Capítulo 18

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               Se despierta con los primeros rayos del sol que logran infiltrarse por el ventanal cerrado. El reloj de su mesita de noche marca las nueve de la mañana. Desganada, aparta las sabanas para incorporarse en el colchón. Gracias a su persistente insomnio, sólo consiguió dormir un par de horas. Desayuna tranquilamente conociendo que su madre debe estar en el trabajo y Jeffrey dormido sin tener alguna preocupación al ser uno más en las filas de parásitos sociales.

Sin preocuparse por la hora, toma una ducha para luego cambiarse de ropa. Elige unos pantalones cómodos junto con una remera a rayas que le cubre los brazos. Agarra su jersey cuando un mensaje de texto se anuncia en su celular. Le resulta extraño ya que no muchas personas que ella conoce — las cuales son un número limitado— se levantan a esa hora un domingo. A excepción por su abuela materna y por las amigas de Helen quienes se despiertan animadas para concurrir a la iglesia a pedir por el alma de los demás que a sus juicios son terribles pecadores. Saca el móvil del bolsillo de sus pantalones y para su sorpresa no reconoce el número en la pantalla.

               Helen me advirtió que conoces la historia completa, pero me gustaría que escucharas mi versión. Por favor, cuando tengas tiempo pasa por mi casa así charlamos.

Papá.

             La joven relee el mensaje varias veces sin darle crédito a sus ojos de lo que ve. Steven en todo el remolino de su identidad quedó relegado a un espacio pequeño de su memoria que no era importante. Hasta ahora no se había planteado escuchar las palabras de su padre en cuanto a su nacimiento. Incluso, le parece extraño que tenga su número de teléfono. Sin darle más vueltas al asunto, reconoce que no tiene la dirección de la casa de su padre. Pero se acuerda de la libreta de direcciones que Helen posee en su habitación. Al entrar allí siente el perfume a vainilla tan característico de ella mientras busca en una de las gavetas de su armario la libreta. Bingo. Sobre algunas prendas, se encuentra el pequeño encuadernado verde. En la página cinco, está el nombre de su padre decorado con corazones diminutos junto con su teléfono y dirección. Le parece totalmente infantil la conducta de Helen pero enseguida se lamenta porque ella haría lo exactamente lo mismo con el nombre de Dean. A pesar de no compartir los mismos genes nuestros pensamientos son parecidos, razona Jenna.

            Teniendo todo en orden, amarra su cabello en un moño y se coloca una cazadora negra junto con una bufanda blanca para protegerse del frío helado que atormenta a la cuidad a días de la Navidad. Al pasar por la habitación de su hermano, escucha sus fuertes ronquidos producto de una noche fuera del hogar. Sin poder evitarlo, se pregunta dónde habrá ido y por qué Helen no lo castiga como lo haría con ella si tuviera la oportunidad. Cuando abre la puerta se encuentra con el vampiro recargando una de sus botas en la pared color hueso.

— Tardaste demasiado. — Declara Dean con las manos en sus vaqueros.

              Que el vampiro la regañe, no es el tipo de cortejo que una chica recibe de su novio. En realidad, él sería el tipo de sujeto que espera una equivocación tuya para decirte con una sonrisa triunfante "Te lo dije". Y también está el problema de que él no es su novio, pero tampoco es un amigo. A alguien con esa etiqueta le confías tus secretos, miedos, pensamientos. Pero Dean guarda bajo trescientas cincuenta y dos llaves todo lo que respecta a su figura, y Jenna solo consiguió tres de esas llaves. Los vampiros no creen en relaciones como el noviazgo, le había dicho Dean al principio, pero la pasión los lleva a generar un vínculo de sangre. La joven no deja de preguntarse si él ya estuvo en algún vínculo de esa clase.

— Sigo siendo una chica que necesita arreglarse. No todos somos como tú que se pone cualquier cosa. — Manifiesta cerrando la puerta con llave.

La caja de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora