EPÍLOGO

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Alguien golpea a la puerta de mi cuarto.

—No estoy —respondo, desganada.

—Sí estás —se queja Victoria.

Lizz ladra para darle la razón a su dueña.

Ha pasado casi una semana desde la desaparición de Noah. Las clases empiezan mañana otra vez y no sé si iré. ¿Cómo explicarle al resto que mi novio se esfumó porque era mágico? Me preguntarán si se mudó, si se cambió a otra escuela... y yo no sabré qué responder. Además, lloraré de solo pensar en ello.

Aunque tuviera planeada una mentira, me falta la fuerza para levantarme de la cama. Apenas si bajo a cenar por insistencia de mamá. Ella no sabe lo ocurrido, el resto de la familia tampoco. Me negué a contarles por qué regresé el primero de enero con los ojos rojos por tanto llorar y en el coche de Sebastián. Deben asumir que tengo el corazón roto, incluso si no tienen los detalles de lo ocurrido.

—Déjame en paz —pido—. No estoy de buen humor hoy.

—Ni ayer. Ni anteayer. Ni el día previo —bufa mi hermana. Abre la puerta de todos modos y se cruza de brazos en el umbral.

Lizz corre hacia la cama y se sube de un salto sobre mi espalda. Me camina por encima como si yo fuera una alfombra.

—Vete y llévate a este pequeño demonio —ruego.

—No.

—Sí, hazlo. ¿No vez que estoy ocupada?

—¿Escondiéndote del mundo bajo las sábanas? Uy, disculpa que interrumpa algo tan importante —responde ella con sarcasmo—. Pensé que te interesaría saber que tienes visitas.

—No escuché el timbre.

—Porque yo vi el coche por la ventana primero.

—Dile a Sebastián que se marche —ordeno.

—No es él.

—Entonces no me importa.

—Pensé que te gustaría arreglarte un poco antes de saludar a tu novio —insiste Victoria.

—Ja, ja. Buen chiste. Noah no está en Nueva York en estos momentos. —Contengo las lágrimas.

"Ni en ningún otro sitio", pienso.

—¿De qué hablas? Acaba de regresar y vino a saludarte. Pero haz lo que quieras. —Victoria bosteza—. Vamos, Lizz, hora de salir a caminar.

"Debo estar soñando", suspiro. El colgante sigue frío y apagado, eso es prueba suficiente. Pienso en Noah con fuerza a ver si lo hago aparecer, llevo varios días intentándolo, en vano.

Me giro en la cama y cierro los ojos. Intento ignorar las palabras de mi hermana, aunque la curiosidad yme vence pronto, ¿por qué me jugaría una broma de tan mal gusto?

Aturdida y mareada por haber pasado demasiado tiempo en la cama, me incorporo. No me molesto en vestirme o en peinarme porque estoy convencida de que no vale la pena. Es una broma pesada para obligarme a salir del cuarto, conozco a mi hermana. Es algo que ella haría.

Descalza comienzo a bajar las escaleras.

—Me alegra que tu abuela esté mejor —dice mamá en la sala de estar.

—Sí, se mudará con nosotros en un par de semanas. Ya está muy mayor para seguir viviendo sola en Boston —responde Noah.

¡Noah! ¡Está aquí! ¿Cómo? Corro por los escalones y resbalo a la mitad, mi trasero se desliza hasta llegar al piso mientras que una serie de "auch, auch, ou" escapan de mi boca por el dolor.

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora