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Sí –dije–. Sigamos.

Nos alejamos de la Waffle House por una pequeña ruta secundaria, guiándonos sólo por las parpadeantes luces de posición de los coches que pasaban cada pocos segundos y dibujaban una senda amarilla de luz estroboscópica en la oscuridad.

Caminábamos por el centro del asfalto, en plan apocalíptico, cómo los dos últimos habitantes de la Tierra.
Permanecimos en silencio durante al menos quince minutos.

Cada paso era un pequeño reto. Como era de esperar, tenía las piernas tan congeladas que empecé a sentirlas calientes. Las bolsas que llevaba en la cabeza y en las manos sí que me protegían.

Cuando ya habíamos adoptado un ritmo de marcha, Taehyung rompió el hielo inició una conversación.

–¿Dónde están realmente tus padres? –me preguntó.

–En la cárcel.

–Sí. Lo has dicho cuando estábamos adentro. Pero te pregunto dónde están de verdad.

–Estan en la cárcel –dije por tercera vez.

Intenté que esa vez me tomara en serio. lo entendió bastante bien y no repite la pregunta, aunque se tomó un rato para simular mi respuesta.

–¿Por qué? –dijo al final.

–Bueno..., Participaron en un... altercado.

–¿Qué son, manifestantes?

–Son compradores –dije‐. Participarán en un altercado en una feria comercial.

Se detuvo en seco.

–¡¿No me digas que ha sido en el altercado de la feria de Daegu?

–Ahí ha sido –respondí.

–¡Oh, Dios mío! ¡Tus padres son de los cinco de Daegu!

–¿«Los cinco de Daegu»? –pregunté con voz temblorosa.

–Los cinco de Daegu han sido el temazo del día en el trabajo. Todos los clientes hablaban de ellos. Los informativos han estado poniendo imágenes del altercado todo el día.

¿Los informativos? ¿Imágenes? ¿Todo el día? Ah, sí, bien, bien, bien...
Unos padres famosos, el sueño de cualquier chico.

–Todo el mundo adora a los cinco de Daegu –añadió–. Tienen montones de admiradores... Bueno, al menos les parecen graciosos.

Sin embargo, debió de percatarse de que a mí no me parecía tan gracioso y de que esa era la razón por la que estaba perdido en un extraño pueblo justo en Nochebuena, con bolsas de plástico en la cabeza.

–¡Ahora eres famoso! –empezó a dar grandes saltos por delante de
mí–. Seguro que te entrevistarán. ¡El hijo de Daegu! No te preocupes. ¡Yo espantaré a las cámaras!

Interpretó una escena fingiendo que impedía el paso a los periodistas y daba puñetazos a los fotógrafos, y fue una coreografía complicada. Y logró animarme. Yo también empecé a interpretar mi papel, seguimos así durante un rato. Fue una buena forma de desconectarnos de la realidad que estamos viviendo.

–Esto es ridículo –dije al final, después de estar a punto de caerme intentando esquivar a uno de los paparazzi imaginarios–. Mis padres están en la cárcel. Por una casita navideña de cerámica.

–Mejor por eso que porque estuvieran traficando con crack –respuso, y volvió a situarse a mi altura–. ¿No crees?

–¿Siempre estás tan contento?

–Siempre. Es un requisito para trabajar en Target. Soy un Smiley humano.

–¡Tu novio estará encantado!

Lo dije solo para parecer inteligente y observador. Esperaba que él dijera: «¿Cómo has sabido que tenía... ?». Le habría respondido: «He visto la foto de tu cartera». Y él habría pensado que yo era como Sherlock Holmes y le habría parecido menos desquiciado que al conocerme en la Waffle House. (Algunas veces, hay que esperar un poco para recibir esa clase de gratificaciones que  siempre compensan)

Sin embargo, en lugar de reaccionar como yo esperaba, giró la cabeza con brusquedad hacia mí, parpadeó y siguió caminando con paso firme, dando grandes zancadas. Se acabó la diversión. Se puso serio de golpe.

–No queda mucho. Pero en este punto hay que tomar una decisión. Desde aqui podemos continuar por dos caminos. El que sigue por aquí mismo, por el que tardaremos unos cuarenta y cinco minutos a este paso. O el atajo.

–Vamos por el atajo –respondí enseguida–. Evidentemente.

–Es por aquí, el camino más corto, porque este camino da toda la vuelta y el atajo va en línea recta. Si fuera solo, lo tomaría sin pensarlo, y hasta hace media hora esa era mi situación...

–El atajo –repetí.

Fuera como fuese ese atajo, no podría ser mucho peor de lo que ya estábamos haciendo. Y si Taehyung ya había pensado en ir por allí antes, no había razón para que no hiciera lo propio conmigo.

–Bueno –dijo Taehyung–. Básicamente, el atajo nos lleva por detrás de esas casas. Mi casa está justo ahí, a unos ciento ochenta metros. Creo. Más o menos.

Dejamos las luces amarillas parpadeantes de la ruta y seguimos por una senda totalmente a oscuras que discurría entre unas casas.

Mientras avanzábamos, saqué el celular del bolsillo para ver si tenía alguna llamada perdida. No tenía ninguna llamada de Jungkook. Intenté hacerlo con disimulo, pero Taehyung me vio.

–¿Ninguna llamada? –me preguntó.

–Aún no. Debe de seguir ocupado.

–¿Sabe lo de tus padres?

–Sí, lo sabe –dije–. Le cuento todo.

–¿Y lo hacen los dos? –me preguntó.

–¿Cómo que si lo hacemos los dos?

–Has dicho que tú le cuentas todo –respondió–. No has dicho que los dos se cuentan todo.

¿Que clase de pregunta era esa?

–Claro –contesté enseguida.

–¿Cómo es?

–Es inteligente –aseguré–. Pero no es pedante. No es de esos que siempre tienen que estar diciéndote su nota promedio, o que te dan pistas veladas sobre el puesto que ocupan en la lista de calificaciones de su clase. En él resulta natural. No necesita matarse en estudiar para sacar buenas notas, y no le importan tanto, pero saca buenas notas. Muy buenas. Juega al fútbol. Participa en los concursos de matemáticas. Y es muy popular.

Lo juro, le solté ese rollo. Lo reconozco, fue como si intentara vender a Jungkook. Y sí, Taehyung volvió a poner cara de: «Estoy intentando no reírme de ti».
Pero ¿Cómo se suponía que debía responder a su pregunta? Todas las personas a las que yo conocía también conocían a Jungkook. Sabían quién era, lo que simbolizaba. No estaba acostumbrado a explicar cómo era.

-–impresionante currículum –dijo él, aunque no parecía para nada impresionado –.Pero ¿Cómo es?

EL EXPRESO DE HOSEOK • VhopeKde žijí příběhy. Začni objevovat