EXTRA 01

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Mis manos se aferran con fuerza al volante. Siento los hombros tensos y un ligero temblor en mis rodillas. Es la primera vez que estoy en el sitio del conductor de un coche, y en cualquier momento me dará un ataque de pánico. Respiro hondo, contengo el aire en mi interior por dos o tres segundos antes de dejarlo salir por la boca.

—No estoy lista —digo, con un nudo en la garganta.

—Sí lo estás —contradice Noah—. Pasaste tu examen escrito y ahora tienes el permiso para practicar. Sabes lo básico sobre las normas de manejo y nos encontramos en un aparcamiento abandonado, así que no hay posibilidades de que atropelles a alguien ni de que te estrelles contra otros conductores. Tú puedes. Estoy aquí contigo.

—No puedo —me apresuro a responder—. ¿Y si presiono el acelerador tanto que nos chocamos contra un árbol? ¿Y si coloco reversa sin darme cuenta? ¿Y si...?

Mi novio estalla en carcajadas. Acaricia suavemente mi muslo con una mano para darme ánimos.

—Te ríes solo porque ya sabías conducir cuando apareciste —hago un mohín.

—Es cierto, pero ¿te cuento un secreto? —pregunta él, y responde antes de que yo pueda decir nada—. Hoy solo vas a aprender lo básico. No necesitas pisar el acelerador. Iras a cinco millas por hora como máximo. Lo prometo.

—¿Eh?

—A ver. Suelta el volante que hay otras cosas que debes hacer antes de empezar —recomienda él.

Sigo sus instrucciones. El primer paso es ajustar el asiento para estar cómoda. Lo subo al máximo para ver mejor y lo aproximo a los pedales hasta alcanzarlos sin dificultades. Luego, cuando yo ya estoy posicionada, me toca acomodar los espejos; esto no es algo que necesite para mis primeras lecciones, pero Noah insiste en que me acostumbre a hacerlo siempre de todas formas.

El sol comienza a ocultarse detrás de los árboles. Estamos en las primeras semanas del verano, recién graduados, y me he prometido sacar la licencia antes de que sea momento de iniciar con la universidad. Mi novio me trajo a un viejo edificio abandonado en medio de la nada, solía ser un restaurante a comienzos de los noventa. El aparcamiento está desierto y parece que muchos de mis compañeros de escuela lo han utilizado también cuando aprendían a conducir. De hecho, Sebastián fue quien nos recomendó el sitio.

Hace calor. Mucho. O quizás los nervios me están haciendo sudar más de lo normal.

—A ver, antes de encender el coche, déjame decirte dónde se encuentra cada cosa —anuncia Noah y comienza a señalar—. Esta palanca es para las luces. La mueves para el mismo lado que el volante pero hacia arriba y hacia abajo antes de girar en algún lado. Si la empujas hacia atrás, se encienden los reflectores en la noche. La palanca al otro lado es la que limpia el parabrisas. Ni yo sé cómo se usa bien, solo la muevo para todos lados hasta que funciona. —Se encoje de hombros—. El estéreo y la calefacción están prohibidos para ti hasta que puedas concentrarte en el camino, yo me ocuparé de la música y del aire acondicionado por ahora.

—Gracias —río.

—¿Qué más? ¿Qué más? —dice, más para sí que para mí—. Ah, importante. Sobre los pedales. Aunque haya dos, solo usas tu pie derecho con ambos. El pie izquierdo no lo necesitas. ¿Entendido?

—Supongo. —Arqueo una ceja y miro hacia abajo—. El de la derecha es el acelerador, ¿verdad?

—Así es. Y el de la izquierda es el freno. —Toma una de mis manos y la lleva hasta la palanca central—. Mira aquí. ¿Ves las letras? P es de parking para cuando te detienes y aparcas. N es de neutral, que nunca lo vas a usar, está ahí porque el coche necesita un intermedio. R es de reversa y D es de drive. Siempre asegúrate de tener la palanca en el sitio correcto antes de comenzar a moverte. ¿Entendido?

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora