Prólogo

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  Año 1453 d.C.

       El olor a tierra húmeda le invadió el olfato. Llovería, eso era una obviedad para él que conocía todos los aspectos del bosque como si lo hubiese creado. Su cuerpo percibía cualquier cambio en el ecosistema. Bastaría solo una vibración en su rodilla derecha para deducir que habría una tormenta eléctrica, tan poderosa, que arrasaría con varios árboles viejos. Aun así, su intuición estaba nublada por el nerviosismo de la inminente batalla.
        El silencio cargado de expectativa lo volvía loco. Detrás suyo, el temor a la muerte era tan fuerte que hasta lo podía percibir. A pesar de esto, su gente, lo seguía sin importar los miedos internos pues odiaban a los demonios con la misma intensidad que él.
      Se encontraban en el claro del bosque, del cual aprovecharían todos sus beneficios para ganar la contienda. Su comunidad y él. Arthur Polak y los brujos más instruidos.
       En la parte mas alejada del claro, existía un espeso manto blanco de niebla, la cual estaba provocada por sus rivales.

En ese instante, su vista similar a la de un tigre, se clavó en un punto borroso. Sintiendo el sudor de ansiedad correr por su nuca, repasó en su mente las sabias palabras de su padre en su lecho de muerte. "Para ganar se necesita saber las debilidades del contrincante para usarlas como armas letales." Y no se equivocaba su astuto padre, él ya poseía la debilidad más grande de su enemigo. La espada de plata, bañada en oro, y humedecida con agua bendita. Cada uno de esos elementos por separado aniquila a sus hijos, y juntos destruyen a la Madre, a la Reina, a la Soberana, a Talto, a Satrina, a Lilith.

Empuñando su arma, que emitía un leve resplandor ante los débiles rayos del Sol, dio la señal que tanto habían esperado sus fieles. Levantó la espada, y los seres encolerizados detrás suyo corrieron desesperados hacia las figuras oscuras que se encontraban del otro lado del sendero de tierra.

       La mayoría de los brujos, que no fallecieron en manos sobrenaturales, utilizó el hechizo indicado por su líder Arthur Polak nacido de un linaje poderoso de brujos. El resultado era la fosilización de esos seres mal formados, denominados demonios. La comunidad pretendía llevarse como botín a esas criaturas si ganaban la batalla.

       Luego de un tiempo interminable para los involucrados, la victoria se dejó ver. Arthur con su armadura metálica montaba en su caballo blanco nombrado "Painé" recorriendo el sendero de muertos en donde encontró muchas caras familiares. A pesar del sacrificio de sangre mágica lo conseguido valía la pena, se dijo.

Cuando llego a donde estaba ella, se quitó el casco mostrando su cabello castaño. La Reina apresada bajo el poder del pentagrama dibujado con la sangre de un mortal, maldecía a la raza de los brujos una y otra vez, con la cara totalmente verde resaltando su esencia demoníaca. Ella le había explicado que a lo que se denomina "rostro" solo se utiliza para humanos ya que a los sobrenaturales se les otorgaban "caras" gracias a sus diferentes facetas. En ese momento la belleza que tanto seducía a Arthur, se esfumó, produciéndole un sentimiento de asco donde antes gobernaba la lujuria.

— Eres un mal agradecido, crees que yo soy la enfermedad de este mundo, sabiendo que tú no eres mejor. — Dijo serenando sus facciones. — Te revelas ante mí, conociendo que el enemigo se ríe de nosotros. El Clero, la Iglesia, que se llena la boca hablando del amor al prójimo cuando liquidan a los suyos con el título de hereje, por no obedecer lo que dice. Pura dictadura. Ellos creen que las razas sobrenaturales son inferiores porque no fueron creadas por el divino Señor de los Cielos. Pues las razas tal vez no fueron creadas por Él, pero si por mí. Yo, quien fui castigada por el que profesa amor. Existe una gran hipocresía en el mundo. ¿Y tú pones en mi contra a mis queridos hijos brujos cuando soy una víctima más?

— ¿Víctima? Tú, la que pretende guiarnos en una guerra contra seres humanos que no pueden defenderse.

— Estas equivocado, ellos se defenderán. Siempre lo han hecho, solo necesitan un motivo para unificar a su gente. Y ese motivo seremos nosotros, no hay lugar para dos clases de seres en este mundo.

— ¡Fue suficiente! Tu manipulación me ha cansado. Ya no soy el peón en tu perverso juego, mi Reina. — Dijo con ironía.

— Dejemos el protocolo, si muchas veces me has llamado Blanca en la cama, querido brujo. — Respondió hiriendo el orgullo machista de su amante.

— ¡Cállate! — Gritó ante la vergüenza repentina que experimento al darse cuenta de que su comunidad escuchaba.

        Levantó la espada con un veloz movimiento de brazo gracias a la ira provocada. Su pecho subía y bajaba gracias a su respiración agitada. Era consciente de que lo observaban conteniendo el aliento, ante su próxima reacción. Si la mataría o no. Todos los presentes esperaban que concretara la misión de degollarla, de destruirla para preservar el bien de la humanidad. Pero al tener el peso de las miradas atentas imponiéndole que la matase, solo pudo atreverse a contemplarla como el primer día que la conoció. Bajo la espada para volver a enfundarla en su cinturón y pidió unos momentos a solas con ella.

Le estudió cada detalle. La figura delgada en un vestido celeste con mangas anchas y con un corset tan apretado que hacia resaltar sus atributos. El cabello suelto blanco desde la raíz hasta las puntas, el cual le rozaba la cintura. Grandes ojos con un iris entre un gris perla y un celeste apagado cubiertos por unas pestañas delicadas ligeramente arqueadas. La nariz recta y respingada en la punta con pequeños agujeros por donde el aire no circula, ya que la Reina no requiere respirar. La boca carmín que tanto lo enloquecía y que resaltaba de su cara inmaculada, curvada en una sonrisa que Arthur entendió por arrogante a pesar de tener la necesidad de saltarle encima y terminar con ese ridículo despecho que sentía haciendo que ella grite su nombre en mitad de la excitación.

Mátala, ella se lo merece, se dijo. Pero no pudo dejar de apreciarla con su mirada, la amaba siempre la amaría. Fue a la única mujer que entregó completamente su corazón y de la cual solo recibió un enorme desprecio combinado con secretos que pudo perdonar.

— Desearía que por un segundo que fueras consciente del daño que has hecho. — Susurró herido Arthur.

— Te cansarás de esperar, porque todo lo que hice fue por nosotros dos. Pero siempre priorizaste a tu comunidad de brujos. Y ese será tu castigo, el remordimiento de haberlos hecho pelear en una guerra en la que padecieron muchos de ellos solo por tu egoísmo gracias a tu despecho como hombre.

— ¡Arderás en el infierno, maldita! — Estalló el brujo desenfundando su espada, con el coraje suficiente para hacer lo que no se atrevía.

— ¡Volveré, idiota! Y prometo llevarme conmigo a tus futuros descendientes cuando regrese. A cada uno. Toda tu estirpe temblará al escuchar el nombre que me diste. Blanca.

Sin poder controlar el impulso de rabia hacia ella y hacia sí mismo por no atreverse a matarla, clavó la gigantesca espada en el vientre de la Reina con una gran violencia, empujando hacia el interior la hoja del arma blanca. Sangre espesa de un color rojo ennegrecido corrió por el corset y la falda del vestido celeste manchándolo a su paso. Pero sus grandes ojos se mostraron inexpresivos, como si la herida no la hubiera afectado. Enseguida se consumió su cuerpo en un fuego infernal, dejando solo las cenizas de lo que había sido la Reina en todo su esplendor.

       Arthur sin poder creer lo que había hecho, cayó de rodillas al suelo junto a las cenizas de su amante quedando horrorizado ante la idea de haberla perdido gracias a que cedió a su lado impulsivo y orgulloso.

Se levantó con dificultad, tras estar en un estado de negación. Colocó su espada en el cinturón limpiando la sangre que tenía en el pasto verde y se encaminó a darles la noticia a su comunidad. Al dar el segundo paso, escuchó una risa. Al principio la confundió con algún animal que tal vez estaba alegre de la destrucción de la Reina, pero luego esa risa se convirtió en una carcajada más fuerte la cual hacía referencia a una burla. Y ya no tuvo dudas, provenía de ella.


La caja de PandoraWhere stories live. Discover now