Kim Young-ok; el lento pero alegre avance del Elfo Express por el breve tramo de vía...

–pero... ¿Y qué pasa con el pueblo? –Fue lo único que se me ocurrió preguntar.

En realidad jamás había viajado en tren. Era más alto que lo que había imaginado, con ventanas en el segundo ‹‹piso››, dónde supuse que estaba el coche cama. El interior tenía una iluminación tenue, y en su mayoría, los viajeros apiñados allí parecían catatónicos. Yo creía que el tren largaría vapor por la chimenea, haría ‹‹chuuu-chuuu›› y saldría disparado como un cohete, porque había visto muchos dibujos en mi desperdiciada infancia y así funcionaban los trenes en las series animadas.

Aquel tren avanzaba con indiferencia, como si se hubiera aburrido de estar dando vueltas y más vueltas.

Lógicamente llamé a Jungkook en cuanto nos pusimos en marcha.

Hacerlo suponía incumplir la norma de no llamarlo hasta las seis porque iba a estar icupadísimo y porque ya lo vería en la fiesta, pero no existían unas circunstancias más atenuantes en el mundo que lo justificaran.

Cuando respondío, oí el rumor festivo de fondo. Se oían villancicos y el traqueteo de los platos, un contraste deprimente con el claustrofóbico rumor sordo del tren.

–¡Ho! –exclamó Jungkook–. Me agarras en mal momento. ¿Nos vemos dentro de una hora?

Soltó una especie de bufido. Sonó como si estuviera levantando algo pesado, quizá fuera una de esas patas de jamón asado tremendas que su madre siempre conseguía para la celebración del Smorgásbord. Supongo que las compra en alguna de esas granjas experimentales dónde tratan a los cerdos con láseres y supermedicamentos para que crezcan nueve metros.

–Hummm... Ese es el problema–
dije–. No voy a ir.

–¿Cómo que no vas a venir? ¿Qué ocurre?

Le expliqué la situación lo mejor que pude: mis padres estaban en la cárcel; yo, en el tren y, en resumen, mi vida no estaba yendo como había planeado.

Intenté restarle importancia al asunto, como si me pareciera algo divertido, sobre todo para no terminar llorando en un tren oscuro, rodeado de desconocidos estupefactos.

Oí un nuevo resoplido. Parecía que estuviera arrastrando algo.

–Todo saldrá bien –dijo al cabo de un rato–. Namjoon se encarga del asunto, ¿Verdad?

–Bueno, si te refieres a que no puede sacarlos de la cárcel, sí.
Ni siquiera se mostró preocupado.

–Estarán en la celda de alguna comisaría local, nada más –respondió–. No será nada grave. Y si Namjoon no está preocupado, todo irá bien. Siento que haya ocurrido, pero nos veremos dentro de uno o dos días.

–Sí, pero la Navidad... –protesté. Me salió una voz como gangosa y contuve una lágrima.
Él me dió un tiempo.

–Ya sé que es duro, Ho –dijo tras la pausa–, pero todo saldrá bien. Ya lo verás. Son cosas que pasan.

Sabía que intentaba tranquilizarme y consolarme, pero aún así... ¿‹‹cosas qué pasan››? Los ocurrido no era una de esas ‹‹cosas que pasan››. Una de esas ‹‹cosas que pasan›› es que se rompa el coche o que te dé una gastroenteritis o que las luces viejas de Navidad provoquen un chispazo y terminé imcendiándose el seto del jardín.

Se lo largué todo, mientras él suspiraba, y entendió que yo tenía razón. Y entonces volvió a resoplar.

–¿Que ocurre? –le pregunté y me tragué los mocos.

–Esstoy sujetando un jamón
enorme –me dijo–. Voy a tener que colgar. Mira, celebraremos una segunda Navidad cuando vuelvas. Te lo prometo. Ya encontraremos tiempo. No te preocupes. Llámame cuando llegues, ¿De acuerdo?

Se lo prometí, colgó y se fue con su jamón. Me quedé mirando el teléfono, ya silencioso.

Por el hecho de salir con Jungkook, algunas veces me identificaba con los consortes de los políticos. Podría decirse que tienes vida propia, pero, como aman a la persona con la que están, terminan arrastrados por la fuerza de la naturaleza y, bastante al principio de la relación, se encuentran saludando a la cámara y sonriendo con la mirada perdida bajo una lluvia de globos y entre los miembros del equipo de campaña de su pareja, que los apartan a empujones del camino del Importante y Famoso Otro, que es perfecto.

Ya sé que nadie es perfecto, que detrás de toda fachada de perfección hay una maraña intrincada de subterfugio y penas ocultas... Pero, aún teniendo eso en cuenta, Jungkook era casi perfecto. Jamás he oído a nadie decir una sola cosa mala sobre él. Su posición social era tan incuestionable como la ley de la gravedad.

Al convertirme en su novio, él demostraba que creía en mí, y yo me unía a su fe. Empecé a caminar más erguido. Tenía más confianza en mí mismo, me sentía más optimista, más importante. A Jungkook le gustaba que lo vieran en mí compañía, por tanto, a mí me gustaba ser visto conmigo mismo, si es que eso tiene algún sentido.

Sí, su excesivo número de compromisos a veces resultaba incómodo. Pero yo lo entendía. Eran situaciones como tener que arrastrar un jamón enorme para tu madre porque están a punto de presentarse sesenta personas en tu casa para celebrar el Smorgásbord.

Son obligaciones ineludibles. Y hay que estar en las buenas y en las malas.

Saqué el iPod y usé la batería que me quedaba para dar un vistazo a sus fotos. Hasta que me quedé sin carga.

Me sentía tan solo en aquel tren... Era una soledad extraña, poco habitual, que me había calado hasta el fondo. Se trataba de una sensación un tanto más intensa que el miedo y algo similar a la tristeza.

Me sentía cansado, pero no era un cansancio que se pasara durmiendo. El ambiente era oscuro y lúgrubre, y me daba la impresión de que las cosas no mejorarían aunque encendieran las luces. En todo caso, vería con mucha más claridad la penosa situación en la que me encontraba.

EL EXPRESO DE HOSEOK • VhopeWhere stories live. Discover now