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—Feliz Navidad —añadió antes de esfumarse.

Al oírlo, me di cuenta de mi situación y se me humedecieron los ojos. Extrañaba a mi familia. Extrañaba a Jungkook. Extrañaba mi hogar. Esas personas estaban haciendo todo lo posible para hacerme sentir bien, pero no eran mi familia. TaeHyung no era mi novio. Me quedé allí recostado un buen rato, dando vueltas en el sofá, oyendo los ronquidos de un perro (o al menos eso creí), procedentes de algún lugar del piso de arriba, viendo cómo pasaban dos horas en el reloj con su ruidoso titac.

Ya no lo soportaba más.

Me había dejado el celular en el bolsillo del abrigo, por lo que fui a ver dónde habían metido mi ropa.

La encontré en el lavadero. Habían colgado el abrigo justo encima de un radiador. Por lo visto, a mi celular no le había hecho muy bien ser sumergido en agua helada. La pantalla estaba en blanco. Con razón no había tenido noticias de Jungkook.

Había un teléfono fijo en la mesada de la cocina. Salí en silencio del comedor, lo saqué de la base y marqué el número de Jungkook. Sonó cuatro veces antes de que lo atendiera. Parecía muy confundido cuando por fin contestó. Hablaba con voz ronca y cansada.

—Soy yo —susurré.

—¿Ho? —dijo—. ¿Qué hora es?

—Son las tres de la madrugada —respondí—. No me has devuelto la llamada.

Oí un montón de carraspeos y ruido de movimientos torpes mientras intentaba aclararse las ideas.

—Lo siento. He estado ocupado toda la noche. Ya sabes cómo se pone mi madre con lo del Smorgásbord. ¿Podemos hablar mañana? Te llamaré en cuanto hayamos terminado de abrir los regalos.

Me quedé callado. Había sobrevivido a la tormenta más importante del año—desde mucho tiempo más atrás—, me había caído a un riachuelo helado y mis padres estaban en la cárcel... ¿Y aún así, Jungkook no era capaz de hablar conmigo?

Sin embargo, había tenido una noche larga, y me parecía una perdida de tiempo contarle mi historia si estaba medio dormido. No es fácil demostrar empatía con el otro cuando acaban de despertarte, y yo necesitaba a Jungkook al ciento por ciento.

—Claro —dije— mañana.

Volví a guarecerme bajo mi montón de mantas y almohadas.

Desprendían un fuerte olor que no me resultaba familiar. No era un mal olor, solo un detergente muy perfumado que nunca había olido.

Algunas veces no entendía a Jungkook, me daba la sensación de que salir conmigo formaba parte de su plan, como si hubiera una especie de lista en la solicitud de la universidad, y una de las casillas que debía complementar fuera: «¿Tienes un novio razonablemente inteligente que comparta tus aspiraciones y que esté dispuesto a aceptar tu disponibilidad limitada? ¿Un novio que sepa escucharte hablar sobre tus logros durante varias horas seguidas?

Dejé de pensar en ello, convencido de que era fruto de mi desconcierto por la situación.

Me encontraba en un lugar desconocido y lejos de mi familia. Me atormentaba que hubiesen detenido a mis padres en un altercado por las casitas de cerámica. Si dormía un poco, el cerebro volvería a funcionarme con normalidad. Cerré los ojos y vi que el mundo se cubría de remolinos de nieve. Me Sentí mareado durante un instante, me dieron náuseas, pero al final me quedé profundamente dormido, y soñé con waffles y animadoras haciendo spagat sobre las mesas.

EL EXPRESO DE HOSEOK • VhopeOù les histoires vivent. Découvrez maintenant