11. No debe mentirme

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El sistema escolar para elección de materias es injusto, y a mí me cuesta pensar a futuro. La combinación de estas dos verdades ha resultado en la peor pesadilla de casi cualquier alumno del último año del secundario: los viernes son interminables.

Siempre he puesto el foco en organizar mis clases de forma tal que los lunes y los viernes sean mis jornadas más tranquilas y breves, tal vez como una forma de sentir que el fin de semana se extiende, que hay una transición entre la tranquilidad del sábado y el domingo en contraste con el ajetreo escolar. Sin embargo, como solo me quedan las últimas materias para cursar, en esta ocasión no he podido escoger cuáles quiero tomar y en qué horarios.

Mis viernes son una pesadilla y nada puedo hacer al respecto. No hay nada peor que comenzar la mañana con Cálculo III, salvo que termines la tarde con Estadística Avanzada, cuando la mayor parte del alumnado ya se ha marchado a sus hogares.

Me desagradan todas las materias del día, es mi infierno personal. Entre Álgebra, Trigonometría y Sociología Americana, no sé cuál me agobia más. Claro que podría escoger materias más sencillas, pero la mayor parte de las universidades exige un currículo escolar completo, variado y con materias numéricas y científicas aprobadas. Es ridículo. ¿Por qué no las tomé antes?

Noah y yo salimos del salón tan rápido como mis piernas lo permiten. Tengo una jaqueca horrible y solo deseo recostarme sobre mi cama y dormir hasta que sea hora de cenar. Sin pensarlo, me llevo una mano al rostro y presiono con fuerza la naciente del tabique de mi nariz, justo entre ambos ojos.

Hace días que no me coloco mis lentes, no me gustan ni un poco y, en general, no los necesito. Suelo usarlos solo en casa. Me encantaría hallar un par que se viera bien en mí, pero ya probé decenas de modelos y me veo ridícula con todos. Los de contacto me dan terror, así que no son una opción.

—¿Te sientes bien? —pregunta Noah.

—Sí, no es nada —fuerzo una sonrisa—. Estoy cansada, nada más.

—¿Puedo ayudarte de alguna manera? —ofrece él mientras busca las llaves de su coche en los bolsillos.

—¿Me prestas tus lentes de sol? La luz me molesta.

—Claro. Están en la guantera.

Asiento en silencio.

Abandonamos el edificio central de la escuela y nos zambullimos en el aparcamiento. No quedan demasiados vehículos a esta hora. Las últimas clases del día acaban de culminar y muy pocos clubes se reúnen los viernes en la tarde. A veces se oye el entrenamiento de alguno de los equipos preparándose para un partido o torneo durante el fin de semana, hoy no es así.

Caminamos en silencio hasta el coche y subimos. Con prisa, busco los lentes oscuros y me los coloco. Acomodo mi morral en el suelo, entre ambas piernas y tomo el teléfono que guardo en un bolsillo exterior.

—Mmm... —murmuro al ver que tengo un mensaje.

Desbloqueo la pantalla y, de inmediato, le bajo el brillo para que no empeore mi jaqueca. Con cierta dificultad, reviso mi notificación. Es de Azul, que quiere que la acompañe al centro comercial mañana por la tarde para ayudarla a escoger un vestido para la boda de su prima, que vive en Maryland.

Sonrío y le respondo que me parece bien. No tengo otros planes, después de todo. Una tarde de chicas me ayudará a relajarme, hace tiempo que no salimos solas. Envío la respuesta y suelto un bostezo mientras intento volver a guardar el aparato.

—¡Diviértanse! —dice Noah. Supongo que ha leído por encima de mi hombro.

Abro la boca para agradecerle, pero no digo nada. Si yo voy al centro comercial, él dejará de existir hasta mi regreso. ¡Ay, no! ¿Cómo es que no lo noté antes?

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora