28. Debe aceptarme como soy

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¡Ay, no! ¡Ay, no! Me voy a desmayar. Estoy tan nerviosa que siento ganas de vomitar, y eso que ni siquiera cené antes de venir a la escuela. Esto es horrible, ¿soy la única que se siente así? El resto del elenco parece tranquilo, incluso animado. Hasta los extras están divirtiéndose tras bambalinas mientras se prueban accesorios ridículos que no van con la obra.

Si me hablan, no me doy cuenta. Estoy tan asustada que necesito pensar en cómo se respira. Debo mirar mis piernas y ordenarles que se muevan para caminar. Nunca me había sentido así en el pasado, es una pesadilla. Y como es la noche de la presentación, no puedo cambiar de opinión y cancelar mi actuación. Aunque haya personas capaces de reemplazarme, sería humillante. Me prometí a mí misma que lo haría, y lo haré. No sé cómo, pero voy a salir al escenario y no voy a arruinarle el musical al resto del club.

Lo peor es que sé que mis amigos y mis familiares estarán sentados entre el público. La profesora aseguró que, con las luces sobre nosotros, no veremos rostros más allá de la primera o segunda fila y que eso nos ayudará a concentrarnos y a combatir el pánico escénico, pero ¿qué haré si justo allí están mis conocidos? Me voy a quedar paralizada en medio del escenario.

¡Ay, no! ¿Cuánto falta?

Busco el teléfono en mi bolsillo, me tiemblan las manos. ¡Solo veinte minutos para que comencemos!

Ya estoy cambiada a mi vestido blanco como de ballet. Me siento desnuda. Sé que no se me ve la ropa interior, pero de todas formas me resulta un traje vulnerable. Con las piernas y los brazos descubiertos, podrán observar más de mí de lo que quisiera. Y hace frío. Al combinar eso con el miedo, mi cuerpo se agita, incontrolable.

—Cálmate, Amy —murmura Noah a mis espaldas—. Todo saldrá bien.

Me giro a verlo y... uff, está guapísimo. Tiene puesto un traje formal de época que acentúa muy bien su belleza. Joe, a su lado, porta la máscara del fantasma con elegancia. Son un dúo rompecorazones sin lugar a duda. Envidio a Christine en este instante y, al mismo tiempo, odiaría estar en su lugar.

—Lo sé, lo sé —miento—. He practicado mucho. No tengo demasiadas líneas ni siquiera.

—Y Taylor estará allí para salvarte si te trabas como en el último ensayo grupal. Nadie lo notará —asegura mi novio.

Serena nos observa desde lejos. Una de sus amigas la ayuda a maquillarse. Cada tanto, me dedica una mirada de reojo y bufa, ofendida. Sus gestos me ponen más nerviosa de lo que ya estoy. He pasado la última hora haciendo lo posible por no prestarle atención.

—¡Quince minutos! —avisa la profesora—. Espero que estén todos vestidos y en sus puestos pronto.

—¡Sí! —responden algunos, apurados.

Nos encontramos en lo que se consideraría "tras bambalinas". Hay un corredor detrás del escenario que conecta con una serie de habitaciones que usamos para cambiarnos, para dejar nuestras pertenencias y para almacenar trajes y escenografía.

Es un sitio angosto y cuesta un poco moverse cuando no hay coordinación.

—¡La sala está casi llena! —dice la chica que está a cargo de la iluminación—. Y dice mi mamá que fuera hay como treinta o cuarenta personas entrando con ella.

Lo que faltaba. El número en aumento me pone peor. ¡Ay, no!

"Respira, Amelie. Respira", me digo a mí misma.

—Y los chicos del periódico escolar dijeron que vendrían en el intervalo a tomar fotografías mientras nos preparamos para el segundo acto —avisa otro de los ayudantes técnicos del equipo, creo que es el hermano de Taylor, que se encarga de abrir y cerrar el telón.

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora